La Iglesia católica es una de las mayores fuerzas del mal en el mundo, al menos es lo que afirma el ateo Richard Dawkins. Este es sólo el último de sus muchos ataques contra la religión y Dios. Sus observaciones se publicaban el 23 de octubre en la sección de religión de la página web del Washington Post, al ser preguntado sobre la medida de la Iglesia católica de facilitar la entrada a los anglicanos.
 
Siguen adelante las polémicas de lo s últimos años sobre la religión en libros y comentarios. Un reciente debate en Londres, sobre la afirmación de que la «Iglesia católica es una fuerza para bien en el mundo», atrajo más de 2.000 personas, informaba el 23 de octubre el Catholic Herald.
 
Stephen Fry y Christopher Hitchens, que defendieron la afirmación contraria, obtuvieron una sustancial victoria contra sus oponentes – Ann Widdecombe, parlamentaria del partido conservador, y el arzobispo Onaiyekan de Abuja, Nigeria – obteniendo 1.876 votos contra 268.
 
Otro ejemplo reciente viene de Australia donde la columnista Catherine Deveny sentó a Dios en el diván del psiquiatra y proclamó que: «Dios tiene un desorden de personalidad narcisista». En un artículo suyo publicado el 2 de septiembre en el periódico Age, Deveny afirmaba que Dios sufre de «sentimientos de grandeza», y una «obsesión con fantasías de éxito», junto con una «carencia de empatía» y «comportamiento arrogante».
 
A su vez, la ofensiva de los ateos ha dado lugar a numerosos libros que defienden a Dios y a la religión institucional. Un paso interesante en el debate viene de un libro recientemente publicado por alguien que no cree en Dios pero, aun así, defiende la religión.
 
En «An Atheist Defends Religion: Why Humanity is Better Off with Religión Than Without It» (Un Ateo defiende la Religión: Por qué a la Humanidad le ha ido mejor con la Religión que sin ella) (Alpha Books), Bruce Sheiman ofrece una nueva perspectiva al enfrentamiento entre creyentes y ateos.
 
La «cuestión de Dios» puede no resolverse satisfactoriamente para ambas partes, reconoce, pero lo que Sheiman precisa que hay que hacer es considerar el valor de la religión en sí misma. No busca probar la existencia de Dios, sino defender la religión como institución cultural.
 
En cuanto a sus opiniones personales, Sheiman explica que él no es una persona de fe, pero no «niega a Dios de forma ostentosa». Se describe a sí mismo como un «aspirante a teísta» porque «la religión proporciona una combinación de beneficios psicológicos, emocionales, morales comunes, existenciales e incluso de salud que ninguna otra institución puede reproducir».
La mejor manera de dejar a un lado de modo convincente el ateísmo, explica en la introducción a su libro, no es mediante argumentos que intenten probar la existencia de Dios, sino demostrando la aportación duradera de la religión.
 
«Las fechorías de la religión pueden dar para una provocativa historia, pero las buenas obras diarias de miles de millones de personas son la verdadera historia de la religión, que ha ido a la par del crecimiento y prosperidad de la humanidad», afirma Sheiman.
 
Uno de los modos en que nos beneficia la religión es dando significado a nuestras vidas, observa Sheiman. Somos conscientes de vivir en un mundo de gran poder y potencialidad, pero en contraste con los animales que sólo viven en una relación utilitaria con el mundo, los humanos son conscientes de que este mundo existe a parte de ellos mismos.
 
Sheiman cuenta algunos ejemplos de cómo las sociedades primitivas buscaban dar sentido a sus vidas en medio de un mundo más extenso por medio de la religión. Sus mitos y rituales ayudaban a aquellos pueblos a conectar las realidades mortales con lo eterno y espiritual.
 
En el mundo moderno la ciencia ha reemplazado en muchos casos a la religión en términos de explicación del mundo y del universo, pero Sheiman apunta que, aunque podamos aceptar lo que la ciencia dice sobre cómo funciona el universo, esto no nos explica lo que significa para nuestras vidas.
 
En otras palabras, cómo funciona el mundo no es lo mismo que por qué funciona el mundo. En nuestro impulso por descubrir lo que Sheiman denomina verdad en minúscula – hechos y conocimiento – hemos sacrificado la verdad con mayúscula – significado y propósito.
 
Otro aspecto de la religión es la moralidad. Está claro que la gente puede ser moral sin la religión, afirma Sheiman, pero también es evidente que la religión hace a la gente buena. De hecho, afirma, los seres humanos muestran un comportamiento ético que va más allá del poder explicativo de la cohesión del grupo.
 
Sheiman cita investigaciones que demuestran cómo la actividad religiosa se asocia con una mayor interacción social. Al mismo tiempo que la religión construye la comunidad, también fomenta la moralidad, añade.
 
Esto lo hace a través de la comprensión de que la acción moral es el camino para una unión con Dios y de que tenemos una especie de contrato moral por el que hacer el bien hace que participemos en un bien mayor.
 
Lo intrínseco a todas las religiones es la creencia en la bondad, tanto divina como humana, explica Sheiman. Los ateos suelen carecer de esta comprensión de la moralidad, sostiene. No es un simple sistema recompensa/castigo. «Los muy cínicos ven en la religión una obediencia ciega a una autoridad moral y un sistema opresivo de control del comportamiento», comentaba.
 
Aunque algunos seguidores religiosos muestran una orientación autoritaria, esto pa sa también con personas no religiosas, mantiene Sheiman. Para la mayoría de la gente Dios es visto como un padre amoroso, y la moral el estadio más alto a que aspiran los humanos, afirmaba.
 
Una aportación de la religión a la sociedad que Sheiman pone de relieve es la noción cristiana de que los hombres están hechos a imagen de Dios. Al decir que los humanos comparten la naturaleza divina, deben ser respetados como hijos de Dios.
 
Esta visión lleva a incontables actos de sacrificio y compasión diarios, comenta. De hecho, estudios sociológicos revelan que las personas religiosas son más cariñosas y compasivas que las no religiosas y dan más dinero a caridad. Esta práctica no se restringe a una religión en particular, precisaba.
 
La religión también proporciona un fundamento sólido para el comportamiento moral a través de la adhesión a valores absolutos. En contraste, observa Sheiman, sin la religión la gente puede tener una moralidad, pero si los preceptos morales están hechos por el hombre se vuelven falibles e insustanciales, un resultado de opiniones personales o incluso de calculado auto interés.
 
Esto le lleva a comentar que nuestras mentes están llamadas a algo más que una verdad relativa. Como seres humanos nos esforzamos por encontrar la causa primera y, si los imperativos morales no dependen de Dios, entonces no son absolutos y se quedan en relativos.
 
La ciencia por sí misma no puede llevar a una cultura moral, continúa. «Lo bueno y lo malo no vienen de la física o de la biología». «La religión se convierte así en la fuente cultural e institucional más importante de principios éticos precisamente porque se la considera que está por encima del cap richo humano», añade.
En otro capítulo del libro, Sheiman cuenta cómo la religión ha estado detrás del progreso del mundo occidental en campos como la democracia y la libertad, la ciencia y la tecnología.
 
A lo largo del tiempo en que hemos crecido como civilización esto ha sido al menos en parte gracias a la religión, argumenta. Aunque esto no absuelve a los líderes religiosos de sus acciones destructivas, concluye, esto nos lleva a concluir que la religión en general ha tenido un impacto positivo.
 
La conclusión alternativa es que estaríamos más adelante en nuestra trayectoria sin la religión. Esto no resulta plausible, mantiene Sheiman, puesto que los historiadores no han podido identificar ninguna otra fuerza cultura tan robusta como la religión que pueda llevar adelante la civilización.
 
Sheiman también critica la lectura selectiva de la historia hecha por algunos ateos, que sólo muestran rapidez para atribuir los aspectos más negativos de la historia a la religión, mientras que rara vez reconocen la deuda de la civilización con la religión.
 
Un creyente podría muy bien replicar a Sheiman que su fe en Dios no depende de ganancias y beneficios contables en la historia o en su vida personal. No obstante, en un momento en que muchos ateos denigran a las iglesias y a la fe como totalmente irracionales y negativas, el libro de Sheiman sirve de útil antídoto para estos superficiales e irracionales ataques a la fe.