Todo comenzó en un contexto muy diferente al actual. Medjugorje, una aldea más de las miles de la Vieja Europa, se encontraba en el corazón de un país musulmán con un gobierno comunista. La población, católica, sobrevivía en un entorno abiertamente hostil desde cinco siglos atrás, en el que los franciscanos sostuvieron la fe escondidos en las familias, ocultando sus hábitos y simulando ser laicos dedicados a tareas del campo o la artesanía. Por las noches, en casas a oscuras, ocultos de sus perseguidores, celebraban los sacramentos, bautizaban, leían la Palabra, casaban y sucedían la tradición cristiana jugándose el cuello. Así durante cuatrocientos años de ocupación otomana. Fueron ellos, los franciscanos, porque el resto del clero, ordinario o religioso, huyó como pudo y a donde pudo ante la llegada del moro. Los únicos que decidieron quedarse en bloque con los fieles católicos fueron los franciscanos.
 
Una tarde de 1981, a un grupo de chiquillos, niños y adolescentes, no se les ocurrió otra cosa que contar que en la ladera del monte Podbrdo, a un kilómetro de la parroquia franciscana de Medjugorje, vieron a «una mujer de una belleza indescriptible, de unos 18 años, morena, con los ojos azules, las mejillas sonrosadas, que vestía un largo vestido blanco con un velo azul que la cubría la cabeza, los hombros y la espalda hasta los pies». La joven chiquilla «llevaba un bebé en brazos, en el regazo, al que no logramos ver pues estaba envuelto en un manto, pero si apreciamos que se movía». Esa tarde, la del 24 de junio, estos niños que no destacaban por su piedad, presa del pánico ante la mujer que los desconcertó de esa manera, huyeron despavoridos llegando a sus casas descalzos, pálidos y sin aliento, y contando una historia que nadie creía, pues ellos, sin haber hablado con ella, estaban convencidos de que esa muchacha era la Virgen María. Ahí es nada.
 
La experiencia se repitió el día siguiente con estos muchachos, a saber, de nombre Ivan, Mirjana, Marija, Ivanka, Vicka y el pequeño y vivaracho Jakov, de diez años. Ese día 25 la joven iba sin bebé, pero se presentó a sus videntes como la Bienaventurada Virgen María, y comenzó entonces una serie de visitas diarias que hasta hoy no han cesado para tres de ellos, levantando un revuelo inimaginable, primero, claro, en la comunista Yugoslavia, donde la Virgen María no podía aparecerse ni como figura de belén, y más tarde y según pasan los años, en todo el mundo.
 
Entre medias, el párroco fue encarcelado y torturado, el obispo del momento, defensor de los muchachos al principio, contrario más tarde, y desde 1993, su sucesor, monseñor Ratko Peric, se ha convertido en su más duro opositor. Sin embargo, en un hecho sin precedentes, el Vaticano le quitó al obispo del lugar su potestad para definirse sobre el evento, considerando su postura tan solo como una «opinión personal», pero nunca como una posición oficial de la Iglesia. Roma sabe bien que tras la Iglesia local de Bosnia y Herzegovina existe un conflicto histórico, el llamado Asunto de Herzegovina, que ha enfrentado durante los últimos cien años a los frailes franciscanos con el clero ordinario, tras su instauración después de la caída del Imperio Otomano. En realidad, dicho conflicto ya no existe, y los doce frailes que atienden la parroquia de Medjugorje firmaron una declaración de obediencia y cooperación con el obispado, poniéndose a las órdenes del obispo en todo. Por eso Roma protege el estudio de Medjugorje desvinculando del mismo a las partes involucradas en la pastoral de la parroquia. Mientras, los testimonios de buenos frutos son apabullantes, desbordan toda capacidad de retención y archivo. Conversiones, vocaciones y curaciones, como si estuviese ocurriendo a la vez Fátima, Lourdes y Guadalupe, son muchas las personas que en Medjugorje cambian de vida dándole un sentido cristiano, entrando en la Iglesia o confirmando fuertemente lo que ya vivían.
 
A día de hoy, en Medjugorje se celebran un mínimo de siete Eucaristías diarias, se reza a diario en la parroquia el Rosario completo, se hace una adoración Eucarística tres días por semana, se reza el Via Crucis los viernes, se confiesa sin parar, los curas visten de curas y las monjas de monjas. Y todo esto sucede en medio de una persecución que no ha dado tregua ni un día tan solo al testimonio de los niños, desde dentro y desde fuera de la Iglesia. Esto hace pensar a los numerosos peregrinos que dicen haber vivido allí una incomparable experiencia de Dios que tal vez su experiencia no sea porque se aparezca la Virgen María, pero también les hace pensar que sí es posible, que sí se aparezca.

La ciencia también le ha intentado meter mano a este lugar en el que se reza sin parar. Ha sido en vano. Las decenas de exámenes médicos y científicos a los que los muchachos han sido sometidos durante estos años, son muy esclarecedores. Sí, estos niños ven y oyen algo en un momento en que parecen ausentarse de la realidad que les rodea, pero sin dejar de estar despiertos y conscientes y sin ningún estimulante externo. Lo que no ha sabido explicar la ciencia es qué ven y qué oyen, eso se lo dejan a la Iglesia, que desde Roma dirige una investigación que llevará tiempo. Mientras, la postura oficial de Roma, refrendada por el cardenal Tarcisio Bertone en varias ocasiones, es que se permite peregrinar allí con toda libertad a todo el que quiera, sacerdotes incluidos, mientras se respete y viva una sana devoción a la Virgen María en el seno de la Iglesia.