Indalecio Prieto nació en Oviedo en 1863. Su madre era una criada en casa de su padre, funcionario modesto, que enviudó de su primera esposa poco antes de que naciera Indalecio, su segundo hijo; después se casó con ella. Murió dejando a su segunda esposa una pensión modestísima y la madre de Prieto, a la que éste demostró un gran respeto y cariño, se vio obligada a emigrar a Bilbao donde entonces afloraban oportunidades de trabajo y sacó adelante a sus hijos como asistenta.

Indalecio Prieto cursó allí estudios primarios y medios en los que se incluía educación religiosa. De inteligencia muy despierta, pluma fácil y cultura aceptable que se extendía a la música popular y a unas lecturas desordenadas, se colocó como auxiliar en El Liberal de Bilbao, donde pronto profesó un periodismo incisivo y brillante que le elevó a la cumbre del periodismo español en el siglo XX.
 
Fue hombre de carácter abierto, profundo sentido del ridículo y reconocido sentido común; no pudo evitar en su larga vida intensos resentimientos, provocados en parte por su modesto origen y en parte por su sensibilidad social, acuciada por la miserable situación de los pobres en la España de su tiempo. Intentó sin éxito algunos negocios industriales y comerciales; pero hizo su carrera en el periodismo y en la política, en la que brilló con su oratoria fluida y contundente.

El cerco de la fe

Prieto conoció al entonces comandante Francisco Franco en 1921, cuando el jefe legionario intervenía gloriosamente en la campaña para la reconquista de la Comandancia de Melilla. Años después, en su famoso discurso de Cuenca para las elecciones del Frente Popular, el 1 de mayo de 1936, Prieto reiteraba el elogio: «Franco es la fórmula suprema del valor: es hombre sereno en la lucha». Trataba de disuadir a Franco para que el general no participara en el Alzamiento que ya se preparaba. Franco no le hizo caso y Prieto le replicó con odio y resentimiento hasta su muerte.
 
Prieto inició su vida política de primera plana al ser elegido como diputado al Congreso por Bilbao en la candidatura socialista de 1918. Ascendió en su periódico El Liberal, del que llegó a ser propietario con gran éxito. Fue un excelente ministro de Hacienda en el primer Gobierno de la Segunda República; en el siguiente, que presidió Manuel Azaña (que nunca entendió a Prieto), fue ministro de Obras Públicas y empezó a realizar la gran política de trasvases y embalses que luego desarrolló el general Franco desde 1939.
 
Cometió el trágico error de preparar la Revolución de Octubre, pero en 1942 tuvo la nobleza de arrepentirse por tal disparate. Organizó con Azaña y el próximo lendakari Aguirre el Frente Popular. Se negó a ingresar en la Masonería, que le pareció ridícula; fue un socialdemócrata que rechazó el marxismo. Ministro de Defensa con Largo Caballero, los comunistas, a quienes trató de recortar su creciente poder, le echaron del gobierno en mayo de 1936.
 
Tuvo que salir de España, donde formó un frente exiliado contra el doctor Negrín, con quien se reconcilió al morir el ex jefe del Gobierno. Financió al exilio con los fondos particulares robados en el Banco de España y trató inteligentemente de crear una oposición unida contra Franco. Desplegó en el exilio una actividad incansable.
 
Mientras Prieto se afanaba en sus empeños políticos, una bendita conjura espiritual le preparaba un asedio implacable que buscaba nada menos que la conversión del político a la religión católica. Los miembros de la conspiración eran el celebre arquitecto bilbaíno don Ricardo de Bastida, la madre mercedaria María del Pilar Reynoso y otra monja de Bérriz que llegó a general de su orden. Las primeras cartas que reproduzco en el libro que pronto será publicado son del año 1945.
 
Prieto estaba tan impresionado por el interés espiritual que demostraban sus corresponsales que llegó a publicar años más tarde un articulo titulado «El cerco de la fe», en el que con profundo respeto muestra su sorpresa y su gratitud a don Ricardo Bastida y las mercedarias de Bérriz. A esta piadosa conspiración se anticipó una importante personalidad catalana que hizo llegar a Prieto un libro profundísimo del canónigo Carles Cardús titulado La nit transparent, que le causó una gran impresión.

La madre Reynoso, testigo de primerísima mano, afirma estar segura de que Indalecio Prieto volvió a creer en el Dios de su infancia y define su trayectoria intima como una «historia de salvación». La prolongada correspondencia espiritual generó en el alma de Prieto una profundísima amistad con sus corresponsales que perduró hasta la muerte del político en 1962.
Indalecio Prieto no escribió libros, pero nos dejó un amplísimo material biográfico en una docena de libros que publicaron sus amigos en ediciones Oasis de Méjico. De esos libros he tomado sus datos biográficos que complemento con las cartas que Prieto envió a la madre Reynoso y constituyen, como ella dijo, una auténtica historia de salvación.
 
La fe recuperada por Prieto aparece en sus escritos como un vacío profundo de Dios, como en el caso del ciego del Evangelio: «Creo, Señor, pero ayuda a mi incredulidad». Prieto miraba al cielo casi todas las noches de su exilio y sintió un hondo impulso espiritual al conocer la obra del astrónomo Fred Hoyle, uno de los descubridores del Big Bang. En su aceptación de lo que él llamó «el cerco de la fe» está la clave de su retorno a Dios.