Justina de Miguel, misionera religiosa franciscana, sigue dando su vida a los 81 años en Senegal en la Pouponnière de Dakar (www.dakarpouponniere.com) , donde gracias a su intenso trabajo acoge en esta casa-cuna a 78 bebés menores de un año.

“Cuando no lloran casi me preocupa más que cuando lo hacen”, afirma esta religiosa, directora de esta casa desde 1996 en una entrevista con La Vanguardia.

Viviendo de donativos y de una escasísima subvención del gobierno de Senegal, esta religiosa hace malabarismos para que sus “niños” puedan ser alimentados y crecer sanos. “Nos han llegado dos pares de gemelos cuyas madres han fallecido durante el parto”, comenta.


Y es que el 80% de los de los niños que llegan a la Pouponnière son huérfanos de madre, un 10% son bebés abandonados y el otro 10% restante son bebés acogidos por causas de tipo social como la enfermedad grave de la madre o una situación de extrema pobreza.

“La mortalidad materna en Senegal sigue siendo muy alta. Es algo que me preocupa muchísimo y en lo que noto que no se han producido avances, a diferencia, por ejemplo de ciertas infraestructuras de comunicaciones, como algunas carreteras, que sí han mejorado”.




La religiosa es ayudada por 11 monitoras jóvenes, que provienen de un hogar para chicas situado en el mismo recinto que la Pouponnière, pero que dirige otra religiosa, una monja polaca. “Ellas también proceden de lugares muy remotos. Cuando llegan, hay muchas de ellas que no saben hablar francés. Aquí les enseñamos,  entre otras materias  -les encanta la informática-, a leer y escribir para que puedan insertarse en el mundo laboral”.

Siempre que es posible, los niños son devueltos a sus familias para que el padre, unos tíos o sus abuelos se hagan cargo de ellos. Para ello, se les asegura un año más de leche que la familia va pasando a recoger por el centro.  Con esta visita más la fiesta anual del árbol de Navidad, sor Justina puede hacer un seguimiento no invasivo de los avances de los niños.


Justina ingresó en las Franciscanas Misioneras de María como enfermera y sus superioras enseguida la enviaron a Senegal. Era el año 1973. Pero sólo estuvo un año aprendiendo francés y casi de paso para Burkina Faso -cuando aún se llamaba Alto Volta-. Ahí pilló la malaria y la cosa se complicó tanto que a los cuatro meses estaba trabajando en el hospital de Niamey, en Níger, donde fue enfermera durante nueve años.

Luego regresó a Burkina Faso y durante otros siete años, trabajó en una maternidad ayudando en partos y el cuidado de bebés. 

Debido a una lesión en un ojo y a que los medicamentos antipalúdicos cada vez la protegían menos regresó a Madrid en 1990 tras 19 años en África. 

Tras seis años en España, y "más o menos recuperada", volvió a África, a la Pouponniere de Dakar, en la que todavía sigue, pero de donde espera ser sustituida en breve