Matthew Shing es un sacerdote de la orden de los dominicos en Myanmar

(la antigua Birmania), que procede de una familia budista, creció en un ambiente de mucha pobreza y fue educado en una residencia parroquial cristiana.

Allí conoció la fe y quedó impresionado por la entrega de los sacerdotes, religiosas y seglares. En este ambiente de estudios descubrió que Dios le llamaba para ser sacerdote. Pero fueron necesarios muchos año y peripecias para conseguirlo en un país budista donde los católicos son apenas un 1%. 

Este es su testimonio, que explica en el contexto de la Jornada para las Vocaciones Nativas (para ayudar con Obras Misionales Pontificias a las vocaciones en países de misión haga clic aquí)


Matthew Shing, sacerdote dominico de Myanmar

Nací en un lugar remoto y aislado cuando Myanmar, mi país, pasaba por una situación política y económica de aislamiento internacional.

Experimenté muy de cerca penuria, pobreza e inseguridad. Aunque mis padres eran empleados del gobierno, las dificultades socio-económicas de mi país no permitían soñar con grandes aspiraciones a excepción de hacer todos los sacrificios necesarios para  terminar mis estudios de bachillerato.

Mi madre, cuya familia era budista, me envió a “boarding house” (residencia parroquial) para que pudiera estudiar. Allí conocí la fe cristiana, siendo testigo de la dedicación del párroco y un grupo de religiosas y de seglares comprometidos con la misión que se ganaban el aprecio de mi familia, y de todos los vecinos.

Estos seglares comprometidos, y mi familia me ayudaron y animaron a continuar mis estudios. Fue entonces cuando la idea que rondaba mi cabeza, ser seminarista, comenzó a tomar cuerpo, pero el párroco me pidió que permaneciera un año más en la residencia de estudiantes de la parroquia. A mi madre tampoco le gustaba la idea.

Ahora sé que si no hubiera estado en la residencia, no se me hubiera planteado mi vocación religiosa. Después de un año quise entrar en el seminario, y el párroco me pidió nuevamente que continuara un año más en la residencia.

Allí conocí a una anciana a la que ayudaba llevándola leña para que pudiera cocinar y me dijo “que un día yo también sería sacerdote”, entonces se me escapó la risa…


Ante la imposibilidad de entrar en el seminario decidí trasladarme a Yangon, trabajar e iniciar los estudios en la universidad. Busqué un trabajo en un hotel con el doble propósito de sostenerme y de practicar el inglés que comprendía era una necesidad para mi futuro.

Allí me encontré casualmente con el único dominico birmano que me animó a ingresar en la Orden de los Dominicos prometiendo ponerse en contacto conmigo cuando terminara los estudios.

En Yangón vivía con mi hermana y juntos fuimos de peregrinación a un santuario mariano. Fue allí donde realmente sentí paz y urgencia de discernir sobre mi vocación. Este pensamiento me dio paz y comencé a sentir la urgencia de volver al santuario para orar, tener un día de paz y pedir ayuda e inspiración.

Pero al mismo tiempo me asaltaba el miedo y la posibilidad de que no fuera capaz de completar los estudios y superar las atracciones que también la sociedad comenzaba a brindar.

Con un buen dominio del inglés y la universidad terminada el futuro era halagador.


Mi abuelo consideraba a los sacerdotes como servidores e instrumentos de alternativas para la juventud. En la residencia parroquial cristianos y budistas deseaban tener plaza por el nombre y el respeto que los alumnos habían conseguido con su preparación.

En mi familia por parte materna con marcada tendencia budista no veía mal mi presencia  como tampoco mi tío monje budista que estuvo presente en mi ordenación hace un mes.

Fueron los misioneros antes del exilio [los misioneros extranjeros fueron expulsados por el régimen birmano, ndReL] los que hicieron patente la necesidad del estudio y mi abuelo nunca lo olvidó. “Estudia para encontrar puertas abiertas y tener esperanza de un futuro más digno”.


Ahora soy sacerdote Dominico. Mirando retrospectivamente me pregunto cómo he logrado llegar hasta la meta de mi ordenación, recuerdos de infancia, de penurias, de sacrificios, de escasez en la residencia, las dificultades de combinar estudios y trabajo, los desafíos, las noches en que al llegar a la cama no tuve fuerzas para quitarme la ropa y los halagos y atracciones de una sociedad que comenzaba a despertar ofreciendo todo aquello que el hombre anhela.

Sé que humanamente no se puede explicar mi peregrinar al encuentro de la vocación, y como he ingresado en la orden de los Dominicos pero ya soy parte de ella, y a veces me pregunto cómo ha sido posible.

Sí creo, sí quise decir sí a la llamada y respondí “aquí estoy porque he sentido tu llamada”.

Espero permanecer fiel al compromiso que libre y conscientemente he adquirido de dedicarme al estudio, a la oración, a la predicación y al servicio ministerial sin descanso ni reservas.

El Señor ha sido mi compañero silencioso que providencialmente ha guidado mis pasos desde la infancia. Fue Él quien removió los obstáculos que aparecían en el camino. Ahora entiendo que de una forma progresiva y humanamente incomprensible me fue llevando para que lograra encontrar la vocación que eventualmente he abrazado. Pido que Él me haga caminar al encuentro de su voluntad y que los que me quieren me ayuden rezando por mí.

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