En la misa diaria tiene 2 fieles japoneses. En la dominical, unos 25, pero vienen inmigrantes filipinos, vietnamitas, bolivianos, peruanos, una pareja de chinos, algún estudiante africano. Un centenar, no más. ¿Para esto ha entregado su vida como misionero el padre Pedro Tomaselli, de 42 años, brasileño? ¿No tendría miles de feligreses en su país, quizá el más alegremente católico y fervoroso del mundo?

“Es necesario dejar el éxito en manos de Dios, porque si uno dependiese de sus propios resultados huiría inmediatamente de Japón”, responde Tomaselli, misionero del PIME (Pontificio Instituto de Misiones Extranjeras), en Japón desde 2008.

Es párroco en dos comunidades que están a unos cuarenta minutos la una de la otra, Ashikaga y Sarro, en la provincia de Tochigi, en el Norte de Tokio.

Ya siendo seminarista, explica en AsiaNews, tuvo cierto deseo de ser misionero en Japón, escuchando a otros misioneros. Estudió 4 años en Filipinas, fue animador misionero 3 años en Brasil, y en 2008, con 33 años, lo enviaron al país del Sol Naciente. 


-No, empecé de cero. Estuve dos años en Tokio en la casa regional del PIME. Otro año con los franciscanos del lugar. Después, otros 12 meses con un cura japonés en dos parroquias, en la provincia de Gunma. Pero después de 9 años admito que  todavía tengo dificultades para comunicarme.

Llegué a Ashikaga, en el Norte de Tokio, donde me ocupo de una parroquia de carácter internacional. Me ocupo también de otra parroquia,  que se encuentra no muy lejos. Vivo solo, en la casa parroquial.

»Los japoneses que participan en la misa dominical son 25, si bien en la lista parroquial tengo 187 inscriptos. También hay filipinos, vietnamitas, bolivianos, peruanos, una pareja de chinos y algunos estudiantes africanos. Una de las Lecturas siempre se lee en japonés. La otra, tal vez en vietnamita, en filipino o en inglés. Los cantos son en español. A la misa diaria, en cambio, sólo vienen 2 personas.

Los extranjeros son una ayuda y una riqueza para la Iglesia japonesa. Sin ellos la mayor parte de las comunidades no sobreviviría. Son fundamentales para la evangelización.


- En particular dos familias que me han abierto sus corazones, y también yo a ellos. Un hecho bastante raro. De hecho, los japoneses entienden la amistad como un intercambio de favores. Yo te doy una cosa o hago algo por ti y tú me das una cosa a mí o haces algo por mí, entonces somos amigos. No es que esté mal, pero es distinto del amor gratuito que nos enseñó Jesús. También hay que decir que no se acostumbra abrir la casa propia a los demás. Una vez me alegré porque finalmente había recibido una invitación, pensaba que iríamos a su casa, pero no, ellos vinieron a buscarme para ir a un restaurante.

Sucedió que los ladrones entraron tres veces en la iglesia y en la casa parroquial. Me explicaron que en Japón, si una persona es capaz de violar la propiedad privada es capaz de cualquier tipo de violencia. Estaba tan asustado que no lograba dormir. Y un poco egoísta rezaba: “Señor, no quiero morir de un modo tan mezquino”. Fue entonces que mi amigo se presentó una noche en la casa parroquial y me dijo: “Me quedo aquí a dormir contigo, estás cansado y debes descansar”. No, no”, le dije haciéndome un poco el ceremonioso,  al modo japonés, “tienes tu familia, debes volver a casa con ellos”. Pero él insistió y por algunas noches vino a acompañarme. Tiene 70 años, se convirtió al cristianismo hace unos 20 años, tiene cuatro hijos, uno de ellos es sacerdote.

Ellos son de Nagasaki. Él ya era católico, ella no era cristiana. O, mejor, decía que era un poco sintoísta y un poco budista. Que amaba sentirse libre. “Vamos” le decía, “pero entonces tienes un corazón cristiano”. Ella sonreía. Puesto que ella tiene una particular sensibilidad hacia los pobres expresaba una cierta admiración por la Madre Teresa de Calcuta, pero nada la tocaba. Después de tres años (hace un año) vino y me dijo: “Empecemos a estudiar”. Después pidió el bautismo.


- Porque ser japonés es ya de por sí casi una religión. Le pregunté a un joven. “¡Cuál es tu religión?” Y él me respondió. “Mis abuelos eran un poco sintoístas y un poco budistas, mis padres un poco budistas y un poco indiferentes, yo soy japonés”. Y sobre la ola del sincretismo, sin embargo me confió que a él le gustaba el matrimonio católico.

Jamás un obispo o cura en Japón diría que debemos imitar a Corea. Lo impide el orgullo. Lo impiden cuestiones históricas irresueltas que salieron a flote en estas semanas. Pero es innegable que la situación es distinta.

»Si pienso en Brasil, con sus apenas 500 años de historia, en su crisol de razas, ciertamente veo una mayor apertura frente a la novedad. Sin embargo no podemos decir que la cultura milenaria de Japón sea de por sí un obstáculo a la novedad del Evangelio. El punto es siempre llegar a tocar el corazón de las personas. La mentalidad japonesa apunta a a la competencia, a la victoria, pero frente al inevitable fracaso en la vida es el fin. Los fracasos no son una ocasión para crecer, sino un drama que a veces termina en tragedia. Basta pensar en los innumerables casos de depresión y de suicidios. Muchas personas que se acercan a la Iglesia viven estos problemas. Para ellos tenemos un anuncio de esperanza.

La idolatría del dinero y del trabajo está muy difundida. A menudo no es la familia lo que más cuenta, sino la empresa en la cual se trabaja. Incluso hay una tendencia a hacer notar que se está más ocupado de lo que realmente se está. Es todavía muy fuerte la concepción por la cual el japonés no es capaz de concebirse como individuo, sino en grupo. Si le preguntas. “¿Quién eres?” Te responde: “Pregúntaselo a mi vecino”. Nada sería más equivocado que hacerle notar estos defectos. Antes hay mucho que aprender y compartir. Me viene a la mente su gentileza, la honestidad, la limpieza, el orden…Se necesita escucharlos.

Pienso en el padre Marco Villa del PIME, que en la estación de trenes de Koshygaya abrió un centro de escucha. En Japón es cada vez más difícil encontrar a alguien que te escuche. En particular los familiares, siempre están tan ocupados y aburridos, no soportan las quejas de quien no quiere estar inmerso en el ritmo general. Hace cinco años el padre Marco dejó un poco de lado la predicación y comenzó a escuchar. A partir de esa decisión ya nacieron muchas amistades y se realizaron los primeros bautismos.

Piense que en la estación de trenes de Shinjuk, los empleados, antes de empezar a relacionarse con el público son llamados a hacer ejercicios físicos con los músculos faciales para aprender a hacer una hermosa sonrisa. Y si bien no es muy sincero, dicen que esto hace mucho bien. Ciertamente, con la alegría profunda del Evangelio, no tendríamos necesidad de ello.