En los años 80, cuando en China se hablaba de “cristianos chinos”, se pensaba aún en ancianos de regiones rurales que mantenían la fe cristiana de sus padres porque a los funcionarios estatales no les salía a cuenta intentar combatirla en zonas remotas o con población envejecida.

Pero sus hijos y nietos en los años 90 emigraron a las ciudades, se apuntaron a la universidad y contagiaron su fe a sus compañeros de clase.

Los cristianos en China no son ni un 1% de la población. Pero una encuesta de 2008 sobre población universitaria detectó que en la Universidad Ren Ming de Pekín eran cristianos casi el 4% de los estudiantes, y en las universidades de Shanghai lo eran casi el 5%.

Según explica un análisis de Tang Xiaofeng sobre estas cifras (en Gospel Times, octubre de 2009), muchos estudiantes esperan precisamente a acabar sus estudios antes de bautizarse, por lo que las cifras serían mayores si contabilizasen adultos jóvenes ya graduados.



En toda Asia hay universidades e institutos educativos católicos o protestantes donde hindúes, budistas o musulmanes pueden estudiar y conocer la fe cristiana. Pero en China no se permiten estos centros: la fe se transmite de persona a persona.


Un ejemplo que se suele dar –y lo recoge el libro Al otro lado de la Gran Muralla, de Kin Sheung Yan- es el de Jin Tianming, hijo de familia campesina, que se convirtió al cristianismo evangélico estudiando en la prestigiosa Universidad Tsinghua de Pekín. Organizó un grupo de oración y Biblia en 1993 en casas, en 2001 ya eran 13 comunidades, en 2008 eran 10.000 miembros… y ha seguido creciendo (sin que falten detenciones y persecuciones). Sus conversos son profesores, médicos, abogados, estudiantes, es decir, la intelligentsia de las ciudades de la costa.

Kin Sheung Yan explica que este fenómeno lo están llamando en China “laoban jidutu”, es decir “cristianos jefes o empresarios”. “Son patrocinadores entusiastas, organizan y participan en actividades de interés social y en la evangelización”.


Mientras en Europa hay partidos “conservadores” o liberales que quieren que el domingo sea un día de trabajo como cualquier otro, Kin Sheung Yan cuenta el caso de un empresario católico que dirige una compañía de 3.000 trabajadores en Ningjing, Hebei, y que desde 2011 estableció que en su empresa el domingo sería festivo para todos, cristianos o no, algo insólito en China. Su productividad ha aumentado… y muchos trabajadores se han interesado por la fe.

En otros casos, los empresarios cristianos llenan las oficinas y fábricas de enseñanzas de la Biblia a favor del trabajo honrado (es decir, ética laboral judeocristiana) y organizan encuentros de oración y Biblia en las mismas dependencias de la empresa.


Otro fenómeno curioso de las universidades chinas es que en ellas se relacionan los cristianos de comunidades oficiales y los de comunidades clandestinas, los cristianos nacidos en la ciudad y los llegados del campo, los católicos y los protestantes: es un auténtico crisol para tender lazos. Lo aprendido en la universidad con otros cristianos puede volver a enriquecer su comunidad cristiana de origen, quizá rural o atrasada o aislada.



Hay lugares del campo donde los cristianos no se atrevían a poner en marcha iniciativas. Pero si sus estudiantes van a Xianxian (Cangzhou) y ven allí que la diócesis ha creado 20 clínicas, 6 escuelas, una residencia de ancianos y un hogar para niños discapacitados pueden volver a su región con nuevas ideas para el emprendimiento aprovechando las diversas complejidades del sistema chino.

Aunque no hay cifras estadísticas reales para demostrarlo, hay cierto consenso entre los cristianos chinos de que las comunidades evangélicas están difundiéndose con mucha más rapidez que las católicas, al adaptarse bien con métodos de evangelización y oración en casas y en lugares de trabajo.

Liu Dechong es uno de los analistas citados en Al otro lado de la Gran Muralla que propone “aprender unos de otros”, asegurando que católicos y protestantes se complementan y tienen mucho que enseñarse mutuamente. 



Para el futuro, Kin Sheung Yan, misiólogo por la Universidad Gregoriana de Roma, que escribe desde Shanghái, cree que la Iglesia católica necesita mejorar mucho la formación de sus sacerdotes y religiosas (por ejemplo, estudiando en el extranjero), aprovechar más ocasiones para el trabajo caritativo y solidario, trabajar más el tema de la inculturación de la fe (el “rostro asiático de Cristo”) y apoyarse en los nuevos movimientos laicales, que en China aún son pequeños.

“Hay muchos grupos de laicos que brotan espontáneamente en muchas parroquias en busca de una espiritualidad relevante hoy en día. El Espíritu Santo está concediendo dones y trabajando en estas personas, trae alegría y entusiasmo y libera en ellos una energía y esperanza nuevas. Estos grupos son una prueba más de que es hora de dar la bienvenida a la nueva primavera que el Espíritu Santo ha traído a la Iglesia”, asegura el autor.

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