La Revolución Cultural en la China maoísta se presentó como una renovación hace 50 años para purgar a la China comunista de sus viejos cuadros y poner al mando una nueva generación de líderes más comprometidos y convencidos del ideario socialista maoísta.

En realidad, la campaña pretendía ocultar la desastrosa gestión del presidente Mao en el llamado "Gran Salto Adelante", que causó 35 millones de muertos por hambre.

En esta Revolución Cultural que duró unos 10 años grupos enteros podían ser considerados sospechosos de "contrarrevolucionarios" y deportados a campos de trabajo y prisiones (al menos 4 millones de chinos lo sufrieron) y otros muchos fueron ejecutados (al menos 1,7 millones).

Ha pasado medio siglo y las autoridades chinas no quieren hablar del asunto, y tampoco en Occidente hay muchas ganas de recordar los horrores del gran socio comunista. Pero el padre Bernardo Cervellera, de la agencia misionera AsiaNews, ha escrito unas líneas sobre esta efeméride que recogemos por su interés. 

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Hace cincuenta años, el 16 de mayo de 1966, Mao Zedong lanzó una campaña para eliminar a sus rivales, dando comienzo al período de la historia china que se dio en llamar la “Revolución Cultural”.

En un intento por esconder sus errores durante la campaña del Gran Salto Adelante (que condujo a la muerte por inanición de al menos 35 millones de personas), Mao instó a los jóvenes a alzarse contra los “antiguos” miembros del Partido para “purgar” la sociedad.



En esta verdadera y auténtica guerra civil, los hijos condenaron a muerte a sus propios padres, los estudiantes a sus docentes, los jóvenes Guardias Rojos a los ancianos del partido y del ejército.

Se calcula que en dicho período, que se prolongó hasta la muerte de Mao en 1976, murieron al menos 1,7 millones de personas. Fueron al menos 4 millones de chinos los que padecieron la cárcel o los campos de trabajos forzados; entre ellos, hubo muchos intelectuales, profesionales y personalidades religiosas.

Bajo el eslogan de una “revolución permanente”, Mao instó a los jóvenes a combatir y destruir a los “cuatro antiguos”:

- las costumbres,
- las tradiciones,
- la cultura,
- el pensamiento.


Además de llevar adelante la matanza de personas, fueron destruidos libros, pinturas, edificios, templos, congelando por más de 10 años el estudio y la profundización sobre la cultura china, sobre las religiones, e interrumpiendo las relaciones con universidades y comunidades internacionales (entre ellas, las Iglesias y el Vaticano).

Este período es recordado por los chinos con angustia, y es definido como “el gran caos” (por Luan), aunque esto no sea dicho públicamente.

Por eso, no resulta sorprendente –a pesar de que sea más bien extraño- que hoy ningún periódico de China haya recordado este aniversario, que ha incidido y herido la memoria y el miedo de los chinos.



Y resulta curioso que, mientras que muchas universidades extranjeras estudian este período tan determinante para la historia de China, en el Partido, en cambio, no se permite ningún estudio profundo al respecto, ni debate público alguno en torno al tema.

En marzo pasado, al acercarse la fecha del aniversario, una editorial de Global Times, la revista del Diario del Pueblo, puso en guardia a cualquiera que osara presentar interpretaciones o reflexiones sobre la Revolución Cultural que fueran diversas de la interpretación oficial.

“Las reflexiones son normales… –se lee en dicho texto- pero las mismas no deben agregar nada o cambiar el veredicto político oficial”.



El veredicto político al que se hace referencia es el que emergiera del Partido en 1981, según el cual dicho período fue “una catástrofe”, que ha de ser atribuida fundamentalmente a la famosa “Banda de los Cuatro”, los estrechos colaboradores de Mao Zedong.

Nada se dice sobre la responsabilidad de Mao, quien supo definir la Revolución cultural como uno de sus mejores resultados.

Todavía hoy, el Partido no se atreve a levantar el velo que pende sobre las responsabilidades del “Gran Timonel” y sobre las de los otros cuadros, y 50 años después, no ha habido justicia alguna para las víctimas, ni pedido de disculpas alguno a quienes han sufrido.

El problema reviste actualidad, porque muchos observadores, tanto en China como en el exterior afirman que el país está yendo rumbo a una nueva Revolución cultural: prueba de ello es el gran control ejercido sobre los medios, sobre Internet, sobre la enseñanza académica, sobre las religiones, así como el hecho de que en el aire gravita un nuevo culto de la personalidad que alaba al presidente Xi Jinping.

De acuerdo a muchos reformistas, el desastre y la violencia de la Revolución cultural deben ser estudiados porque ésta muestra la fragilidad del sistema construido por Mao, con la identificación del Partido con el Estado, y la centralización del poder en una sola persona. Por este motivo, ellos piden que se lleven a cabo reformas de tipo económico –valorizando las empresas privadas y dejando que el mercado decida la suerte de las gigantescas empresas estatales – pero también de tipo político, garantizando la independencia de la magistratura, favoreciendo las elecciones internas, dando mayor libertad a la sociedad civil. 

En tanto los reformistas desean una sociedad más liberal, que dé un mayor respiro a la economía, existen también grupos que desean un regreso a la Revolución cultural, o bien piden un reforzamiento del Partido-Estado, acusando a la modernización económica de haber destruido el ideal maoísta de igualdad, dando lugar a la corrupción y abriendo un profundo abismo entre ricos y pobres. 



Quizás ha de atribuirse a esta facción el espectáculo oficial celebrado el 2 de mayo pasado en la plaza Tiananmen, en el cual un coral de “56 flores” rindió homenaje a Mao llenando el aire de “canciones rojas”, en las cuales se exalta “el sol eterno del pensamiento de Mao Zedong” y el “ceñirse al Partido” de las masas revolucionarias.

Las diferentes posiciones dan lugar a una lucha interna, pero en las cuales, no obstante, domina la personalidad de Xi jinping, que, en definitiva, exige que se silencien las críticas al Partido, temeroso de que en China ocurra lo que sucedió al Partido comunista soviético.

El aniversario de la Revolución cultural debiera ser también una ocasión de revisión para todos esos políticos e intelectuales occidentales que en ese entonces alababan a Mao y a la “revolución permanente” como si fuese el paraíso terrenal, y que escondían los hechos de violencia, las torturas, las devastaciones.

Los silencios occidentales de entonces son similares a los silencios de hoy. Con una diferencia: ayer, se pretendía salvar la ideología maoísta; hoy, se quieren salvar las inversiones chinas en Europa, o bien, las inversiones europeas en China.

Pero la conclusión es siempre la misma: es el pueblo quien sufre.

En el vídeo, algunas imágenes de la Revolución Cultural en los años 60