Godiya Ousman descuelga una bolsa de la pared y saca un libro viejo, con las tapas de piel negra gastadas y las hojas amarillentas. En la portada, hay una palabra en letras plateadas: Biblia.

Cuando la abre, el viento golpea la estructura de tela y ramas de su choza en el campo de refugiados de Dar es Salaam, a la orilla del lago Chad. Godiya escoge una página cualquiera y lee con la cadencia cortada. “No tengo gafas y no veo mucho”, se excusa.

Como punto de libro, utiliza una cartulina blanca con una cruz dibujada delante y que es una declaración de principios: es su cartilla de bautizo. No es sólo eso. Ese trozo de cartón también es una condena a una huida constante.


Godiya nació hace 50 años en Chibok, la misma aldea donde 276 niñas fueron secuestradas en abril del 2014 por la secta yihadista Boko Haram.

Godiya salvó a sus ocho hijos porque el miedo le empujó a huir de su hogar tres semanas antes de aquel secuestro masivo. “Habían atacado antes la ciudad y se corrió el rumor de que volverían. Nos fuimos. Boko Haram vive para matar. Han matado a muchos de mi familia. Los cristianos de Nigeria estamos sufriendo mucho”, dice.

En realidad, la banda fundamentalista Boko Haram, cuyo nombre se traduce como “la educación occidental es pecado” mata sin atender a Dios. Entre sus 25.000 asesinatos desde el 2009, los extremistas han matado a musulmanes, cristianos y animistas sin distinción; e incluso han atentado contra imanes moderados. Pero la comunidad cristiana no tiene donde esconderse.

“Nuestra religión no es aceptada –explica Godiya–, Boko Haram mata a los pastores, destruye las iglesias... Si ven que un cristiano sale a vender algo al mercado, en uno o dos minutos aparecen, te matan y nadie dice nada. Espero que las cosas cambien porque la situación es muy difícil”.


Nigeria tiene la mayor población cristiana de África y la sexta del mundo, con más de 78 millones de fieles, pero el quid de la cuestión es una línea recta. Si trazáramos una raya de este a oeste en el centro del país, la mayoría musulmana, 77 millones, habita las regiones del norte (con 12 estados donde impera la charia), y las tierras del sur son principalmente cristianas.

Precisamente en ese norte mayoritariamente musulmán, los salesianos abrieron el año pasado su primera misión, una parroquia y escuela, en Koko. Aunque la presencia de Boko Haram no es tan fuerte como en el noreste, el religioso argentino Jorge Crisafulli, superior salesiano para África Occidental que lleva 20 años en la región, no esconde las dificultades de una misión cristiana en una zona donde la discriminación y las restricciones son una rutina diaria: “Los cristianos no tienen acceso a cargos públicos, no se puede predicar a Cristo abiertamente en calles y no se permiten manifestaciones públicas de la fe, no se aceptan conversiones de musulmanes. Los jefes de algunas aldeas no han querido cedernos terrenos para levantar capillas. Cambia la situación si se trata de una escuela”.


Desde su choza de refugiada, Godiya es el último eslabón de esa marginación diaria de los últimos cristianos del norte nigeriano. Ella lleva veinte meses huyendo. Primero corrió hacia el sur de Nigeria y luego hacia Chad, adonde llegó hace poco tiempo. Para ella, tres ollas en un rincón del refugio son lo más parecido a un hogar. Es lo único que conserva.

Pero más que la huida constante, e incluso más que la muerte, a Godiya le aterra caer en las zarpas de Boko Haram. Los yihadistas, además de usarlas como esclavas sexuales o a forzarlas a matrimonios con guerrilleros, las obligan a convertirse al islam. Godiya conoce decenas de casos. “Pero nosotros siempre vamos a ser cristianos, vamos a seguir nuestra religión”, dice.

En un vídeo emitido semanas después del secuestro masivo de las niñas de Chibok, el líder de Boko Haram, Abubakar Shekau, dijo que varias de las chicas se habían convertido voluntariamente al islam. “Las obligaron”, escupe Godiya.

Crisafulli lo ratifica: “A veces, si la persona no quiere convertirse, entonces la única salida es la tortura y la muerte”.


Pero el misionero salesiano advierte que es un error reducir el conflicto a un choque religioso.

Además de la cuestión política –Boko Haram, que juró lealtad al Estado Islámico en mayo, quiere crear un califato islámico– el poder y las diferencias económicas entre el sur desarrollado y el norte olvidado también son claves para entender la situación.

Las carencias sociales también están en la raíz de la situación en una región donde antes del conflicto ya había 11 millones de niños sin escolarizar. “Uno de los graves fallos del Gobierno –apunta Crisafulli– ha sido no tratar mejor la educación y salud. La educación y el desarrollo son armas importantes en la lucha contra el fundamentalismo islámico”.

Boko Haram lo sabe y hurga en esa herida. La semana pasada, Unicef denunció que la violencia de la banda ha dejado sin escuela a un millón de niños más.

Desde 2013 Ayuda a la Iglesia Necesitada mantiene una campaña de apoyo a los cristianos de Nigeria aquí