La idea nace en la diócesis de Ivrea: una Via Crucis dedicado a los cristianos perseguidos del mundo, en el que cada estación corresponde a un caso, a una comunidad cristiana atacada, a un país. Y nosotros queremos retomar esta idea y proponer hasta el Viernes Santo, cada día, una historia de un cristiano o de un grupo de cristianos. Una historia de persecución, pero también de testimonio de fe. Porque así experimentamos la comunión con nuestros hermanos, podemos rezar por ellos y también aprender de ellos a vivir la fe en las circunstancias que Dios nos da. Y desear nuestra conversión más que otra cosa.


Salem Matti Kourk tenía 43 años. Era cristiano, vivía en Bartalah, una ciudad situada en la Llanura de Nínive, en Irak. Cuando el 8 de agosto de 2014 Bartalah fue conquistada por los milicianos del Estado Islámico, el Califato de Abu Bakr al Baghdadi, la mayor parte de los cristianos ya había abandonado la ciudad, añadiéndose a los centenares de miles de prófugos acosados por el avance de las milicias yihadistas. Salem fue uno de los pocos que se quedó porque, debido a sus problemas cardíacos, no podía enfrentarse al viaje con el resto de su familia.

A partir de aquel día permaneció escondido en casa. Salió el 1 de septiembre por primera vez, empujado por el hambre, para buscar alimentos y agua pues se le habían acabados todas las reservas. Pero los yihadistas lo arrestaron en un puesto de bloqueo en el centro de la ciudad, frente a la iglesia de la Virgen María. Los milicianos querían que se convirtiese al islam, le ordenaban que abjurara del Cristianismo. Salem se negó. Lo torturaron hasta morir, pero él no cedió. Después arrojaron su cadáver en la calle donde permaneció hasta que unos transeúntes lo recogieron y le dieron sepultura.

La situación de los cristianos de Irak empeoró dramáticamente en 2014, con el nacimiento del Estado Islámico que hoy controla amplias extensiones del país. En el Califato, a partir de junio de 2014, entró en vigor una estricta versión de la ley coránica. Los cristianos están obligados a convertirse o a pagar la dhimma, la tasa tradicionalmente impuesta por los musulmanes a los "infieles". Todos los cristianos en el Estado Islámico están en grave peligro, pero los más amenazados son los musulmanes que han abjurado y se han convertido al Cristianismo.


Kim Sang-Hwa es la hija del jefe de una iglesia clandestina de Corea del Norte. Supo que sus padres eran cristianos cuando, con 12 años, descubrió por casualidad una Biblia escondida en un cajón. "Empecé a temblar –cuenta–, estaba aterrorizada. El descubrimiento podía costarme la vida. ¿Qué tengo que hacer?, me preguntaba. ¿Tenía que hablar con mi profesor? ¿O ir al funcionario de seguridad? Volví a poner la Biblia en su sitio y durante 15 días no pensé en otra cosa. Sabía que era mi deber denunciar el libro ilegal. Pero por otra parte se trataba de mi familia".

Al final Kim habló de ello con su padre. Así descubrió que era cristiana. A partir de ese momento, sus padres y abuelo le hicieron leer la Biblia y le enseñaron a rezar, advirtiéndole siempre que no hablara de ello con nadie. "Rezábamos susurrando por temor a que alguien nos oyera. Ni siquiera mis hermanos mayores sabían la verdad". A veces se reunían con otros fieles para rezar y leer la Biblia juntos, pero siempre con el miedo de que en los encuentros participaran espías. Ahora Kim vive en Corea del Sur. Consiguió huir, es libre, pero ha tenido que pagar el precio de estar siempre separada de su familia.

Corea del Norte es el país en el que los cristianos sufren las persecuciones más duras. El régimen comunista de Kim Jong-Un prohíbe cualquier práctica religiosa, incluso rezar y leer textos sagrados solos, en privado. La mínima infracción se castiga con torturas, reclusión durante años o para toda la vida en cárceles o campos de trabajo y, en los casos más graves, con la muerte. Casi un tercio de los coreanos detenidos actualmente en los terribles campos de trabajo del régimen son cristianos: de 50.000 a 70.000 personas cuya única culpa es creer en Dios.


Cuando en 2009 la policía fue a arrestarla, Asia Bibi, joven cristiana católica madre de cinco hijos, no entendió inmediatamente el porqué. Había tenido una discusión con algunas compañeras de trabajo musulmanas, nada serio, así creía ella. En cambio ellas la habían denunciado, acusándola de haber dicho palabras ofensivas contra Mahoma: una acusación gravísima en Pakistán, donde Asia vive y donde la ley castiga la blasfemia –ofender la fe con palabras y acciones– incluso con la pena de muerte.



En 2010 Asia fue condenada a muerte mediante ahorcamiento. En 2014 la sentencia fue confirmada en segundo grado. Ahora se espera el resultado del recurso en el Tribunal Supremo, tercer y último grado del juicio. Asia está en la cárcel desde 2009. El juez Naveed Iqbal, que fue el primero en condenarla, fue a visitarla un día para ofrecerle revocarle la sentencia a condición de que se convirtiera al islam. "Le di las gracias de corazón por su propuesta –relata Asia– pero le respondí honestamente que prefería morir como cristiana que salir de la cárcel como musulmana. He sido condenada porque soy cristiana –le he dicho–, creo en Dios y en su gran amor. Si usted me ha condenado a muerte porque amo a Dios, estaré orgullosa de sacrificar mi vida por Él".

En Pakistán el 97% de la población es musulmana. Pequeña minoría discriminada, mal vista y aislada, los cristianos viven con la angustia de ser acusados de blasfemia, pretexto fácil usado a menudo por venganza, despecho, chantaje o como arma en conflictos de interés. Por haber pedido la anulación de la ley sobre la blasfemia o, por lo menos una reducción de las penas previstas, en 2011 el gobernador del Punjab, Salman Taseer, y el ministro para las minorías, el líder católico Shahbaz Bhatti, fueron asesinados a pocos meses de distancia uno del otro.


El pastor Zakaria Jadi estaba participando en la propia iglesia en un encuentro con otros sacerdotes ese 16 de enero de 2015 cuando en Níger estalló incontrolada la violencia contra los cristianos. El padre Jadi, ante los primeros ataques, corrió a avisar a sus compañeros para que pusieran al seguro a las familias. Cuando volvió, encontró la iglesia y su casa destruidas.

Ese día y el sucesivo fueron saqueadas e incendiadas 45 iglesias y otros edificios religiosos y se desencadenó una verdadera y propia caza a los cristianos, con el resultado de al menos 10 víctimas, una de las cuales fue encontrada carbonizada dentro de una iglesia católica. Cuando la situación se tranquilizó, los sacerdotes de la archidiócesis de la capital Niamey participaron en una ceremonia simbólica delante de la estatua dañada de la Virgen María, pero no destruida del todo, por el incendio de la iglesia de San Agustín.

El domingo sucesivo todos los párrocos celebraron la misa sin vestiduras, pues habían desaparecido, en iglesias improvisadas con sillas alquiladas y con mesas como altares. Muchos fieles donaron parte de su salario, todos se pusieron a disposición para limpiar, quitar los restos destruidos, reparar los daños y, apenas fuera posible, reconstruir las iglesias.

El 80% de la población de Níger es musulmana. El país normalmente no figura entre los países en el que se verifican graves persecuciones contra los cristianos. Pero la furia de esos días ha dejado huella en la minoría cristiana. Además de las iglesias, se destruyeron conventos, escuelas, un orfanato. Los negocios de los cristianos fueron saqueados. Sucedió siguiendo la ola de protestas populares organizadas en todo el mundo islámico a causa de las viñetas irreverentes sobre Mahoma publicadas en Charlie Hebdo, la revista satírica acusada de blasfemia y castigada en enero con el exterminio de su redacción.


En Laos, en el verano de 2014, seis familias cristianas de etnia Hmong, unas 25 personas entre adultos y niños, fueron obligadas por la fuerza a dejar su aldea, Ko Hai. Sin casa ni medios de subsistencia, con los escasos indumentos y objetos que pudieron coger y transportar, desde entonces están acogidos provisionalmente en otra aldea del mismo distrito. Las seis familias se han granjeado la enemistad del resto de la comunidad por su negativa a volver a la religión tradicional, animista, practicada por la mayor parte de los habitantes de Ko Hai y alrededores.

Los jefes de sus aldeas, con el apoyo de las autoridades locales, arrestaron en julio a dos de ellos y en la cárcel intentaron hacerlos abjurar. Vista su resistencia, un mes después los liberaron, pero siguieron ejerciendo presión, intimidando a las familias y al no conseguir que renunciaran a la fe cristiana, las expulsaron. Otros dos cristianos Hmong están en la cárcel desde noviembre por la misma razón: negarse a abjurar. Forman parte de un grupo de siete cristianos, entre los cuales un muchacho de 14 años, arrestados en el noroeste del país.

En Laos los cristianos son aproximadamente 192.000, menos del 2% de la población. El 67% de los laotianos son budistas y el 31,5% animistas. Sobre todo en las zonas rurales, quien se convierte al Cristianismo y se niega a venerar a los antepasados y a los espíritus corre el riesgo de sufrir violencia y de ser expulsados de la comunidad. Los animistas consideran el Cristianismo un elemento ajeno que puede suscitar la cólera de los espíritus que protegen las aldeas. Los Hmong son una minoría étnica (el 8% de la población) perseguida por el gobierno comunista.


Cuando los terroristas al Shabaab empezaron a disparar, Douglas Ochwodho fingió estar muerto. Fue el único que se salvó de los 29 cristianos –además de él, 19 hombres y 9 mujeres– que viajaban con otras 30 personas en un autocar atacado en noviembre de 2014 en el norte de Kenia.

"Eran una decena, muy armados –contó otro superviviente, musulmán– cuando nos hicieron bajar y nos hicieron leer a todos algunos versículos del Corán en árabe. A los que no pudieron hacerlo les obligaron a tumbarse en el suelo y los asesinaron disparándoles a quemarropa un tiro en la cabeza".


La masacre de Kenia: los que no sabían recitar el Corán murieron de un tiro en la cabeza.

Un año antes, durante el asalto a un centro comercial de la capital Nairobi, los terroristas al Shabaab identificaron a los musulmanes haciendo recitar a los rehenes versículos del Corán y oraciones en árabe y los hicieron salir sanos y salvos del edificio. Las víctimas fueron 67. En 2014 murieron de este modo, identificados como cristianos y por este motivo asesinados, 36 obreros de una obra, 48 habitantes de una ciudad y 15 residente de dos aldeas en las que también fueron raptadas 12 mujeres. Por primera vez en Kenia, en agosto de 2014, los al Shabaab secuestraron y decapitaron a un cristiano.

Los al-Shabaab, autores de las masacres contras los cristianos en Kenia, son un grupo de fundamentalistas islámicos vinculado a al-Qaida y fundado en 2006 en la vecina Somalia. Activos también en Kenia, donde además reclutan desde hace años a jóvenes entre la población musulmana, a partir de 2011 han intensificado los atentados, concentrándose cada vez más en los cristianos. Por ineficiencia y escasa motivación por parte de las autoridades, los culpables nunca son castigados.


El 12 de enero de 2014, en pleno día, en Hikkaduwa en el sur de Sri Lanka, dos iglesias fueron atacadas. Una multitud guiada por ocho monjes budistas rodeó primero los edificios tirando piedras y ladrillos. Después, a pesar de la presencia de las fuerzas del orden que asistieron al ataque sin intervenir, irrumpieron en el interior dañando seriamente las estructuras y prendiendo fuego a símbolos y libros religiosos, incluidas algunas Biblias. No era la primera vez que sucedía.

En 2013, grupos extremistas budistas cumplieron decenas de ataques contra la comunidad cristiana. Los monjes budistas vigilan y amenazan a los cristianos azuzando a la población contra ellos. Las autoridades religiosas cristianas han denunciados varias veces el clima de creciente intolerancia que obliga a los fieles a ser muy prudentes. Es difícil que los cristianos hablen de su religión con otros. Tienen miedo incluso de verse en privado y tienen dificultades para encontrar material religioso. Son tratados como ciudadanos de segunda clase, mirados con sospecha, a menudo difamados, denigrados y atacados. Muchos niños cristianos no son admitidos en los colegios públicos a causa de la fe de sus padres.

En Sri Lanka los cristianos son poco más del 6%. El budismo, practicado por casi el 70% de la población, es la religión de estado. Este reconocimiento oficial refuerza el poder de los radicales budistas sobre las minorías religiosas como los cristianos. Incendios de iglesias y viviendas, cierre forzado de iglesias, actos de vandalismo son realizados impunemente contra ellos, ante la indiferencia del gobierno que no hace nada para protegerlos.

El pasado diciembre, en Kabul, la capital de Afganistán, los talibanes irrumpieron en la casa de Werner Groenewald y lo asesinaron juntos a sus dos hijos de 15 y 17 años. Después incendiaron la vivienda. La esposa de Werner, Hannelie, se salvó porque en ese momento estaba trabajando en el hospital en el que presta servicio.


Los Groenewald: sólo se libró la madre, que tiene que ocultar su rostro para no ser reconocida.

Los cónyuges Groenewald, cristianos originarios de Sudáfrica, llegaron a Afganistán en 2002 por cuenta de la cooperación internacional. Pero se había difundido la voz de que en realidad eran misioneros encargados de convertir a los musulmanes al cristianismo. El de Werner ha sido el último de una serie de atentados llevados a cabo en 2014 contra los cooperantes cristianos que se prodigan en la reconstrucción del país, acusados por los talibanes y bajo sospecha por una parte de la población de desarrollar una obra de proselitismo.

Afganistán es tal vez el estado más peligroso para los cooperantes cristianos. La constitución afgana no reconoce la existencia de ciudadanos cristianos. En el país no hay iglesias. Los pocos creyentes practican la fe en absoluto secreto. Ser descubiertos rezando o en posesión de material cristiano puede costar la vida. Los afganos que se convierten son considerados traidores, son expulsados de sus comunidades, renegados por sus familiares y, a menudo, asesinados. Algunos, para no despertar sospechas, siguen yendo a la mezquita.

Pero hay un cristiano, uno solo, que está seguro: es Rula Ghani, esposa del presidente elegido en septiembre de 2014, Ashraf Ghani, que es una cristiana de origen libanés. Porte Aperte, la asociación internacional comprometida en la defensa de los cristianos perseguidos, exhorta a rezar para que Rula pueda hacer cambiar la actitud respecto a los cristianos.


El pastor evangélico Sanjeevulu, guía del grupo Amigos de Hebrón, ha sido la primera de una serie de cristianos víctimas de la intolerancia en 2014 en la India. El 11 de enero en Vikarabad, en el estado de Andra Pradesh, cuatro hombres se presentaron en su casa y lo indujeron a salir a la calle diciéndole que querían rezar con él. Una vez fuera, lo agredieron infligiéndole siete cuchilladas y golpeándolo con mazas y bastones. El hombre falleció dos días después. La esposa, que acorrió a sus gritos y también fue agredida, ha sobrevivido.

Los líderes cristianos locales organizaron una manifestación pacífica reclamando justicia. Algunos fieles que participaron en ella fueron arrestados. Es posible que el homicidio hubiera estado planeado desde hacía tiempo. De hecho, tres meses antes el pastor había sufrido amenazas por parte de miembros de un grupo fundamentalista hinduista con los que había tenido una discusión.

Agresiones, linchamientos, arrestos inmotivados, atentados a las iglesias, escuelas y propiedades de los cristianos son una realidad cotidiana en la India. Quienes persiguen a los cristianos, que representan menos del 3% de la población, son los fundamentalistas hinduistas, ayudados por la inacción e incluso connivencia de las fuerzas del orden. A partir de mayo de 2014, con la victoria electoral del partido nacionalista hinduista, el Bharatiya Janata Party, los fundamentalistas son aún más agresivos, fortalecidos por el aval del gobierno. Una acusación recurrente que dirigen a los cristianos y que desencadena la violencia popular y legitima arrestos y detenciones, es la de comprar las conversiones con dinero y “arrancarlas” con actividades caritativas y asistenciales. En particular, les molesta la obra de promoción de los cristianos respecto a los intocables dalit, marginados y discriminados por el sistema hinduista de castas.


En Indonesia la persecución contra los cristianos, que son aproximadamente 36 millones sobre una población de 255 millones de habitantes, se manifiesta con vejaciones y continuas prohibiciones, entre las cuales el complejo procedimiento burocrático impuesto a los cristianos para la construcción de edificios religiosos, a causa del cual pueden transcurrir años antes de que se obtengan todos los permisos. Al tratarse de lugares de culto, es además necesario el visto bueno de los residentes y del grupo local para el diálogo interreligioso.

En 2014, por tercer año consecutivo, la comunidad protestante de la Yasmin Church de Bogor fue obligada a celebrar la Navidad sin la propia iglesia porque desde hace años las autoridades, a petición de la población islámica instigada por grupos fundamentalistas, interrumpieron su construcción con el pretexto de irregularidades en el permiso de construcción. Para nada desmoralizados, los cristianos de Bogor decidieron reunirse al aire libre y en lugares improvisados. Además, en protesta, cada quince días celebran los servicios dominicales delante del palacio presidencial en la cercana Jakarta. En 2013 y en 2014 las comunidades celebraron la Navidad en el terreno de la iglesia en construcción, en una estructura con techo pero sin muros, mientras centenares de agentes de la policía controlaban una multitud que quería impedir el desarrollo de las funciones.

Hay depositadas muchas esperanzas en el presidente Joko Widodo, en el cargo desde octubre, por sus declaraciones en favor de las minorías religiosas. Pero los fundamentalistas islámicos representan una seria amenaza, sobre todo en algunas provincias del país. Su objetivo principal son los musulmanes convertidos al Cristianismo. En 2014 más de 30 iglesias cristianas de varias denominaciones fueron obligadas a cerrar o fueron atacadas.

En abril de 2014, más de 200 estudiantes cristianas, de edades comprendidas entre los 16 y los 18 años, fueron secuestradas en un colegio de Nigeria por Boko Haram, el movimiento fundamentalista islámico que combate para imponer la ley coránica en el país. Pocas semanas después del secuestro se difundió un vídeo que mostraba a las jóvenes recubiertas por el niqab, el velo islámico.


Las niñas secuestradas por Boko Haram: un destino incierto.

El líder del grupo, Abubakar Shekau, sostenía en el vídeo que todas se habían convertido al islam y que las obligarían a casarse con combatientes o serían vendidas como esposas a islamistas. Se cree que algunas muchachas son utilizadas como bombas humanas en los frecuentes atentados realizados por Boko Haram. Pero no se conocerá nunca su destino ni el de otras muchas mujeres cristianas secuestradas en el curso de los años.

Desde agosto Boko Haram controla un amplio territorio en el noreste del país: un Califato que desde hace poco ha jurado fidelidad al Estado Islámico. En la diócesis de Maiduguri, que incluye muchos de los territorios ocupados y amenazados por los yihadistas, se cuentan por lo menos 50 iglesias destruidas, 200 abandonadas, cuatro conventos cerrados. Más de la mitad de los sacerdotes de la diócesis se ha visto obligado a huir. “Los extremistas –ha contado el obispo de Maiduguri, monseñor Oliver Dashe Doeme– te apuntan con una pistola o un cuchillo y te dicen que si no te conviertes te matarán. Muchos de mis fieles han sido asesinados por haberse negado”. Muchos otros -se cuentan por miles- han muerto tiroteados, masacrados, quemados vivos durante las incursiones de los terroristas. Casi la mitad de los cristianos ha huido. Los que permanecen atrapados en el Califato viven en el terror. “Nuestros cristianos –ha dicho recientemente el responsable de comunicación de la diócesis de Maiduguri– están pagando verdaderamente el precio de su fe”.


Después de haberlos torturado durante dos días, el 2 de noviembre de 2014 una multitud de 500-600 personas empujó a una pira a dos esposos cristianos -Shahzad y Shama Masih- y los quemaron vivos. La violencia se desencadenó cuando algunas personas, desde los altavoces de una mezquita, difundieron la falsa noticia de que el matrimonio había profanado el Corán quemando algunas páginas. Shama, la esposa, estaba embarazada. La pareja deja huérfanos a cuatro niños.


Tenían cuatro hijos y esperaban otro: fueron torturados durante dos días y quemados vivos.

El domingo 15 de marzo hubo dos atentados suicidas contra dos iglesias en un suburbio de Lahore. La intención de dañar lo máximo posible era evidente, pues en ese momento las iglesias, cercanas entre sí, estaban abarrotadas de fieles que habían llegado para participar en la misa. El balance fue de 17 muertos y 70 heridos y hubiera sido más grave si uno de los vigilantes en la entrada de las iglesias, al darse cuenta del peligro, no hubiera detenido a uno de los terroristas abrazándolo e impidiéndole así la entrada mientras explotaba con él: un acto de heroísmo que le costó la vida. En septiembre de 2013, en Peshawar, dos terroristas suicidas asesinaron a 80 personas e hirieron a 120 a la salida de la misa dominical.

Los cristianos pakistaníes no sólo son amenazados por los terroristas, sino también por una parte de la población, influenciada por ellos. Además, falta la adecuada tutela por parte de las autoridades y a veces son incluso éstas las que los agreden. El 5 de marzo, un joven cristiano de Lahore fue torturado una noche entera por la policía, muriendo a causa de las torturas. Su cadáver fue arrojado ante la puerta de sus padres al día siguiente. Había sido arrestado en el contexto de una investigación por un robo por el que habían acusado a su madre y del que ella sigue proclamándose inocente.

De repente la policía irrumpió en la vivienda en la que se habían reunido para celebrar el primer día del año con un momento de oración y los arrestaron. Así inició el 2014 para Sara, Mostafa, Majid y George, cuatro cristianos residentes en Karaj, en Irán. De ellos se sabe que fueron llevados a un sitio desconocido y nada más: en vano los familiares han solicitados poder visitarlos. Unos días antes, en la noche de Navidad, otro grupo de cristianos de Teherán sufrió la misma suerte.

Durante las principales festividades religiosas, la policía intensifica las incursiones en las denominadas “iglesias domésticas” utilizando la excusa de normas para la seguridad nacional. En la cárcel, a menudo se intenta con torturas físicas y morales obligar a que los cristianos admitan que están pagados por agentes extranjeros con el fin de difundir el cristianismo en el país. En 2014, al menos 75 cristianos fueron arrestados y encarcelados con pretextos diversos, pero la única razón era creer en Dios. En un contexto social hostil, muchísimos cristianos, a partir de 1979, año de la revolución jomeinista, han perdido su trabajo, casa e incluso la custodia de sus hijos, han sido rechazados por los amigos y renegados por los propios familiares.

En Irán ahora viven sólo 70.000 cristianos aproximadamente sobre una población de 78 millones de habitantes. A partir de 1979 muchos han huido para escapar de la persecución del régimen de los ayatollah. En una entrevista a la agencia católica Kna, monseñor Ramzi Garmou, arzobispo caldeo de Teherán, ha explicado que sin embargo muchos cristianos han elegido permanecer en Irán convencidos de que la Iglesia tiene la misión de testimoniar: "Una pequeña grey puede testimoniar la presencia de Jesús viviendo su fe en lo cotidiano".


En febrero, 21 cristianos coptos, todos ellos obreros de nacionalidad egipcia, fueron decapitados en Libia por los combatientes del Estado Islámico que los habían secuestrado unas semanas antes en la ciudad de Sirte. El vídeo de la ejecución, difundido el 16 de febrero por los yihadistas, los muestra vestidos con monos naranjas, arrodillados uno al lado del otro en una playa, cada uno con un hombre enmascarado de negro a sus espaldas. La decapitación fue simultánea.


Los coptos asesinados murieron con el nombre de Jesús en los labios, según se aprecia en el vídeo.

Una explicación acompañaba el vídeo para decir que habían sido condenados a muerte por su fe: “Gente de la Cruz, seguidores de la hostil Iglesia egipcia”. Por el movimiento de sus labios, se entendió que algunos murieron invocando al Señor, Jesucristo. “El nombre de Jesús ha sido su última palabra –ha dicho el obispo de Giza, monseñor Antonios Mina–; como los primeros mártires de la Iglesia, se han puesto en las manos de Aquel que poco después los ha acogido. Ese nombre, susurrado en los últimos instantes de vida, ha sido el sello de su martirio”. El gobierno egipcio ha dispuesto la construcción de una iglesia dedicada a los 21 mártires coptos en Minia, la ciudad de las que provenían casi todas las víctimas.

El Estado Islámico fundado por Abu Bakr al Baghdadi en Siria e Iraq ya se extiende a los territorios de otros estados: el Sinaí, en Egipto; el Jebel Chambi, en Túnez; las ciudades de Derna y Sirte, en Libia, donde desde hace meses las banderas negras del Califato ondean en los edificios públicos. Exponentes de la comunidad católica han decidido, sin embargo, permanecer en Libia. “Nos hemos quedado pocos –decía en febrero a la agencia Fides monseñor Giovanni Martinelli, obispo de Trípoli– y la mayor parte son enfermeras filipinas que han decidido quedarse porque en la ciudad hay una gran necesidad de asistencia médica. Me quedo por ellas. Como he dicho muchas veces, mientras en Libia haya un solo cristiano, yo me quedo”.