El Cardenal Fernando Filoni, Prefecto de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos, que regresó ayer por la noche de Iraq al finalizar si visita como enviado personal del Papa Francisco, se ha reunido esta mañana con el Pontífice para referirle todo sobre la misión que le había encomendado. En la entrevista a continuación, el Cardenal Prefecto del Dicasterio misionero narra a la Agencia Fides los encuentros. Detalles e impresiones que han marcado los días pasados en este sufriente país de Oriente Medio.
 
Ha sido una misión en el sufrimiento, realizada especialmente entre los cristianos que huyeron de Mosul y de la llanura de Nínive. Desarraigados de sus hogares, de la simplicidad de su vida cotidiana, para terminar catapultados en una situación impredecible. La de encontrarse de un día para otro sin un hogar, sin ropa, sin todo ese mínimo de cosas que se da por sentado y sin embargo allí, ya no es así. Cómo el no conseguir agua para lavarse, con una temperatura de 47 grados. O dormir en la calle o en el jardín, bajo un árbol o bajo una cobertura de plástico. Con mujeres que solían trabajar en casa, que se ven fuera de lugar. Con los niños que son quizá los únicos que no entienden el drama de la situación, y que corren de aquí para allá. Con los ancianos tirados en una esquina y los enfermos que no saben si para ellos hay un médico o un medicamento.

Una madre me mostró su niña de tres meses, diciendo que mientras iban huyendo de Mosul, le quitaron incluso los pendientes dorados a la pequeña. Son objetos que en sí no son importantes, pero esa violencia que han sufrido expresa el desprecio incluso hacia los más pequeños. Le dije: os han quitado los pendientes, pero las cosas más preciosas aún están con ustedes, la niña, y vuestra dignidad. Esta dignidad herida que nadie ha podido quitaros. Ellos estaban contentos y empezaron a aplaudir.
 
Que el Papa, al no poder estar presente personalmente, haya enviado inmediatamente a su enviado personal - no un representante diplomático, sino personal – ha sido un signo elocuente de que quería compartir todo con ellos. Y yo he vivido esos días entre ellos. Me he sentido un privilegiado en comparación con ellos, por el hecho de tener una habitación para dormir y un poco de agua para lavarme las manos. Pero he compartido todo con ellos. No me representaba a mi mismo sino al Santo Padre, y ese compartir todo con ellos ha sido un signo de la cercanía del Papa. He visitado pueblos de cristianos y yazidis. Y también he participado en la vida de la Iglesia local. Los obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas también han tenido que huir y encontrar un lugar para dormir. A través del enviado, el Papa ha querido animar a todos, decir a todos que no han sido olvidados.
 
La Iglesia como Iglesia siempre está y estará en contra de la guerra. Pero estas pobres personas tienen el derecho de ser defendidas. Ellos no tienen armas, han sido expulsados bellacamente de sus hogares, no han comenzado ninguna lucha. ¿Cómo garantizar el derecho de estas personas a vivir dignamente en sus propios hogares? Desde luego, no dando espacio a la violencia y tratando de contenerla en todos los sentidos. Pero no podemos hacer oídos sordos al clamor de estas personas que nos dicen: ayudarnos y defendernos.
 
Son aparatos y grupos que operan mostrándose bien provistos de armas y dinero, y uno se pregunta cómo es posible que todo este pasaje de armas y recursos pase inadvertido a aquellos que tienen el deber de vigilar y prevenir estos trágicos acontecimientos. La pregunta que he oído hacer a muchos es la del “remote control”, sobre quien mueve desde lejos las cosas. Pero creo que, por ahora, es difícil dar una respuesta.
 
Sí y no. Por un lado, se ha producido una conmoción en el país que ha creado muchas situaciones críticas y de sufrimiento, aunque no debemos olvidar que antes tampoco existía una situación tranquila e ideal. Por otro lado, han pasado más de diez años. Cuanto más nos alejamos de esos acontecimientos, más fácil es preguntarse si lo que está sucediendo hoy en día es sólo culpa de los demás y de los hechos del pasado, o si no hay otras responsabilidades. Y tenemos que preguntarnos qué se ha hecho en todo este tiempo, y lo que se podría haber hecho.
 
Obviamente, en Occidente, la situación de los cristianos es conocida. Pero, por ejemplo, los Yazidis se han encomendado a nosotros, porque – como me han dicho - “Somos un pueblo sin voz y nadie habla de nosotros”. Las situaciones dramáticas que he visto y que realmente están viviendo hacen de ellos las primeras víctimas. Pero hay pueblos chiítas de los que han tenido que escapar todos. Y luego los mandeos, y todos los demás grupos.
 
Iraq es un país complejo. Una expresión de tipo político-geográfica que surge a partir de 1920, donde la entidad de la nación no se percibe como uniformidad, sino como multiplicidad. La Autoridad y los obispos hablan de un mosaico de presencias, culturas y religiones. Por supuesto, si este mosaico se mantiene intacto posee su propia belleza y un futuro. Pero si se empiezan a quitar bloques, tarde o temprano, todo se vendrá abajo. La unidad del Estado está garantizada por la Constitución, pero luego tiene que ser realizada en la vida del país y esto es difícil, en parte debido a que cada grupo lleva consigo traumas, sufrimientos, largas persecuciones, injusticias. Ahora Iraq es un país por reconstruir, y puede permanecer unido solo si en dicha unidad encuentran su espacio y el respeto debido las diferentes identidades.
 
Hay un hecho concreto: como ya he dicho, los ataques afectan a los cristianos, yazidíes chiíes, pero también se vuelven contra los sunitas. Así que la cuestión no se puede establecer como un conflicto entre el Islam y el cristianismo. Por otro lado, aquellos que están llevando a cabo estas terribles acciones contra las minorías lo hacen en nombre de una ideología intolerante político-religiosa. Y esto es algo que debe hacer pensar. .