“En 2003 había 1,2 millones de cristianos. Hoy no sumamos más de 300.000”. La voz de Ano Jawhar Abdoka, el presidente del gobernante Partido Democrático del Kurdistán (PDK) en el distrito de Ainkawa, se llena de amargura al hablar de la situación de los cristianos en Irak.

La violencia sectaria llevó a cientos de miles de cristianos a emigrar a otros países. Los que se quedaron buscando protección en el Kurdistán. La mayoría son seguidores de la Iglesia católica Caldea, que representa al 75 por ciento de los cristianos en Irak. La segunda rama es la iglesia Asiria o Nestoriana, seguida de la siriaco-ortodoxa, y en menor número los armenios y protestantes.

“¿Cómo es posible que los descendientes de una de las primeras civilizaciones que se asentaron en la antigua Mesopotamia (los caldeos y los asirios), y que hablan la lengua de Jesucristo (el arameo), nos hayamos convertido en parias en nuestro país?”, exclama Abdoka.

Después de muchas persecuciones y amenazas de los grupos radicales musulmanes, miles de familias cristianas escaparon de las ciudades de Basora, Bagdad y Mosul para refugiarse en Ainkawa.

El Kurdistán iraquí es la única región donde los cristianos son tolerados, de momento, y pueden plantear algunos derechos. Gracias al sistema de cuotas para la protección de las minorías étnicas y religiosas, se reservan al menos seis escaños a los cristianos (cinco para los caldeos, asirios y sirios y otro para los armenios) en el parlamento kurdo.

Tras el alzamiento de los kurdos contra Sadam Hussein, en 1991 (coincidió con la primera guerra del Golfo), se creó una zona de exclusión aérea en el norte de Irak y las provincias de Erbil, Suleimaniya y Dohuk consiguieron de facto su independencia. Un pacto de no agresión entre el PDK y la Unión Patriótica del Kurdistán (UPK) la convirtió en la región más segura, próspera y tolerante hacia las minorías religiosas de todo Irak.


Con el ascenso del partido Baaz y el siguiente golpe de Estado, que llevó a Sadam Hussein a la presidencia en 1979, los cristianos sufrieron la represión del nuevo estado soberano, en manos de la minoría musulmana suní. Tras la caída de Hussein en el 2003, se les consideró aliados de Estados Unidos por no ser musulmanes. “Nos convertimos en blanco de atentados, secuestros y asesinatos”, dice Abdoka.

“Los cristianos no tenemos milicias, ni armas, somos gente de paz. La situación es muy peligrosa, el gobierno iraquí es muy débil”, denuncia Alin Saraha, un cristiano de Mosul que emigró con su familia hace cinco años tras amenazas de muerte de los islamistas. “Antes, allí te pedían dinero por ser cristiano, ahora directamente te pegan un tiro en la calle”, advierte.

En Aknawa, en cambio, se mantuvo el respeto. “Mientras los islamistas radicales quemaban iglesias en Bagdad, como la de Saida Nayas, o asesinaban a obispos cristianos, en Erbil se construían nuevas iglesias y seminarios”, recuerda el exalcalde de Ainkawa, Fahmi Mati Sulaqa. Agrega que el papa Benedicto XVI visitó Erbil en octubre del 2010 y declaró que el Kurdistán iraquí “es un ejemplo único de tolerancia religiosa y respeto a las diferentes culturas”.

En Erbil queda la catedral de San José. También funciona allí el seminario de San Pedro, que fue trasladado de Bagdad por razones de seguridad.