Después de la muerte de Tito, en 1980, la bonanza económica tocaba a su fin. Yugoslavia aprovechaba su consideración en Occidente de potencial cuña por medio de la cual podrían resquebrajar el bloque comunista.

Por esa razón los bancos europeos eran benévolos en la concesión de créditos a bajo interés. Naturalmente “la nueva clase” (en feliz expresión de Milovan Djilas), formada por comunistas muy hábiles en el desvío de fondos para los meritorios dirigentes (ellos mismos) a los que el pueblo debía tanto por sacrificarse por ellos y llevarlos al paraíso terrenal de la felicidad comunista, sabía muy bien administrar esos fondos para sus gastos.

De manera que, cuando en la década de los ochenta empezó la significativa devolución de los créditos, Yugoslavia se vio abocada a una crisis económica aguda y prolongada.

Con los viejos demonios nacionalistas siempre presentes, no se tardó en acusar al otro por todos los males padecidos. Serbia tenía en sus manos el ejército y las instituciones estatales pero no los medios de producción que no fuera agrícola, ya que Eslovenia y Croacia tradicionalmente estaban más desarrolladas industrialmente por haber pasado mucho tiempo bajo la dominación austro-húngara. Eslovenos y croatas tenían que compensar la improductividad serbia, lo que alimentaba aspiraciones de mayor independencia.

No obstante, las ideas independentistas no tenían demasiado apoyo entre la población croata. Se aspiraba a una especie de confederación, de un estado formado por entes de igual peso. Por otro lado, el complejo de superioridad no permitía a los serbios ceder en sus aspiraciones de dominio de Yugoslavia. A decir verdad, a los croatas tampoco les faltaba ese complejo, aunque con otros tintes. Los croatas se consideraban más europeos que los rudos serbios, tan aficionados a las armas, al embutido de cerdo (para que se chinchen los turcos, como llamaban a los musulmanes balcánicos) y al aguardiente de ciruela. Lo que nunca esperaban los croatas era que en algún momento los serbios recurrirían al ejército para frenar las iniciativas independentistas croatas y eslovenas.


La guerra estalla en Croacia después del corto episodio bélico de Eslovenia, en el verano de 1991. La brutalidad de la respuesta serbia a la proclamación de independencia de Croacia hizo acentuar todavía más las diferencias de ambos bandos, con la convicción de los croatas de que la independencia era el único recurso.

El problema central de la independencia croata era la minoría serbia de Krajina. En un principio los croatas no estaban dispuestos a conceder privilegios especiales a los serbios de Croacia, cosa que éstos tampoco pedían, argumentando simplemente que ellos sí se quedaban con los demás serbios de Yugoslavia en un mismo estado.

Era obvio que la minoría serbia de Croacia estaba siendo utilizada por los ideólogos de la Gran Serbia, que consideraban a casi toda Yugoslavia como posesión suya. A los políticos croatas no le sobraba talante diplomático y la paciencia era una virtud bastante olvidada.

Medio año más tarde, con un tercio del país bajo el dominio de los serbios, el difunto presidente de Croacia Franjo Tudjman declaraba en Francia que Croacia no tenía prisa en conseguir la independencia. Una afirmación que hubiese resultado más certera meses atrás. Finalmente Croacia fue reconocida primero por Alemania y luego por el Vaticano y el resto de países europeos, que albergaban la esperanza de que ese reconocimiento parara el derramamiento de sangre. Cosa que efectivamente ocurrió en buena medida, aunque sobre el terreno seguía el “statu quo”. Mientras tanto, empezaba la guerra en Bosnia-Herzegovina.

La guerra de Croacia tenía un carácter predominantemente étnico, pero en Bosnia-Herzegovina aparecía otro factor: el fundamentalismo islámico. Más del cuarenta por ciento de la población de esta república era de religión musulmana, aunque eso es mucho decir.

Los cuarenta y cinco años de gobierno comunista diluyeron bastante el sentimiento religioso musulmán. Su práctica religiosa era bastante escasa y con más incidencia en zonas rurales que en las ciudades. Ser musulmán significaba más bien no formar parte de la tradición croata o serbia, aunque fuesen descendientes de éstos.


Los musulmanes tenían complejo histórico a raíz de la conversión de sus antepasados al Islam, apremiada con los privilegios concedidos por los turcos. De hecho, hasta 1968 indicaban que su nacionalidad era croata o serbia.

Por la insistencia de un político musulmán, Demal Bijedic,
se les concede la nacionalidad “musulmana”, que en sí misma es un sinsentido porque la religión obviamente no es la nacionalidad. Era una situación de arreglo ficticio del complejo del pasado.

Pero algunos sectores musulmanes, minoritarios por cierto, no se quedaban en los complejos. Entre sus filas había claros exponentes del fundamentalismo islámico, con el ejemplo más claro de Alija Izetbegovic, futuro presidente de Bosnia-Herzegovina. El controvertido presidente fue el autor de la “Declaración Islámica” de 1970 (que le costó cinco años de cárcel: los comunistas fueron más listos que los relativistas actuales), en la que escribió disparates como éste: «Perseguimos este fin: la realización del Islam en todas las áreas de la vida privada, en la familia y en la sociedad, la realización del ideario religioso islámico y la creación de una comunidad islámica única desde Marruecos hasta Indonesia». Y también: «O un país musulmán se une a los demás Estados islámicos para sobrevivir, progresar y vencer las tentaciones, o se hunde día a día hasta ser presa de los potentados del extranjero».

Parece increíble que un personaje como éste fuera presentado como el ángel de la paz por la prensa occidental, en contra de los salvajes e intolerantes cristianos croatas y serbios que se dedicaban a matar a los buenos musulmanes. Es cierto que la imperdonable brutalidad de los serbios cegó a muchos y desvió su atención del problema central, a saber: la formación de un estado islámico en Bosnia-Herzegovina. Pero la verdad es que fueron los serbios los primeros en percatarse del peligro. Otra cuestión era la solución que proponían (la limpieza étnica) frente al plan siniestro de los imanes integristas, que consistía en llegar democráticamente al poder por medio de una natalidad superior a la de croatas y serbios (los musulmanes eran más del cuarenta por ciento de la población de Bosnia-Herzegovina), y posteriormente proclamar un estado musulmán según el plan de la “Declaración Islámica”. Con el fin de evitar las interminables disputas nacionales, existía antes de la guerra un pacto de no formación de partidos nacionalistas precisamente por lo que podría pasar. El primero que se salta el pacto y forma el partido musulmán fue Izetbegovic.

Con todo, hay que puntualizar ciertos horrores y datos, a pesar de que todos hemos tenido la ocasión de ver parte de ellos en la televisión.


Primero, debe quedar claro que los tres bandos —serbio, musulmán y croata— cometieron atrocidades, y no solamente los serbios y los croatas. Lo digo porque con mucha frecuencia se presentaban ciertos crímenes en función del interés político que se esperaba obtener. Al principio de la guerra Francia e Inglaterra todavía apoyaban la causa serbia esperando que en cualquier momento los serbios dominasen la situación. Como finalmente no se daba tal circunstancia, bajo la presión de los países árabes, y especialmente de Arabia Saudita, cambió el enfoque informativo. Las víctimas eran los musulmanes a los que había que socorrer a toda costa. A las víctimas habituales del bombardeo serbio se añadían las víctimas provocadas por el propio mando musulmán.

En Sarajevo, los cascos azules acusaban al gobierno bosnio de no permitir instalar la tubería superficial de agua potable y de esa manera no evitar que la gente fuera a hacer cola en las fuentes públicas, siendo blanco fácil de los morteros enemigos. Pero ¿eran realmente enemigos? Existían sospechas fundadas de que fueron los morteros de las mismas unidades bosnias los que provocaron alguna matanza espantosa con el fin de forzar la intervención internacional. De la última gran matanza, la del mercado central, que fuerza definitivamente la intervención en Bosnia-Herzegovina, no se pudo comprobar la autoría serbia. En una rueda de prensa meses después, el jefe de las unidades de la fuerza multinacional en Sarajevo, ante la pregunta de los periodistas sobre la autoría del ataque respondió con un silencio significativo.

En todo el conflicto hay también que tener en cuenta la postura de los EE. UU. La impresión es que se desentendieron al principio dejando fracasar a la Europa dividida, blanda ante los crímenes cometidos; dando consejos pacifistas cuando tenían que actuar contra la barbarie y permitiendo germinar un estado islamista en su territorio en nombre de la democracia, hasta que al final intervinieron con decisión dejando a un lado a la estéril Europa.

Los EE. UU. mostraron quién manda en el mundo y, además, descubrieron su estrategia en la partida de la geopolítica internacional. El sacrificio del peón de Bosnia-Herzegovina tenía doble valor. Por un lado representaba la concesión de los americanos a los saudíes por la irritación que siempre representará la mera existencia de Israel, y por otro introduce un elemento desestabilizador de Europa, en cuanto a la existencia de un estado islámico dentro del continente.

Muy pronto Bosnia le va a “salir rana”. Ellos mismos desmantelarán varios centros de entrenamiento de Al-Qaeda en el centro de Bosnia, apareciendo las informaciones sobre esos hechos como apenas destellos en los medios de comunicación. Desde 1992 estaban entrando muyahidines a Bosnia-Herzegovina en busca del paraíso, sin que eso preocupara demasiado. Uno de los principales jefecillos de Al-Qaeda, implicado en los atentados del 11-S y detenido en España, tenía en su “currículum” el haber luchado en Afganistán y Bosnia-Herzegovina. Por último, los servicios de información de la OTAN y los EE. UU. detectaron en 1996 la presencia de restos aislados de muyahidines capaces de llevar a cabo atentados espectaculares contra los 9.000 soldados estadounidenses o de otras nacionalidades (y no solamente en Bosnia) integrantes del contingente SFOR de la Alianza. Según el diario estadounidense “The New York Times” (28 de noviembre de 1996), unos 200 espías iraníes se habrían infiltrado en el programa estadounidense “Equipa y Entrena”, dedicado a pertrechar militarmente a los musulmanes bosnios. Dicho diario atribuía a funcionarios bosnios la afirmación de que esos agentes iraníes contaban con el apoyo de la facción pro-iraní de los servicios secretos bosnios.
 
Munir Alabic, musulmán de Bosnia que dirigió los servicios secretos bosnios hasta ser expulsado por intrigas de los pro-iraníes (según asegura) acusó de “ingenuidad” a los estadounidenses en declaraciones al diario neoyorquino. Hay que subrayar, como se puede intuir, la influencia iraní en la política de los dirigentes musulmanes bosnios. Ya por los años ochenta, muchos imanes de Bosnia terminaban sus estudios en Irán. En algún que otro bar de Bosnia se oía el estribillo: “Desde Teherán hasta Sarajevo es la tierra de los musulmanes”. El eslabón que faltaba en esa “conexión” pasaba por Kosovo. Los albaneses de Kosovo, en su gran mayoría musulmanes, en nombre de la democracia y del derecho a la autodeterminación separarán de facto Kosovo de Serbia con la ayuda de los aviones de la OTAN, expulsando hacía el interior de Serbia a la práctica totalidad de la población serbia de Kosovo.
 
Es cierto que los serbios otra vez acudieron a la brutalidad para poner “orden” en Kosovo, pero el plan separatista, empapado del color musulmán, intransigente e intolerante, ya estaba trazado desde hacía un par de decenios llevando la situación interétnica a niveles de gran tensión.

Volviendo al caso de Bosnia-Herzegovina, la situación se plantea más grave aún considerando ciertos intentos políticos de evitar la guerra propuestos por los países europeos a los bandos enfrentados pocas semanas antes del estallido definitivo de la contienda. La propuesta consistía en la cantonalización de Bosnia-Herzegovina al modo de Suiza: basada fundamentalmente en criterios étnicos, contemplaba tres cantones en un mismo estado pero con bastante autonomía. Los malos serbios y croatas aceptaron la propuesta, pero no los musulmanes. Puede ser que el motivo de la aceptación de serbios y croatas se debiera a una vaga esperanza de unirse un día a los estados madre, Serbia y Croacia respectivamente, pero la razón fundamental de éstos, incomprendida por Europa, era el miedo más que fundado de que los dirigentes musulmanes quisieran una Bosnia-Herzegovina unida para que en un tiempo relativamente cercano todo el país fuese islámico y no únicamente una parte no significativa.

Estas intenciones se corroboran no sólo por la figura polémica de Izetbegovic y su “Declaración islámica”, sino también por sus opositores provenientes del mismo bando. En este sentido es importante la figura de Fikret Abdic, un dirigente musulmán de la región de Bihac, en el noroeste de Bosnia. Abdic figuraba en los carteles del musulmán “Partido de la Acción Democrática” en las primeras elecciones democráticas de Bosnia-Herzegovina (desde la creación de Yugoslavia comunista) junto a Izetbegovic, pero muy pronto se distancia de éste por su clara tendencia pro-islámica. El hecho es que la región de Bihac, controlada por los hombres de Abdic, no estaba castigada por los serbios y disfrutaba de libre abastecimiento por los corredores humanitarios. Esto demuestra que los serbios de Bosnia no estaban indistintamente en contra de todos los musulmanes, y concuerda con su argumento principal de no querer vivir en un estado musulmán integrista. Repetimos, por supuesto, que otra cosa bien distinta es la realización de este derecho que nadie en su sano juicio puede negar.


 
Mientras tanto, los acontecimientos seguían imparables sobre el terreno. Se acuñó un nuevo término, el de “limpieza étnica”, que expresaba la vergüenza de los pueblos de la antigua Yugoslavia. Representaba la voluntad sin escrúpulos de conseguir la predominancia de un determinado grupo étnico sobre un enclave o toda una región. Este procesó lo inician los serbios de Croacia y de Bosnia-Herzegovina, que luego es seguido por musulmanes y croatas.

No obstante, los medios de comunicación se hicieron eco principalmente de las “limpiezas” hechas por serbios y croatas, prácticamente callando sobre los mismos hechos realizados por los musulmanes.


En realidad, el pueblo que porcentualmente sufrió más deportaciones fue el croata, con casi el 50 % de deportados respecto al número total de croatas antes de la guerra. Es sencillamente incomprensible el velo del silencio desplegado por los “mass media” occidentales sobre los crímenes de los musulmanes en Bosnia-Herzegovina. Y, terminada ya la guerra, tampoco se habla de la imposibilidad del retorno a sus hogares de los cristianos deportados por los musulmanes, porque algunos de los que tuvieron la osadía de volver encontraron la muerte a manos de un fanático musulmán, en claro mensaje a todos los demás.

En este último caso, no he escrito “croata o serbio deportado”, sino cristiano porque en definitiva el odio está desplegado hacía ellos. Por eso hay que recordar que en un lugar del mundo se profanan cementerios cristianos y se amenaza a los cristianos porque en sus barrios públicamente exponen un simple belén. Hay que decir también que en un lugar del mundo los cristianos en masa abrazaron la cruz jubilar del año 2000, levantada en el territorio controlado por ellos, porque fue requerida su demolición por la fuerza multinacional a exigencia de los musulmanes.

Un velo éste que, por lo demás, sigue todavía puesto en muchos conflictos y atentados: al derramamiento de sangre en nombre de Alá sencillamente se le llama “terrorismo internacional”; los condenados a muerte por hambre en Sudán por no profesar el Islam aparecen y desaparecen de las noticias como un flash. Un lector superficial puede perfectamente no percatarse de que los terroristas de Beslán eran musulmanes y que la región de Osetia del Norte es un enclave cristiano en el Cáucaso.


 
¿A qué se debe tanto silencio, nos preguntamos otra vez? ¿Es que el petróleo saudita vale más que nuestros principios? Principios sobre el valor de la verdad, el derecho de poder buscarla y la inestimable dignidad de cada persona, entre otros.

Principios que gozosamente florecieron de la raíz cristiana del ser europeo y que tienen que ser defendidos con uñas y dientes por la responsabilidad adquirida hacía las futuras generaciones. Y es que por el abandono de estos principios es como puede el nacionalismo, haciendo prevalecer los derechos colectivos sobre los derechos individuales (declaración reciente de los dirigentes de Esquerra Republicana de Catalunya), derivar hacia el totalitarismo y la falsa interpretación de la libertad religiosa, y desembocar en la imposición y el integrismo.
Milenko Bernadic
Doctor e investigador en Matemáticas
Presidente de la Asociación de Docentes Santo Tomás de Aquino