De forma oficial – la encubierta desde antes –el 23 de octubre de 1936 la Unión Soviética anunciaba su apoyo a la República española. La exaltación del país de los soviets alcanza los más altos grados, mientras la república cae en un clima exaltado de colectivización y supresión de la propiedad privada, llevado al límite por el socialismo más izquierdista, y aún más por el anarquismo libertario, cayendo en el terror incontrolado, en la colectivización total de los medios de producción llegándose a extremos en algunas comunas de Aragón a medidas utópicas cual la supresión del dinero.



 
Pero conforme a lo que un leninista calificaría de extremismo infantil, el PCE no recurre a medidas tan extremas; más no por moderación sino por las consignas emanadas de Moscú. A Stalin no le conviene, al considerar que tal extremismo asustaría a las potencias democráticas, y sus efectos serían letales cara a la resonancia mundial que de acuerdo con sus planteamientos estaba alcanzando el conflicto español. ¡Viva la República Democrática! gritará el partido comunista por boca de su más destacada propagandista, Dolores Ibárruri.

El transformar la república convertida en caos y barahúnda de anarquistas, socialistas de extrema izquierda y republicanos, estos ya en proceso de extinción, en un sistema abiertamente bolchevique bajo la égida de un partido comunista dispuesto a desembarazarse de sus aliados circunstanciales era contrario a la política europea de Stalin; le bastaba para su proyección internacional la apariencia de una república democrática luchando contra el fascismo.


El PCE se muestra sumiso ante las consignas venidas de la Internacional, pero los dirigentes comunistas españoles saben que por altos que se encuentren los Manuilski, Togliatti, Codovila, Gerö y demas figuras de la Komintern, detrás de ellos, y como los mismos lo dejan traslucir se encuentra el pontífice máximo, la “máxima autoridad”, término con el que eufemísticamente en el lenguaje soviético se utilizará, hasta su muerte, para designar a Stalin. En esa lengua de madera soviética al transmitir una orden un mariscal a sus subordinados, o un ministro a los suyos, o cualquier autoridad de cualquier rama, diría: “La máxima autoridad ha ordenado....”

Stalin no tenía interés en implantar abiertamente el régimen del país de los soviets en España (es bien conocida la carta a Largo Caballero aconsejando cierta moderación). El PCE propugnaba que sí quería la revolución, pero antes resultaba imprescindible ganar la guerra, para demostrar al mundo que el fascismo no era invencible, y así los títeres del Buró Político del PCE repetirían la consigna.


El PCE subordinado, y con el posteriormente la República a los intereses de la URSS; España convertida en un símbolo magníficamente explotado a nivel internacional por la habilidad de Willy Münzenberg, (posteriormente como tantos altos dirigentes comunistas eliminado por orden de Stalin) de adalid en la lucha contra el fascismo, creando a la vez las condiciones subjetivas para que Gran Bretaña y Francia se uniesen a la URSS para frenar a Hitler

Stalin no sólo utilizará en su control del PCE y del verdadero poder republicano a los abiertamente dirigentes de la Internacional comunista, que en efecto controlaran el partido comunista español. Codovila controlará el PCE como si fuera de su propiedad, Gerö, según informe de Andre Marty, en la práctica ocupa el lugar del Buró Político español, más tarde Togliatti diría: «Codovila hacía inútiles las reuniones de trabajo del Buró Político, privándolas de toda importancia».
Stalin no utilizará únicamente a los altos dirigentes de la Internacional comunista; empleará un arma básica en los sistemas comunistas: los servicios de información. Si de la intervención militar soviética, y no digamos de la política, en la guerra de España existen cientos de publicaciones, sobre los servicios de inteligencia la información es menor. Aún apareciendo figuras que desempeñarían un papel tan importante en ese campo, y al que Stalin concedía su verdadera importancia al margen no ya de las representaciones oficiales, sino de la misma Komintern.




Puede decirse que aunque existiese alguno más, tres frentes principales abarca la intervención soviética en la contienda española.

Uno: la Komintern, y a través de la misma el control del buró político y por tanto del partido comunista español. Dos: Los “órganos especiales”, terminología por la que sigue designándose hoy en la Rusia postsoviética de Medvedev y Putin, los servicios de seguridad e información. Y tres: los agentes personales de Stalin, por ejemplo Koltsov y Ehrenburg.

En la mentalidad estaliniana encaja perfectamente el encargo de tareas a organismos y agentes distintos, excitando de esta forma la rivalidad entre los mismos en el cumplimiento de las órdenes de la “máxima autoridad” y el recelo y vigilancia entre los mismos, a fin de que Stalin pueda no ya solo disponer de fuentes distintas, sino repletas de desconfianza mutua.

La Administración Principal de la Seguridad del Estado, GUGB, desde el 10 de julio de 1934 había sido reincorporada al NKVD, Comisariado del Pueblo para Asuntos Internos, hasta 1943, por lo que abarca plenamente la época de la guerra civil española. Y a tres de los más famosos directores de los “órganos especiales” soviéticos, Enrich Yagoda (10 de julio de 1934 – septiembre de 1935), Nikolai Yejov, (septiembre 1936- diciembre de 1938) y Lavrenti Beria (director desde septiembre de 1938 – abril 1943) tuvieron que supervisar, obedeciendo las órdenes de la “máxima autoridad”, la compleja red de operaciones durante la guerra de España. Personajes siniestros Yagoda y Beria y especialísimamente siniestro Yejov, intervinieron activamente en el frente de los ”órganos especiales”. Yagoda e Iejov serían eliminados físicamente bajo Stalin, y Beria a los cinco meses de la muerte de Stalin por la conspiración de Jruschof.

En las gigantescas depuraciones estalinistas idéntica suerte correrían a su regreso de España altos jefes de la NKVD como los generales Kurik, Goriev, Smuttkievich, y jerarcas tan destacados de la misma cual Spieglass, Slutsky, Stachevsky – este último a cargo de los temas económicos con intervención en el asunto del oro de Banco de España-.

Otros agentes tan importantes como Orlov y Krivitsky lograron con su deserción escapar al castigo que Stalin les reservaba y tenía preparada al ser llamados a Moscú. Orlov de forma definitiva y Krivitsky tan sólo temporalmente, pues sería “suicidado” en su exilio en Nueva York. Sobre Krivitsky quien desempeñó tan importante papel a nivel no español sino europeo, resulta extraño que en un artículo reciente, el historiador tan escorado, Ángel Viñas, menospreciase ese papel directivo tan suficientemente probado.

Orlov amenazaba a Stalin con revelar su amplia documentación sita en lugar seguro si le ocurriese algún “accidente”, pactando guardar silencio a cambio de la ausencia de represalias. Stalin ordenaría a Beria suspender las medidas contra Orlov, y este hasta la muerte de Stalin no empezaría a publicarlas en la revista “Life”.  Otro personaje destacado en la guerra de España fue Eitingon, quien posteriormente desempeñaría un puesto relevante en el asesinato de Trotsky, y “purgado” tras la muerte de Stalin.

Si Orlov y Krivistsky resultan casos más conocidos, uno de los más importantes agentes “ilegales” soviéticos fue Iosif Romualdevich Grigulevich, judío de origen lituano, quien operaba bajo los códigos “Maks” ,”Artur”, “Daks” y “Felipe”. Durante la guerra civil española participó muy activamente en la liquidación de trotskistas, así como en el entrenamiento de saboteadores que operaban detrás de las líneas nacionales.


Refiriéndonos a Carrillo, se ha escrito bastante acerca de la actuación de Orlov en España, y también de Eitingon, personajes sin duda muy importantes en la actuación soviética en España, pero no se ha hablado de Grigulevich. Grigulevich, asesino profesional y reconocido, el hombre resolutivo con independencia de la labor del partido, y el hombre que no sólo aconseja, inspira, sino quien dirige a Carrillo, tema prácticamente desconocido en los estudios sobre Carrillo cuando no era todavía primera figura del partido, hasta el recientísimo y espléndido libro de José Javier Esparza .

Durante la guerra civil española, y habiendo conseguido poco antes Carrillo, con sólo diecinueve años, encabezar la fusión de las juventudes socialistas y comunista, la amistad de Carrillo llega a convertirse en verdadera subordinación con Grigulevich, al punto de que en la NKVD se le considera “el padrino” de Carrillo.
El director de los servicios de información de la NKVD entre 1936 y 1938, Abraham Abramovich Slutsky (posteriormente liquidado por Stalin), apreció la relación y control de Carrillo por Grigulevich. También los sucesores de Slutsky, Pasov, Spielglas (liquidado por Stalin), Dekanozov, dado el reconocimiento de la labor de Grigulevich, igualmente apreciaron la actuación de su “ahijado”.

Aún podría añadirse una parte más, si acaso una subsección, y es la correspondiente a la intervención de los servicios de información militares, el GRU (organismo que desde su fundación el 21 de octubre de 1918, sigue con la misma denominación en 2010 en la Rusia de Putin y Medvedev), quien contó entre sus directores a uno de los hombres más inteligentes de la historia de los “órganos especiales” soviéticos, el general Ian Karlowitch Berzin, el hombre que frente al espíritu defensivo de los servicios de información occidentales que se contentan con “saber y conocer”, confirió al GRU el espíritu ofensivo , procurando obtener victorias sin llegar a un conflicto armado. Berzin también sería víctima de Stalin.

Los segundos de Berzin, el polaco Iosif Unschlicht y el ruso Semion Uriztki desempeñarían una función importante durante la guerra española, y al aproximarse la derrota “republicana” utilizará a los supervivientes de la amplia red española y que le servirá en gran parte para situarlos como jefes de redes en el mundo para mantener y reconstituir la organización del GRU a escala internacional. Unschlicht sería ejecutado en diciembre de 1939.