Se cuenta del emperador Carlos V que cuando era azuzado ante la tumba de Lutero a buscar los restos del heresiarca para entregarlos a la hoguera, respondió: «Ha encontrado a su juez. Yo hago la guerra contra los vivos, no contra los muertos». Sea o no cierta la leyenda, el juez Garzón al pretender involucrar a la Falange en presuntos delitos cometidos en la España de la Guerra Civil y de los años inmediatamente posteriores, nos demuestra que él prefiere hacer su particular guerra contra los muertos. Ahora bien, no olvidemos que el Cid, también ganaba así las batallas.


El intento es viejo. Con frecuencia se ha querido, para descargo de unos, atribuir la responsabilidad de la represión a grupos concretos. La peor parte la han llevado, sin duda, la Falange en zona nacional, y los anarquistas en la retaguardia republicana. Así hablaba de estos últimos Enrique Líster:

«Los “enemigos” de todas las dictaduras establecieron en Aragón un régimen que nada tenía que envidiar, en cuanto a métodos terroristas, a los gobiernos más reaccionarios. Los polizontes anarquistas del “Ministerio de Orden Público” de Aragón camuflado bajo el nombre de “Consejería de investigación” eran verdaderos especialistas en la aplicación de las torturas y de la “ley de fugas”. Es muy difícil decir qué pueblo de Aragón sufrió más: en todos penetró la ola de terror, en todos se perseguía a los que no acataban sin rechistar la dictadura anarquista ... bastaba que el comité decidiese quitar de en medio a un campesino o a toda una familia para que, de la noche a la mañana, desapareciese y el comité asegurase que “se habían pasado al enemigo”, cuando en realidad habían sido asesinados. Los cadáveres de más de uno de esos “pasados al enemigo” han sido desenterrados después de disuelto el Consejo de Aragón... Pero además, por desgracia, cosas de éstas no pasaban solamente en Aragón. Los habitantes de muchos pueblos de Cuenca, Castellón y Valencia han sufrido las fechorías de la tristemente célebre “Columna de Hierro”, nombre sonoro detrás del cual se escondían varios millares de desalmados con largas patillas y pañuelos rojinegros, muy valientes contra los trabajadores, pero verdaderas liebres cuando se encontraban con gente armada».

Si no fuera propaganda, parece puro cinismo la acusación (no por ello menos cierta) hecha a los anarquistas por el miembro de una de las organizaciones más criminales de la España republicana (el Partido Comunista) pero no nos vamos a detener en la cuestión aunque, en descargo de los anarquistas, conviene recordar que la violencia en la retaguardia frentepopulista no fue exclusiva de nadie. Como escribió Peiró «Todos los partidos, desde el Estat Catalá al POUM, pasando por Izquierda Republicana y el Partido Socialista Obrero catalán, han dado un contingente de ladrones y asesinos por lo menos igual al de la CNT y FAI».

De hecho, anarquistas y falangistas, eran grupos muy activos políticamente y absorbieron buena parte de la movilización de voluntarios no siempre identificados con el conjunto de sus ideales aunque tal vez sí con lo más accidental y resultaron los que peor fortuna corrieron con el paso de la guerra en sus propias retaguardias al ser marginados los primeros y unificados los segundos. Eso tal vez explica (junto a responsabilidades particulares que a nadie se ocultan) que muchos aprovechen para atribuirles la responsabilidad de lo ocurrido. Pero, para poner la cuestión en sus justos términos, en zona nacional, el testimonio de Ruiz Villaplana es significativo por venir de un claro opositor que afirma haber conocido desde dentro la represión en Burgos:

«La Falange, a la que con injusticia notoria se han achacado generalmente y casi en exclusividad los crímenes perpetrados, ha sido, seguramente, la que menos víctimas ha causado y, desde luego, la que ha procedido con un criterio más justo y recto; de todas las milicias y cuerpos es la única que se ha preocupado de que una relativa moral y equidad informaran sus decisiones. Falange actuaba por medio de sus órganos informativos y sus tribunales especiales; conocí algunos casos de actuación del juzgado especial de Falange y puedo confirmar que, dentro de la retorsión social que su existencia acarreaba, inadmisible en buenos principios jurídicos, se preocupó siempre de que no cayera el inocente, y sobre todo de que los pobres afiliados o dirigidos no pagaran culpas de otros dirigentes. La Falange depuraba con su criterio para mí inadmisible, pero al fin y al cabo con un criterio, la responsabilidad de cada detenido; las otras fuerzas reaccionarias no se molestaban ni en depurar siquiera, guiándose solamente por indicios acusaciones, delaciones y aun por meras venganzas particulares. Yo he levantado los cadáveres de varios falangistas, en los que la propia organización fascista hizo justicia al comprobarse su actitud vengativa o criminal. No he sabido de caso alguno en que aquellas otras fuerzas castigaran posibles excesos semejantes».

En todos los partidos y organizaciones hubo criminales, como en todos hubo quienes reaccionaron noblemente ante los excesos. Hubo, sí, quienes desde puestos oficiales aprobaban plenamente lo que estaba sucediendo pero que la actitud complaciente fuese general es difícil de admitir. En esta línea pueden presentarse numerosos testimonios en las dos zonas. Los lamentos de Azaña en su diario son numerosos pero no pasaron de ser eso, lamentos. También en la zona nacional hubo desde el principio llamadas a la reflexión y medidas de control, aunque con una diferencia esencial porque, como afirma García Escudero:

«El control de la represión se consiguió en zona nacional antes y de forma más completa que en la otra. Es notoria la inconsecuencia de los que presentan la creación de los Tribunales Populares como una victoria de la legalidad republicana y olvidan que la represión nacional se realizó muy pronto a través de Consejos de Guerra, que eran verdaderos tribunales, funcionando con arreglo a leyes muy anteriores a julio de 1936».


Testimonios acerca de órdenes para impedir la participación de los falangistas en la represión irregular aparecen con frecuencia en los libros de García Venero y Hedilla:

«En Valladolid, el jefe territorial Andrés Redondo fue informado rápidamente de la intervención de gentes con camisa azul -algunas con antigüedad en el Movimiento- en funciones represivas. “No sólo lo prohibí por medio de órdenes internas, sino que hice publicar, en la prensa vallisoletana, y divulgar por la radio, una severa advertencia dirigida a todos los que figuraban en la organización” (testimonio de Andrés Redondo Ortega).

El jefe de milicias vallisoletano declara: “Por mi estancia en el Alto del León, y después en el hospital de Segovia, desconozco la existencia de esa nota acerca de la conducta de la Falange, relativa a la represión, hecha por Andrés Redondo. Sin embargo, puedo dar fe de que en una de mis pocas visitas a Valladolid desde el Alto, fui requerido por Andrés Redondo para que le acompañara ante el General Saliquet, presenciando la actitud enérgica de Andrés, en relación con malas actuaciones de fuerzas militarizadas, que en nombre de la Falange cometían hechos reprobables.

Más tarde me enteré de que había sido fusilado un falangista apellidado García, como consecuencia de un bando o aviso previniendo posibles desmanes. Fue fusilado en el pinar de Antequera por fuerzas falangistas” (testimonio de Anselmo de la Iglesia)
».

«“En Logroño -declara el que fue jefe provincial-, al siguiente día del Alzamiento, se formó un tribunal, presidido por un militar que ocupaba el gobierno civil, un magistrado y sendos delegados del Requeté, de la Falange y de Renovación Española.

Yo reprimí toda extralimitación: duré en mi cargo hasta el 16 de septiembre de 1936, en que me incorporé al frente guipuzcoano. Una persona que había comparecido ante el tribunal mencionado, debía de haber sido devuelta a la cárcel. Apareció muerta al día siguiente. Mandé fusilar al jefe provincial de milicias, responsable del acto” (testimonio de Rafael Herreros de Tejada)
».

«“En Galicia, estando Manuel Hedilla allí, empezaron a celebrarse consejos de guerra el 27 de julio de 1936. Fueron condenados a muerte los diputados socialistas Pampín, Cachinero y Bilbatúa. Los fusilaron fuerzas de carabineros. Hedilla nos prohibió, absolutamente, que participáramos en tales cometidos. Los que luego intervinieron en represiones, eran gentes que se acababan de poner la camisa azul” (testimonio de Enrique R. Tajuelo)».

«Un falangista burgalés manifiesta: “José Andino, como jefe provincial, me nombró para asistir a la línea de fuego donde se encontraban falangistas de Burgos ... yo, que iba a la línea de fuego donde morían, podemos decir lealmente, hombres de los dos bandos, me entere de que en Burgos se hacían fusilamientos sin sumario. Se lo dije a Hedilla y éste prorrumpió, dando un puñetazo sobre la mesa: “Esto tiene que terminar...”. Supe que había realizado gestiones -y más tarde, ya como jefe de la Junta de mando haría otras- para procurar evitar tales hechos. Con su enorme prestigio, Hedilla salvó del fusilamiento al coronel de la guardia civil, señor Villena, detenido, y que iba a ser ejecutado. Tenía dos hijos en la Falange”. (Testimonio de Julio Puente)».

Estas medidas relativas a la represión tuvieron también sus repercusiones en el terreno de la manifestación pública. Hedilla ―que había sido elegido jefe de la Junta de Mando Provisional de F.E. de las J.O.N.S. el 2 de septiembre― al tomar posesión, escribió:

«...Conducta en la retaguardia. Conviene que todas las jefaturas provinciales y territoriales controlen debidamente la ejecución de actos represivos contra los enemigos del Movimiento nacional, ateniéndose a las instrucciones de las autoridades militares, y evitando que se cometan desafueros por la presencia de sentimientos de tipo personal, muchas veces inconfesables.
Hay que procurar que ese control se realice, pensando en que no haya víctimas inocentes, en la retaguardia de nuestras líneas».

«Represión. Insisto con el máximo interés en que las operaciones de represión se controlen con todo celo, no cumpliendo otras órdenes que las dictadas por las autoridades competentes. Es menester evitar que sobre la Falange se eche una fama sangrienta, que pueda perjudicarnos para el porvenir. No se castigará a nadie sin averiguación de sus antecedentes y sin orden de la autoridad competente».

En la nochebuena de 1936, Hedilla pronunció un discurso, que aparecería en la prensa, en el que decía, entre otras cosas:

«...Y me dirijo a los falangistas que se cuidan de las investigaciones políticas y policiales en las ciudades y sobre todo en los pueblos. Vuestra misión ha de ser obra de depuración contra los jefes, cabecillas y asesinos. Pero impedid con toda energía que nadie sacie odios personales, y que nadie castigue o humille a quien, por hambre o desesperación, haya votado a las izquierdas.
Todos sabemos que en muchos pueblos había -y acaso hay- derechistas que eran peores que los rojos. Quiero que cesen las detenciones de esta índole y, donde las haya habido, es necesario que os convirtáis vosotros en una garantía de los injustamente perseguidos.
Y allí donde os encontréis, estad resueltamente dispuestos a oponeros a procedimientos contra los humildes. La Falange ha de estar en todos los sitios con la cara muy alta, para poder defenderse de sus muchos enemigos. Queremos la salvación y no la muerte de los que en su inmensa mayoría tenían hambre de Pan y Justicia. Pero tenían, también -ya lo habéis visto con nuestro crecimiento-, hambre de Patria».

En la primavera de 1937, Hedilla hizo unas declaraciones al periodista italiano Farinacci para el periódico Il Regime Fascista que, como otras a periodistas extranjeros, fueron mutiladas por la censura militar de la zona nacional (El Adelanto, Salamanca 17 de abril de 1937) pero en las que podía leerse:

«...Para nuestros trabajadores engañados, nuestro perdón más cordial y cristiano; perdón que significa obligación y amistad, bastante diferente del concepto democrático y tímido de la amnistía, en comparación con los dirigentes rojos, explotadores sin conciencia de las clases trabajadoras e incitadoras de sus odios ... Es por esto por lo que la dirección nacional de Falange Española ha prohibido a los propios afiliados el fusilamiento de rojos, y esta orden ha sido repetida de manera perentoria en las ciudades y en los pueblos recientemente ocupados».

Más adelante, Yagüe pronunció su famoso discurso en Burgos (19-abril-1938) donde, entre otras cosas dijo que era «criminal no pertenecer al bloque nacional y mucho más tratar de escindirlo» pero resaltó el valor y nobleza de los combatientes reconociendo la valentía de los contrarios y aprovechó para pedir la libertad de los falangistas encarcelados con ocasión de los sucesos de Salamanca. También se refirió a los presos izquierdistas:

«Es mucho más necesario que las despensas estén llenas, el tener jueces justos que nos garanticen que la simbólica balanza no se va a inclinar, por mucho que sean de oro las mercedes, blasones o recomendaciones que caigan sobre esa balanza; porque en verdad, camaradas, que España está padeciendo hambre de siglos ... El tener jueces justos que nos garanticen una justicia justa e igual para todos es más fundamental todavía que la justicia social ... El día que nosotros tengamos jueces que nos garanticen que la ley ha de ser igual para todos; el día que nosotros hablemos de estos jueces con veneración; el día que, cuando encontremos nosotros a esos magistrados por la calle, les cedamos el paso y les saludemos como seres casi divinos; el día que podamos decir con orgullo ¡Aún hay jueces en España!, ese día se habrá dado un paso de gigantes para la unificación y la grandeza de España ... Para darle a la unificación calor humano, para que ésta sea sentida y bendecida en todos los lugares, hay que perdonar. Perdonar, sobre todo. En las cárceles hay, camaradas, miles y miles de hombres que sufren prisión. Y ¿Por qué? Por haber pertenecido a algún partido o a algún sindicato. Entre esos hombres hay muchos honrados y trabajadores, a los que con muy poco esfuerzo, con un poco de cariño, se les incorporaría al Movimiento ... Hay que ser generosos, camaradas. Hay que tener el alma grande y saber perdonar. Nosotros somos fuertes y nos podemos permitir ese lujo».

Más explícitas aún fueron las siguientes palabras:

«Yo pido a las autoridades que revisen expedientes y revisen penas. Que lean antecedentes y que vayan poniendo en libertad a esos hombres para que devuelvan a sus hogares el bienestar y la tranquilidad, para que podamos empezar a desterrar el odio, para que cuando venimos a predicar estas cosas grandes de nuestro credo, no veamos ante el público sonrisas de escepticismo y acaso miradas de odio, porque tened en cuenta que en el hogar donde hay un preso sin que haya habido delito tiene que anidar el odio».

Todos estos testimonios, y otros muchos que podrían aducirse, resultan suficientemente significativos de que los españoles en ambas retaguardias no siempre se dedicaron al exterminio de sus contrarios. Al lado del crimen, existió la defensa del perseguido y junto a la denuncia convivió el perdón. Por eso, aunque, llegados a este punto, lo obligado sería hacer alguna consideración ante tan ingente pérdida de vidas humanas y quizás valiera para ello una glosa del noble deseo que honró los últimos momentos de la vida de José Antonio («Ojalá fuera aquella la última sangre española que se derramara en discordias civiles»), parece preferible pensar en los supervivientes, para los hombres y mujeres que vivieron la guerra y para los niños que nacieron a la sombra de las trincheras o en la dura posguerra, para las generaciones a las que pertenecerán muchos de los lectores de este artículo y para las generaciones de los abuelos y los padres de los jóvenes de mi edad. Porque no es verdad que la reconciliación llegara a España en 1975 ni en 1978, la reconciliación la habían venido conquistando, año tras año, día tras día, ellos, los que habían logrado reconstruir el suelo machacado de su patria y las heridas, más difíciles de curar, de las conciencias.

España tendrá mucho que perder si dejamos que la venganza de los nietos, azuzada por la pasión política de socialistas y nacionalistas ahogue tan noble legado setenta años después.