Sucedió en Belchite el 3 de septiembre de 1937, viernes. El 26 de agosto del mismo año, el Ejército Popular había lanzado un ataque que dio como resultado el asedio de la población cuya resistencia se prolongó de manera imprevisible e hizo olvidar el objetivo principal que era la conquista de Zaragoza.
Aquel día, 3 de septiembre, el cerco se estrechaba más y más. Por el sector sur, y de manera especial por la Puerta del Pozo, eran insistentes los esfuerzos del enemigo por penetrar en la población. El último intento había sido penetrar por los huertos para salir, a través del convento de las madres Dominicas, a la calle que conducía al centro del pueblo. Lo mismo sucedía por el oeste, en las proximidades del Portal de la Villa, donde los atacantes habían conquistado las primeras casas de la plaza Goya. Otro punto de penetración era el convento de San Agustín cuyos sólidos muros eran machacados por los proyectiles.

Por la tarde, un grupo de defensores trasladaron dos morteros, en un intento de repliegue en dirección a la plaza Nueva, que se convertirá en el último lugar de resistencia.

Un testigo, Emilio Oliver Ortiz (Emociones de un sitiado. Belchite regina martyrum) recordará el lugar de colocación de los morteros: cerca del portal del Ayuntamiento. Allí quedarán emplazados, con prisas y en medio de la ansiedad de todos: «Empiezan a disparar nuestros dos morteros de la plaza. A los primeros disparos, una explosión terrible, espantosa, sume aquel lugar en densa humareda que todo lo oculta un momento».
Uno de los morteros había estallado y con él la munición que estaba allí preparada para ser utilizada. El cuadro que se presentó fue verdaderamente dantesco con el resultado de trece muertos y numerosos heridos. Murieron el comandante del Regimiento de Infantería Aragón nº17 Luis Rodríguez Córdova, el alcalde de Belchite Ramón Alfonso Trallero, el jefe local de Falange Vicente Fanlo Riberés, el capellán voluntario del Regimiento Aragón nº17 Ignacio Remacha Ramón, el alférez de la 5ª Comandancia de Intendencia Bernabé Muñoz Fernández, los servidores de los morteros y algunos paisanos. Precisamente es este día 3 de septiembre en el que se produjo un número más elevado de bajas entre los vecinos que sufrieron las consecuencias del asedio. Aunque más brevemente, también el capitán De Diego se hace eco de este episodio en su obra Belchite.
La noticia se propagó rápidamente entre la población. A pesar de que entonces contaba solamente seis años, recuerdo vagamente que se comentó en el refugio de la calle del Chicul en que nos encontrábamos en compañía de otras familias. En otras circunstancias, la desgracia hubiera podido ser mayor si en la plaza se hubiera reunido algún grupo de espectadores curiosos. Pero todos estaban ocupados en alguna tarea de defensa o de colaboración con los militares y el resto de la población, escondido en los refugios.