La Iglesia católica en Escocia estaba "descabezada" desde el pasado Cónclave: en febrero dimitía el cardenal Keith O´Brien, de Edimburgo, presidente de la Conferencia Episcopal Escocesa (totalmente independiente de la inglesa), en teoría por razones "de edad" y negando haber comitido abusos sexuales.

En marzo, el cardenal admitía ser culpable de «comportamiento inapropiado», de naturaleza sexual con clérigos adultos que estaban bajo su tutela en los años 80. "A veces, mi conducta sexual cayó por debajo de los estándares que se esperaban de mí como sacerdote, arzobispo y cardenal", afirmó en un comunicado. Se retiró a una vida contemplativa de penitencia y arrepentimiento, después de 28 años pastoreando Edimburgo.

Fue casi el único cardenal que no acudió al Cónclave (el otro único ausente fue el cardenal emérito de Yakarta, Indonesia, por enfermedad), y dejó las Islas Británicas sin representación en el Colegio que escogió al nuevo Pontífice.


Así, la Iglesia escocesa ha estado casi 5 meses sin una voz que la uniera, mientras Escocia se plantea el matrimonio gay (recién aprobado en Inglaterra y Gales) y el país se encuentra frente a una oleada de laicismo, fracaso escolar, ruptura familiar, jóvenes aburridos volcados en la violencia y desencanto general, que los nacionalistas locales intentan combatir proponiendo la independencia.

Ahora el Papa Francisco envía a Edimburgo a un escocés que lleva toda la vida fuera de Escocia: un diplomático de la Curia romana que se ha curtido en guerras y diplomacias en África Central, Leo Cushley, de 52 años, llegado de la sección anglófona de la Secretaría de Estado.

Es un curial diplomático para apagar fuegos... o quizá para encenderlos, porque la fe católica en la fría Escocia, incluso después del paso de Benedicto XVI en 2010, necesita un avivamiento que le dé calor. 


En 2010, cuando Benedicto XVI visitó Edimburgo, se cumplían 450 años desde que el Parlamento escocés negó toda autoridad espiritual al Papa, prohibió la misa católica en Escocia y John Knox fundó la Iglesia Nacional de tradición presbiteriana. Benedicto llegó el día de San Niniano, el obispo que evangelizó a los bárbaros pictos en el siglo V.

Pero los escoceses hoy ya no son ni presbiterianos. De ser la iglesia hegemónica, los herederos de John Knox ya sólo cuentan con unos 464.000 fieles y a la baja, mientras aprueban las relaciones homosexuales y el clero gay y se hacen cada vez más irrelevantes.

El catolicismo, que antaño sólo sobrevivía (sin clero y perseguido) en islas gaélicas como Barra y Uist, cuenta hoy con 670.000 fieles (aunque muy pocos son practicantes). Crece con la llegada de inmigrantes jóvenes y fértiles en una sociedad envejecida como la escocesa.

En las islas escocesas hoy hay más misas en polaco que en gaélico. Pero falta avivar la Nueva Evangelización y mejorar la defensa de la vida y la familia.


En agosto de 2012, las 500 parroquias escocesas leían un comunicado de los obispos llamando a los fieles a luchar en defensa del matrimonio como unión de hombre y mujer.

Seis meses después, se revelaba el pasado sexualmente confuso del cardenal y la Iglesia quedaba descolocada esperando un liderazgo eficaz frente a un laicismo militante y fuerte, con ribetes cristianófobos muy claros.

Quizá el nuevo arzobispo Leo Cushley considere más fácil su antiguo destino en África Central, con sus guerrilleros y terroristas.