«Antes de venir aquí, iba a misa sólo en Navidad y en Pascua. Llegué a Medjugorje solo, un mes después de los atentados a las Torres Gemelas, en el 2001, un evento que me había afectado. Para mí fue como volver a casa, reencontrarme conmigo mismo y con la verdadera paz. Esa primera vez, cuando llegó el momento de regresar, estaba aterrorizado, temía que la felicidad que había experimentado desapareciera...».

Es casi mediodía y el sol calienta las piedras marrones del monte Podbrdo, la colina de las apariciones, donde hace treinta años, algunos jóvenes de este pequeño pueblo perdido de Herzegovina contaron haber visto por primera vez a la «Gospa», la «Reina de la paz».
Hay un hombre que recorre el sendero en subida con los pies descalzos, desgranando el rosario. Se llama Fabio Sghedoni, tiene 46 años, está casado, tiene cuatro hijos y es uno de los titulares de Kerakoll, la empresa de Sassuolo que factura 350 millones de euros por año en ocho plantas europeas con más de mil empleados, que produce cola para azulejos y la exporta a todo el mundo.

Ese primer viaje a Medjugorje hace diez años le cambió la vida, y ahora Sghedoni, que vuelve aquí cada tres meses, acaba de terminar de construir una ciudadela que servirá para recibir a jóvenes marginados y enseñarles un oficio.

«En 2001 —cuenta— debía venir con un sacerdote polaco que conocía. Pero debido a un problema con su pasaporte, quedó varado en Múnich. A mí, en cambio, me perdieron el equipaje. Me encontré solo en Medjugorje, sin nada, sin conocer el idioma. Participé con los demás peregrinos en la adoración eucarística, subí por primera vez al Podbrdo, conocí a una de las videntes, Vicka. Y, mientras ella hablaba, relatando las apariciones del Virgen y sus mensajes que llaman a la conversión, comencé a llorar desconsoladamente. Descubrí en ese momento lo que significaba advertir el amor de Dios...».
 
Para el empresario de Sassuolo es un encuentro conmovedor. Se vuelve a acercar a la fe, decide hacer algo por los pueblos azotados por la guerra fratricida de los Balcanes. «Aquí recibí mucho para mi vida y sentí el deber de contribuir a sanar al menos una pequeña parte de aquellas heridas interiores que había visto en esta tierra».

Aunque el pequeño pueblo de Bosnia-Herzegovina, convertido en uno de los lugares de peregrinaje más frecuentados del mundo, se había salvado de las bombas durante la guerra en la ex Yugoslavia, en los alrededores el conflicto dejó muchas marcas, exteriores e interiores.

«No sólo casas destruidas —revela Sghedoni— sino también heridas en los corazones. Recuerdo a un hombre que me dijo: "Yo sé quién mató a mi padre, es mi vecino. Pero lo he perdonado". Muchos otros se encontraron en la misma situación, sin poder, sin embargo, superarla. Deseaba hacer algo para volver a darles esperanza...».

Fabio es un empresario de Emilia Romaña, no un místico. No entiende de debates teológicos en torno a las apariciones marianas: las de Medjugorje no son reconocidas por la Iglesia, entre otras cosas porque continúan desde hace treinta años y los mensajes no han terminado aún. El obispo de Mostar está en contra, otros obispos y cardenales están a favor, el papa Benedicto XVI encargó al cardenal Camillo Ruino que presidiera una comisión de investigación para evaluar los testimonios y los mensajes.

«Nosotros —dice Sghedoni— confiamos en la Iglesia y en su juicio. Yo no quiero entrar en detalles... Vengo aquí para rezarle a la Virgen, he visto a miles de personas acercarse a los sacramentos, volver a descubrir la fe, cambiar de vida. Exactamente como me sucedió a mí.»

El signo concreto que junto a sus familiares ha decidido dejar en este lugar, para expresar su gratitud, es una ciudadela que se extiende a lo largo de siete hectáreas apenas en las afueras de Medjugorje, y que comprende siete construcciones, entre las cuales dos casas para la acogida y la formación de jóvenes marginados.

«Deseaba ofrecer a estos hijos de la guerra una segunda oportunidad, la posibilidad de lograr algo, enseñándoles un oficio». Así, en la ciudadela, además de un hospedaje para peregrinos, se encuentran activos laboratorios y escuelas de cocina. Los jóvenes aprenden el oficio de panaderos y cocineros.

Hay también un palacete para actividades deportivas que puede albergar hasta dos mil personas, que se encuentra a disposición de todos los equipos de jóvenes de la zona que deseen entrenarse.

La «ciudadela de la alegría» hoy es administrada y animada por la comunidad Nuevos Horizontes, fundada por Chiara Amirante. «Costó aproximadamente diez millones de euros, la realizamos gracias a la ayuda de muchos, si bien la parte más significativa de los fondos fue puesta a disposición por parte de mi familia y de Kerakoll».

Fabio baja la mirada, desgrana nuevamente el rosario, retoma la subida con los pies descalzos, se detiene a orar largamente frente a la estatua de mármol blanco que se alza en el lugar de la primera aparición. «Jamás podré retribuir —susurra— todo lo que he recibido...».