El pasado jueves por la tarde, día del atentado yihadista en las Ramblas de Barcelona, la iglesia gótica de Santa María del Pi (https://basilicadelpi.com), a cincuenta metros de esta calle, vivió una de sus días más ajetreados, y el más influido por la violencia desde que unos fanáticos anticristianos quemaran buena parte de su interior el 19 de julio de 1936. 

La gente huía del terror en las Ramblas y muchos entraban en la iglesia. En el programa de Cristina López Schlichting, en cadena Cope, lo explicaba así Jordi Sacasas, el conservador y archivero de esta hermosa iglesia gótica, de rosetón gigantesco. 

"Estaba con unos compañeros trabajando en el Archivo de la Basílica, y oímos un extraño ruido, salimos al balcón y vimos mucha gente que venía... Bajamos a la puerta de la basílica y dejamos entrar a la gente, porque pensábamos ya que era algo de este tipo [un atentado]. A los tres o cuatro minutos llegaron unos Mossos pidiendo que todo el mundo entrara en locales e interiores. Y con un compañero animamos a la gente a entrar. Básicamente eran turistas, personas de todo el mundo", explica. 

Entre 500 y 800 personas se refugiaron allí esa tarde. Jordi Sacasas da más datos en la agencia Aciprensa. Explica que su principal prioridad fue tranquilizar a las personas más alteradas, especialmente a los extranjeros que no sabían español y no sabían qué pasaba. 


   
Jordi Sacasas, el archivero y conservador de la basílica de Santa María del Pi

“Íbamos dando información por la megafonía de la iglesia en francés, inglés e italiano, ya que la mayoría de las personas eran turistas y teníamos a una persona que hablaba idiomas”, indicó.


La policía autonómica no permitió a estas personas abandonar el lugar hasta las ocho de la tarde. Durante las tres horas de retención en la basílica los vecinos del barrio hicieron llegar comida y bebida a los cientos de refugiados en el templo.

También fueron generosos en los comercios cercanos: “Una panadería casi vació la tienda al traernos pan, bocadillos. Un bar nos trajo agua. Lo que impresionó y emocionó fue la solidaridad de las personas en estos momentos tan dramáticos”, explicaba Sacasas en Aciprensa.


  La iglesia, en su interior, en un día normal y tranquilo

Había además heridos leves a causa de la estampida, los empujones y caídas. “Atendimos a los heridos que se hicieron daño en la huida, sobre todo gente mayor, porque los servicios de emergencia estaban colapsados con los heridos más graves, y cuando nos permitieron evacuar la iglesia acompañamos a algunos a los servicios de emergencia para que se curaran. Los heridos no eran afectados directos del atentado, sino personas que sufrieron caídas en la estampida”, aclaró Jordi.

Por la megafonía de la iglesia fueron avisando de las informaciones que se recibían de las autoridades hasta que finalmente a las ocho de la tarde vinieron unos agentes para ir escoltando a los refugiados fuera del templo y del perímetro. 


Alberto Cortez, sacristán de la iglesia, que también estuvo presente en los hechos explicó más datos al digital Sputnik. "Hemos acogido a toda la gente que huyó de la Rambla hacia dentro de la iglesia. Hemos oído las sirenas, los tiros y a la gente gritando. Nos estamos encargando de toda la gente que se ha refugiado aquí, les hemos dado agua, comida y estamos aquí esperando a que la Policía nos dé más datos", dijo. "Nosotros cada tanto tenemos alguna información que nos da la Policía, vamos mirando las noticias y las vamos transmitiendo a la gente adentro de la iglesia. Algunos hablan lenguas y traducen a los demás", resaltó.

La parroquia, además de espacio seguro y megafonía ofrecía la necesidad más moderna: wifi.

«Más que agua o un sitio donde reposar, lo que la gente necesitaba era poder comunicarse con sus familias, decirles que todo estaba bien y sacarse el susto de encima», explicaba Jordi en El Periódico de Catalunya. Los refugiados usaban ansiosos los enchufes para recargar sus móviles y mantenerse conectados. 

El Periódico describía así la escena: "Chicas con el rímel corrido por haber llorado. Madres con niños pequeños a los que entretienen como buenamente pueden. Mochileros que caminan descalzos sobre el suelo de mármol de la iglesia. Y un señor mayor con una brecha en la sien, sobre la que han colocado un pedazo de algodón y un trozo de esparadrapo". 




Barcelona está conmocionada pero los viejos muros de la iglesia de Santa María del Pi han visto mucha historia y no son fácilmente impresionables. En su archivo se guardan bulas papales, cartas de Sant Josep Oriol y datos del asedio de 1714 y cientos de documentos inéditos, especialmente valiosos para entender la vida cotidiana del siglo XIV. 

Durante la Guerra Civil española la furia anticlerical de anarquistas y comunistas destruyó muchísimos archivos parroquiales. "El archivo del Pi es una excepción notable", explica el historiador Venteo, autor de "Autobiografía de Barcelona". "Sus series documentales tienen continuidad desde el siglo XV hasta el XX, hecho que es de gran importancia. Los documentos sobre música antigua ocupan decenas de cajas, todavía para investigar. Los datos sobre población del Quarter del Pi son probablemente de las más ricos que se conservan del siglo XVIII", argumenta el autor de 'Autobiografia de Barcelona'

La iglesia fue comenzada a construir en 1379 (aunque antes hubo en el lugar otro templo hacia el año 1000, si bien no se ha excavado para encontrar esos restos) y terminada ocho décadas después. Su torre octogonal de cuatro niveles (más el piso de las campanas) alcanza la vertiginosa estatura de 54 metros: es uno de los campanarios góticos más altos de la Península Ibérica (260 escalones); en algunos puntos, las paredes acumulan más de tres metros de espesor. Hoy puede visitarse como paradigma del gótico catalán.


Por su posición estratégica, durante los asedios que padeció Barcelona en los años 1641, 1652, y sobre todo el de 1714, los atacantes la sometieron a un intenso fuego de artillería que dañó la bóveda de la iglesia. Asimismo, durante el bombardeo con el que el General Espartero castigó a la ciudad en 1842, el campanario y el templo ardieron bajo los cañones del Castillo de Montjuïc. 

El 19 de julio de 1936, segundo día de la Guerra Civil, los anticlericales destruyeron y quemaron el altar mayor, la sillería neogótica, algunos altares laterales y el órgano del coro, dejando maltrechos los portales y el rosetón. Pocos días después, la Generalitat tapió y cerró el templo. Tras la guerra, en 1939, empezó la restauración. Hasta el año 1943, el archivo no fue devuelto a la parroquia. Solo recientemente se ha trabajado en reformar ese espacio y clasificar sus contenidos sistemáticamente.