Por primera vez en un mes de agosto, Madrid no se quedó desierto. La Jornada Mundial de la Juventud de 2011 trajo a nuestro país una riada de más de un millón de jóvenes llegados de casi doscientos países en torno al Evangelio de Jesús.

Acompañados y presididos por Benedicto XVI, mostraron que es posible vivir, como invitaba el lema, «Arraigados y edificados en Cristo, firmes en la fe». Un evento sin precedentes en nuestro país que dirigió el arzobispo de Madrid y presidente de la Conferencia Episcopal, el cardenal Antonio María Rouco Varela, que ahora pone rumbo a Brasil, país que toma el relevo de España en la JMJ, la primera que presidirá el Papa Francisco.

«La Iglesia en Brasil se enfrenta a retos considerables en lo cuantitativo y cualitativo. Nosotros vamos a ofrecer toda la ayuda que podamos a partir de nuestra experiencia, pero desde diversos puntos de vista, no es comparable la realidad que ellos viven con la nuestra», comenta el cardenal a LA RAZÓN antes de partir a Brasil.

–Sí. Al echar la vista atrás, más que la de Madrid, recuerdo que viví con más tensión y preocupación la de Santiago de Compostela en 1989. Fue fruto de mucha gracia del Señor, de la intercesión del Apóstol Santiago y de un gran esfuerzo personal.

»Tuvimos que rogar y aportar un plus de fe y de esperanza, muy apoyados y confiados en la cercanía de la Virgen del Pilar. No en vano, estábamos comenzando. No había experiencia cuajada del pasado sobre estos encuentros y el panorama del futuro estaba abierto.

»Cuando al entonces alcalde de Santiago, Xerardo Estévez, le planteábamos la previsión de más de 300.000 jóvenes, no se lo acababa de creer. La Plaza del Obradoiro y la ciudad universitaria se quedaban pequeñas y el Monte del Gozo era prácticamente una selva. Además, contábamos con muy pocas ayudas de las instituciones de la Iglesia en España y el diálogo con las administraciones públicas no era siempre fácil.

»Se trataba de una iniciativa muy novedosa. Tanto es así, que sólo acudió el 30 por ciento de los delegados diocesanos de juventud.


–Fue la primera JMJ tal y como hoy la entendemos. He de reconocer que acabé agotado. De hecho, la noche que Juan Pablo II se quedó en casa, y en las inmediatamente anteriores, no pegué ojo.

»Pero mereció la pena, porque abrió camino a lo que es hoy la actual concepción pastoral de las Jornadas Mundiales de la Juventud con esa agenda de actos que vertebran la semana del encuentro con el Santo Padre, incluido el vía crucis.

–Me remito al juicio de Benedicto XVI, que me recordó que había sido «una experiencia del cielo», que ha hecho mucho bien a toda la Iglesia. En Madrid ha dejado el poso de una renovación de la conciencia misionera de la diócesis, la constancia gozosa de que se puede anunciar a Jesucristo entre los jóvenes que están alejados, en las realidades periféricas, de la que tanto nos habla el Papa Francisco. Lo estoy comprobando también con la Misión Madrid que hemos puesto en marcha.

»Desde entonces, en las visitas pastorales que realizamos, no hay comunidad parroquial ni colegio donde no encuentres no sólo un recuerdo gozoso y agradecido de la JMJ, sino que compruebas también que siguen en una comunicación viva con aquellos a los que acogieron. Además, se están poniendo en marcha nuevos grupos juveniles y se han impulsado las nuevas realidades eclesiales.

–Las cantidades en pastoral hay que usarlas con prudencia, aunque tampoco las podemos ignorar. La tradición jacobea dice que Santiago Apóstol no convirtió a nadie en su primera campaña de evangelización por España... Pero luego todo cambió.

»La Iglesia tiene vocación de universalidad y quiere ser semilla de la nueva humanidad. Por ello, el índice vocacional es importante para saber cómo está de viva una comunidad eclesial y su tono espiritual. Si nos fijamos en las vocaciones a la vida consagrada y al sacerdocio, podemos decir que la JMJ ha sido muy fructífera. Se ve mejor ahora, dos años después. Y el próximo curso estoy convencido de que se notará aún más.

–No hemos hecho ningún estudio estadístico ni trabajo de campo, pero sí me comentan desde distintos lugares de España que para los católicos de cierta edad ha sido una manera de despertar de la rutina y la desesperanza que llevaban a pensar que no había jóvenes en la Iglesia. Sí, la Iglesia se mostró «joven» y abriendo los surcos de una nueva evangelización.

–Francisco está muy preparado para llevar adelante la JMJ de Río de Janeiro. Primero, porque «juega en casa». Es cierto que Brasil no es Argentina, pero no deja de ser tierra americana, conoce la lengua...

»Además, tiene una personalidad extraordinariamente cercana y cálida, su «feeling» con los jóvenes es evidente, por lo que creo que este encuentro supondrá un gran impacto espiritual en la juventud de hoy y del inmediato mañana. Y es que uno de los puntos fuertes del Papa es esa incursión directa en el interior de la vida de las personas, con un lenguaje pastoral muy sencillo, transparente e incisivo. Así lo vivimos el 6 de julio en el encuentro con las novicias, novicios y seminaristas en el Aula Pablo VI. Fue un momento entrañable y jugoso, me reí en varias ocasiones... sin disimulos.


–Yo no usaría el término regañina. Es el estilo de un gran padre espiritual de la Iglesia, que recuerda lo esencial de la fidelidad en la existencia personal y en la comunidad cristiana. Lo dice sin reñir, pero sin circunloquios. Hace observaciones directas que valen para todos. Se trata de un estilo muy similar al de Juan Pablo II. A él –pienso yo– no le disgustaría nada si alguien dijera que su ministerio está vivido con muchas notas y sabor que evocan al Papa Wojtyla.


–Hay una cierta armonía histórica. La canonización de Juan Pablo II era un clamor del pueblo de Dios. Lo pudimos ver aquellos días de su fallecimiento, cómo le acompañaron los fieles,... la homilía bellísima del cardenal Ratzinger. Aquel clamor de Santo Súbito vino acompañado de la dispensa de los cinco años para comenzar el proceso de beatificación, por lo que vivir ahora la canonización supone un acontecimiento de una proximidad de tiempo y espacio para toda la Iglesia que es única.

»La de Juan XXIII se enmarca precisamente en la celebración del 50º aniversario del Concilio Vaticano II. Que aquel que convocó el Concilio y el que lo aplicó luminosa y vigorosamente sean proclamados santos cierra un arco de dos grandes sucesores de Pedro que permite ver las exigencias y las interpretaciones que nos vienen de la hondura teológica, espiritual y pastoral que significó la renovación llevada a cabo por el Concilio Vaticano II. Estoy convencido de que la ceremonia será antes de Navidad.

–En muchos casos sí, por ejemplo, la encíclica «Lumen fidei», las canonizaciones... Él también ha adoptado otras. Cuando el final de un pontificado se produce por una renuncia que nadie espera, la vida está palpitando, su sucesor recibe una Iglesia viva, que palpita, y que necesita de esa dedicación paternal del que es su Pastor universal como lo estamos comprobando todos los días nuestro Santo Padre Francisco.


–Fue el día de la cátedra de San Pedro, el 21 de febrero de 1998. Lo viví pensando sobre todo en la diócesis de Madrid y siendo consciente del compromiso que asumes delante del Papa cuando te entrega el anillo y te pide ser fiel a la Iglesia hasta el derramamiento de sangre.

»Fue una jornada muy gozosa que compartí, entre otros, con los cardenales Sandoval de Guadalajara de México, y Schönborn, de Viena. Además, al ser una celebración abierta en la plaza de San Pedro, facilitó mucho la compañía de mis paisanos de Villalba, y de numerosos fieles del siempre recordado Santiago y, sobre todo, de nuestro querido Madrid.


–Sé que puede resultar gallego: en muchos aspectos, para bien y en otros, para mal. Desde el punto de vista de la vida de la Iglesia, los números en el campo vocacional han empeorado, pero la cualidad de las nuevas generaciones de sacerdotes y religiosos ha mejorado mucho.

»La nueva realidad de la Iglesia que nace de la entraña del Concilio Vaticano II destaca sobremanera: se ha consolidado el principio de comunión con el magisterio y la fe de la Iglesia, se han mejorado la enseñanza teológica, las celebraciones litúrgicas, la vida de oración... ¡Se ha emprendido con gozo una nueva evangelización!

»Por otro lado, la palabra Evangelio ha adquirido amplio y profundo dinamismo apostólico que llega incluso a las realidades más problemáticas de la vida social. En cambio, sí permanece latente un problema de mucha gravedad: la bioética, comenzando por el derecho a la vida, la defensa del matrimonio y la familia... Ello pone de manifiesto una vez más que la actual crisis económica que estamos viviendo está estrechamente ligada a la crisis moral y espiritual de la sociedad.

»No debe ser olvidada la encíclica «Caritas in veritate» de Benedicto XVI en relación con el diagnóstico de las raíces de lo que está pasando y con sus propuestas sobre el mercado de trabajo, la gestión de las finanzas internacionales, el principio del bien común y su aplicación a las políticas mundiales...

»Desde el año 1998 hasta hoy, todos estos desafíos han de ser abordados desde esa renovación de la conciencia que plantea el Papa emérito y sobre lo que llama constantemente la atención el Papa Francisco. Estoy convencido de que a partir de ahí, habrá fruto. Precisamente el trabajo de todos los que forman Cáritas, con su labor de entrega generosa y perseverante, es una muestra viva de lo que se puede esperar de una sociedad interiormente renovada.

–Yo iba principalmente a invitarle a que viniera a España y, evidentemente, hablamos del país y de sus problemas más acuciantes. Los conoce bien. Sólo espero que acepte la invitación. El V centenario del nacimiento de Teresa de Jesús en 2015 es una buena ocasión...

–Son preocupaciones vivas ya en los años precedentes del pontificado de Benedicto XVI. En cualquier caso, rupturas en los sucesores de Pedro no hay. Pero está claro que Francisco quiere ser efectivo y así está actuando. La palabra «Vaticano» para algunos es evocadora de no buenas calificaciones, pero para los católicos es el lugar que permite ejercer libremente su ministerio al Sucesor de Pedro.

»Así, si bien es cierto que el marco organizativo de la Santa Sede y su base normativa, que vienen del Concilio Vaticano II, no ham perdido actualidad, sí vendría bien renovar el funcionamiento administrativo a través de una ley general que permita una mejor interrelación entre los organismos que auxilian al Papa en el gobierno pastoral de la Iglesia Universal.

»Creo que el Papa Francisco va a dar un gran paso en esta línea para el bien de la Iglesia, una tarea que había que asumir después de más de 25 años de vigencia del Código de Derecho Canónico y de un par de décadas de la Constitución Apostólica Pastor Bonus que regula la Curia Romana. Que se revise para que responda más adecuadamente a las muchas necesidades, surgidas en la práctica, es muy conveniente.