En una homilía del pasado 8 de febrero, con ocasión del reciente Día Mundial del Cáncer, el obispo de Oakland  relató una anécdota de su pasada vida militar.

Michael Barber, jesuita de 59 años, fue capellán del cuerpo de Marines, y la historia sucedió cuando estaba destinado en el 23º Regimiento (con base en San Bruno, también en California) y asistía a una habitual revista de policía. El mayor que la realizaba se paseaba entre los soldados, todos con el uniforme perfecto, cuando se detuvo ante un cabo a quien descubrió un bulto en el cuello.

El oficial le preguntó si había ido al médico a que se lo vieran, y lo había hecho, pero el facultativo no le había dado importancia. "Le ordeno que vaya a otro doctor y que se lo miren", dijo el mayor. Así lo hizo... y se trataba de un cáncer. El cabo tenía 21 años y acababa de regresar de Irak sano y salvo. Comenzó entonces el duro círculo de quirófano, radiación, quimioterapia... Los marines le hicieron tratar en el hospital de la prestigiosa universidad de Stanford.


"Recuerdo que le acompañé a una de las operaciones, porque ni su padre ni su madre acudieron, no tenían ninguna relación con él", recordó durante el sermón monseñor Barber.

Quienes sí le visitaban eran sus camaradas de armas, que -recuerda con humor el obispo- entraron en grupo preguntando por las enfermeras. "¿No habíais venido a verme a mí?", protestó el joven, cubierto de vendajes. Le ofrecieron traerle algo de comer y qué tipo de patatas fritas prefería. Al cabo le daba lo mismo, le acababan de extraer las glándulas que le habrían permitido distinguir esos olores y sabores.

Cuando se quedaron solos, el marine, con cáncer terminal, le dijo al páter que tenía "grandes planes de futuro": "Padre Barber, quiero ser católico". El joven no practicaba ninguna religión ni pertenecía a comunidad alguna.

"Ok, le dije", contó el prelado, "te daré un libro sobre la fe, y mira a ver cuando lo leas si es a eso a lo que te quieres comprometer. Entonces te bautizaré".

"No necesito ningún libro", respondió: "Quiero ser lo que son usted y el coronel".

Y es que el coronel del regimiento, católico practicante, había ido a visitar al soldado todos los días, y se había ofrecido a llevar al chico a su casa para que se recuperase allí de la operación.

"Administré al joven marine el sacramento del bautismo, la primera confesión, la primera comunión, la confirmación y la extremaunción, todo el mismo día. Murió pocos meses después, confortado por los ritos de la Santa Madre Iglesia. Se configuró a Cristo por el bautismo... y por la cruz del cáncer".

Monseñor Barber terminó su homilía evocando el Evangelio de la visitación de Nuestra Señora a su prima Santa Isabel: "Tan pronto como María supo que alguien la necesitaba, lo dejó todo inmediatamente y fue a casa de su prima a ayudarla a preparar el parto [de San Juan Bautista]. Así que, si María acudió enseguida en socorro de una mujer encinta, ¡cuánto más rápido acudirá junto a alguien que sufre una enfermedad o dolor!", concluyó el obispo para animar a rezarle en esos duros momentos.

Como lo hizo al lado de aquel joven militar en la figura de dos buenos cristianos, el páter y el coronel, celosos de cumplir una de las más hermosas obras de misericordia: visitar a los enfermos.