Bernardo Cervellera es un veterano periodista italiano y misionero del PIME (Pontificio Instituto de Misiones Extranjeras), especializado en el mundo asiático. Durante cinco años fue director de la agencia Fides y desde hace bastantes años dirige la agencia AsiaNews. También ha sido profesor de Historia Occidental en la Universidad de Beida en Pekín y conoce bien distintas realidades de Asia.
 
Acaba de publicar en AsiaNews su análisis de la película Silencio, de Martin Scorsese. Niega que la película defienda la apostasía, pero también señala que la película, ambientada en los últimos años de una persecución durísima y sistemática, no recoge la alegría cristiana que mostraban al ir al martirio muchos mártires japoneses, también de las clases altas, que atestiguan las crónicas, sobre todo en los inicios de las persecuciones. Esta es su reflexión.
 


Muchos amigos, sacerdotes y laicos, me han pedido intervenir y comentar sobre la película de Martin Scorsese. No pretendo responder uno por uno. Me decidí a escribir para todos este comentario que publico hoy. AsiaNews ya ha hablado del valor del director de cine estadounidense en una entrevista al jesuita Emilio Zanetti, que es un amigo de Scorsese y colaboró en la elaboración de la película.

La película "Silencio" de Martin Scorsese es ante todo una buena película por su fotografía clara y simple; el ritmo cadenciado de las escenas rápidas y dramáticas, seguido de escenas inmóviles y reflexiones o diálogos; por el tema - el silencio de Dios - que el director quería enfrentar con valor en un tiempo como el nuestro, donde hay indiferencia no sólo al silencio, sino también para hablar de Dios.


  Los jesuitas en las escaleras de Macao, vistos desde arriba,
el punto de vista de Dios que observa


Las secuencias que me parecen más bellas son las grabadas desde lo alto: las escaleras del edificio en Macao (tal vez la iglesia de San Pablo) de los tres misioneros, Valignano, Rodrígues y Joao de Santa Marta. O las de la embarcación que navega solemne en el Mar de China y lleva a los dos jóvenes misioneros a la costa de Japón. Son como un vistazo a la tierra desde el cielo, una mirada que alguien llamaría indiferente pero que, en cambio, están llenas de participación.

Es como el punto de vista de Dios (o uno de sus puntos de vista), teniendo en cuenta que otras puntos de vista - en los que aparece el rostro de Jesús en el cuadro de El Greco - están en la tierra y tienen la cara de los hombres que han muerto o que pisotean la sagrada imagen.


La película y la historia que se cuenta no es una abjuración a la fe.Son en cambio una inquietante pregunta del por qué en la belleza de nuestro mundo natural hay dolor, muerte, persecución, odio, conflicto entre religiones.

Desde este punto de vista la película - repito - es valiente porque plantea las cuestiones de la fe en un mundo que es post-fe y repropone con una actualidad impactante la realidad del martirio cristiano (tan evidente en el Oriente Medio, África, China, Corea del Norte) y la cuestión de por qué morir por una fe, por Dios.



La película es una obra profundamente religiosa, como una continua exigencia, una pregunta al Dios que no habla con una voz sensible, pero que empuja a hombres, mujeres, sacerdotes y laicos a dar la vida y correr el riesgo de muerte cada día por él.

Es una película cristiana: hay una gran misericordia para cualquier elección de los hombres, incluso para la traición, incluso para la abjuración utilizada como método de supervivencia (ver el personaje de Kichijiro, que cada vez abjura y cada vez pide perdón).
 

Tal vez no es una película católica porque le falta una dimensión fundamental de la religión católica, que es la alegría.

Pero esto,  creo, es debido en parte al esfuerzo por adherirse muy cerca al libro de Shusako Endo, que es un libro sin alegría.

El gran escritor ha vivido siempre dentro de sí mismo las dificultades de ser un católico en una sociedad que ve a esta fe como algo extraño y sufrió en su existencia las mismas preguntas que Ferreira - el jesuita renegado – pone en cuestión, que la fe que “viene de Occidente" pueda arraigar en Oriente y en el "pantano japones".


  Hay alegría cuando la joven cristiana japonesa Mónica, presa,
ve llegar, quizá por primera vez en su vida, a un sacerdote 


De Shusako Endo Scorsese toma el problema de un Dios que es padre, que da reglas, que impulsa a sus hijos al martirio, en lugar de ser madre, amable, servicial y acogedor de cada jadeo humano.

Del escritor japonés el director estadounidense también toma el problema de un cristianismo que se enfrenta con el budismo, y que al final Dios es uno y se esconde más allá de las dos tradiciones.

En esto vemos cómo los problemas sugeridos en el libro y la película están muy cerca de esas posiciones postmodernas que rayan en el relativismo y en nombre de la tolerancia y el amor genérico pasan sobre toda tradición histórica degradando la verdad.

Scorsese no tomó del libro su final: el pequeño crucifijo que la esposa da a él después de la abjuración, puesta en secreto en las manos del cadáver de Rodrigues. En mi opinión, es un signo de esperanza y de adhesión a Cristo por parte del director, más allá de todas las traiciones y debilidades que uno puede experimentar en la vida.
 

La alegría, e incluso el humor, podrían haber surgido si el director hubiese estado más atento a la historia de Japón y la historia de los mártires japoneses.

Las crónicas de la época dicen que los mártires japoneses estaban contentos, felices de ir al martirio por Jesús. Ellos se ofrecían a sufrir por él, y no aceptaron ocultarse. Muchos de ellos iban cantando a la horca y proclamando salmos incluso cuando eran atados a la cruz.

En la película, en cambio, los cristianos parecen tener miedo de morir, quieren más el seguir con vida, se quejan del dolor en una atmósfera de tragedia. Sólo uno de los mártires canta el "Tantum ergo", mientras que las olas del mar lo cubren hasta ahogarlo.

Toda la historia de los mártires cristianos, sin embargo, es una historia de gratitud a Cristo por haberles dado el martirio y una alegría inmensa a la espera del paraíso.




Hablando del paraíso: en la película se cita, casi dudando de él (y esto es comprensible en el ambiente post-moderno, que no cree en cuentos de hadas).

Los cristianos japoneses presentados por Scorsese ven el cielo sólo en términos negativos, y podemos decir... materiales: un lugar en el que no se sufre más, donde no se trabaja más como esclavos, en el que no hay que pagar más impuestos a los señores de la tierra.

Esto parece una dependencia de la mentalidad post-moderna, en la que la fe es comprensiblemente sólo aceptada por los pobres, los esclavos, la gente al borde de la desesperación, pero no está hecha para personas mayores, para los ricos, para los que tienen altos cargos.

Pero la historia de los mártires japoneses nos dice que convertirse al cristianismo y aceptar el martirio se dio también en personalidades de la corte japonesa, señores y caballeros, como Takayama Ukon, el señor feudal convertido al catolicismo en el siglo XVI, que será beatificado pronto, tal vez por el mismo Papa Francisco cuando vaya a Japón este año.

Una corrección histórica debe hacerse también en el número de jesuitas que en el siglo XVII han abjurado. La historia de Ferreira se confirma por los documentos; pero se desconoce de otros sacerdotes que hayan abandonado la fe, que se hayan casado ​​y se hayan convertido en instrumentos de persecución contra los cristianos.

Algunas fuentes japonesas hablan de otros cuatro sacerdotes jesuitas, además de Ferreira, pero las fuentes más recientes (ver H. Jedin) lo excluyen por el hecho que los cuatro de los que se habla han muerto en la cárcel y no fueron puestos en libertad.

[Nota de ReL: Estos jesuitas, que llegaron para intentar rescatar a Ferreira, eran mantenidos en un complejo aislado llamado Kirishitan Yashiki, sólo para ellos, una especie de arresto vigilado para sacerdotes. Allí murió Giuseppe Chiara, el personaje que inspira al Rodrigues de la novela y la película. Lo cuenta Russ Stutler en su artículo sobre las persecuciones].


En conclusión, me parece que la película es una gran herramienta para hacer surgir preguntas profundas en el corazón del espectador; para sacudir la indiferencia sobre el martirio de muchos cristianos de nuestro tiempo; para pedir la misericordia y la compasión por la miseria del hombre, pero no da un testimonio de fe en la alegría de parte de los cristianos.

En este sentido, vale la pena señalar que en Japón, en casi dos siglos de persecución, muchos cristianos siguieron viviendo en secreto su fe, trasmitiéndola con valor y astucia. Es señal de que la tierra japonesa no era aquel "pantano" que la película y el libro describen.

Por otra parte, en la actualidad, aunque hay algunas conversiones al cristianismo, los japoneses viven una gran preocupación por el sentido de su vida, ya que están aplastados por el trabajo, por las costumbres y las tradiciones que inactivan la conciencia personal.

En el extranjero, sin embargo, donde la presión y amalgama social es menor, somos testigos de prodigiosas conversiones de jóvenes japoneses, de empresarios o de personas que participan en la industria de la moda.