A lo largo de los últimos años, el escritor y periodista José Javier Esparza se ha revelado como un solvente y ameno divulgador de la Historia de España, explicando los hechos, las causas razonablemente cognoscibles de los hechos y el ambiente y circunstancias en los que sucedieron. Cuando, además, ha incorporado ese talento a la novela, ha ofrecido al lector la mejor narración contemporánea de la Reconquista, clave de tantas cosas.

"Hoy nos llamamos españoles porque antes, tal día como hoy, otros hicieron España", afirma en el prólogo de su Almanaque de la Historia de España (La Esfera de los Libros), una obra consagrada a establecer la conciencia de la continuidad que nos constituye como pueblo. ¿Cómo? Contando en un par de páginas lo que sucedió, "tal día como hoy", en cada fecha del año, mezclando siglos y personajes porque "la destrucción del sentido cronológico hace aparecer un sentido diferente, propiamente transhistórico, donde Churruca convive con la Beltraneja y Cánovas con Don Pelayo. ¿Qué tenía esa gente en común? Algo muy importante: nosotros, hoy".


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Para escoger momentos y protagonistas, el Almanaque nos ofrece los que mejor han marcado la construcción de España como realidad  histórica, y entre ellos seleccionamos algunos que resultaron decisivos para que esa realidad fuese específicamente católica... y que por unas u otras razones han sido objeto de controversia, siendo Esparza un autor comprometido a cuyo juicio vale la pena acudir para decidirla.


Nació por petición expresa de los Reyes Católicos con la finalidad de mantener la ortodoxia católica y asegurar la unidad religiosa del Reino. Las desmesuradas cifras de muertos que se le atribuyen tienen como origen "dos operaciones de propaganda política": la del protestante Reginaldo González, expulsado del Santo Oficio y convertido al luteranismo por despecho, y la del cura afrancesado Juan Antonio Llorente, antiguo comisario de la Inquisición. Los números de muertos que hoy aceptan los historiadores son inferiores a los de los anabaptistas asesinados en Alemania y Holanda, a las hogueras de Calvino en Suiza o a las persecuciones de católicos ingleses bajo Enrique VIII o Isabel I.


Francia expulsó a sus judíos en 1182 y confiscó todos sus bienes, como lo haría Inglaterra en 1290, y luego los principados alemanes, Austra en 1421 y después los principales ducados italianos. España fue la última en hacerlo y pudieron vender sus bienes antes de marchar. Esparza explica la razón: "Los Reyes Católicos, en su proyecto político, aspiraban a una sociedad unificada. La unidad en la fe católica era el objetivo. Para ello tenía que lograrse la integración plena de los judíos conversos, pero esta se veía dificultada porque gran parte del pueblo los consideraba sospechosos. ¿Por qué? Por su proximidad a los judíos observantes. De manear que había que deshacerse de estos si se aspiraba a una integración total de los conversos. Por otro lado, las sospechas populares se traducían en un estado permanente de tensión civil".


Ha sido "una de las figuras más decisivas de nuestra Historia": "Cuando llegó al trono, Castilla era un reino precario, con la corona en manos de los nobles, enviscado en permanentes querellas, con sus campos esquilmados por la guerra. Ahora se había convertido en la primera potencia de Europa. La unión con Aragón había creado un núcleo político de extraordinaria solidez". "Un balance impresionante", concluye Esparza, como su testamento, donde prohibió esclavizar a los nativos de las Indias: "Era la primera vez que un monarca hacía algo parecido. Broche de oro para una existencia de dimensiones extraordinarias".


La obra ensayística y narrativa de José Javier Esparza, convertida en bestseller, acerca la Historia de España a un público muy amplio con el deseo de que los españoles de hoy nos situemos en la estela de nuestros "grandes genios".


La extraordinaria Isabel lo fue también por saber rodearse de personajes extraordinarios, además de su mismo esposo, Fernando de Aragón, con quien trazó el proyecto de la España al fin reunificada. O Gonzalo Jiménez de Cisneros: "Además de fervoroso hombre de Dios, fue un político de enorme talla". Confesor de la Reina, reformó la Iglesia española eliminando la relajación que tomó Lutero como pretexto en Alemania, haciendo nuestro país inmune a la Reforma. Muerta su valedora, fue fiel a su legado, y entregando la regencia de Castilla a Fernando el Católico, salvó la unidad recién lograda, y que corría el riesgo de perderse por los desvaríos de Juana la Loca.


Hijo de familia conversa judía, fue monje jerónimo y desde 1474 confesor de Isabel la Católica, guiándola en el proceloso camino hacia la corona. Abrió a Cristóbal Colón las puertas de la corte para presentar su proyecto, y solo por eso tendría ya un lugar de honor en la Historia. Se le encomendó la conversión de los musulmanes tras la toma de Granada y fue benigno en el empeño.


"Era la primera vez en la Historia que una potencia imperial dictaba leyes expresamente dirigidas a proteger a la población vencida": un empeño que tenía su origen en el testamento de Isabel la Católica. Las Leyes de Burgos, concebidas por el jurista Juan López de Palacios Rubios y el teólogo Matías de Paz, reposaban sobre cuatro principios: la libertad de los indios, la remuneración justa de su trabajo, el señorío sobre ellos de los Reyes Católicos por su compromiso evangelizador y el derecho de conquista sólo si se intentaba impedir ese compromiso.


Carlos I quería "tener la certidumbre de que estaba actuando conforme a la recta moral. Nunca ninguna potencia había hecho nada parecido". Influido por Francisco de Vitoria, ordenó la célebre Controversia de Valladolid (verano de 1550 y primavera de 1551) donde Juan Ginés de Sepúlveda desarmó el argumentario de Bartolomé de las Casas. La conquista se transformó en "pacificación" y se reconoció a los indios como "personas con derechos propios".


Fue "el concilio español", y lo fue porque la Iglesia española, gracias a Isabel y a Cisneros, ya había puesto en práctica la reforma -auténtica, esto es, católica- que necesitaba la Iglesia universal. Los jesuitas Diego Laínez y Alfonso Salmerón, teólogos particulares del Papa Pablo III, marcaron el espíritu del evento, Cardillo de Villalpando su filosofía, y Pedro Guerrero, arzobispo de Granada, las normas prácticas para la vida religiosa. El Concilio de Trento "purificó a la Iglesia" que, afirma Esparza, "se reformó a sí misma" "como tantas otras veces".


Tras el final de la Reconquista, los musulmanes en España eran 300.000 en una población de 7 millones de habitantes. La convivencia -mejor o peor- del siglo anterior, se hizo imposible por la guerra con el Imperio Otomano y con los piratas berberiscos. La Guerra de las Alpujarras (1568-1571) demostró que se habían convertido en una quinta columna inasimilable. La expulsión duró seis años y afectó a 275.000 mahometanos.

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Si la religión católica en España adquirió su espíritu guerrero en siete siglos de Reconquista, en el siglo y medio marcado por estas nueve fechas definió también su marchamo político. La unidad religiosa lograda entonces ha perdurado hasta hace bien poco como distintivo comunitario esencial.

En el Almanaque de la Historia de España de José Javier Esparza encontramos multitud de otros personajes y sus hazañas reflejo de nuestra realidad católica: desde San Hermenegildo a San Francisco Javier, de Covadonga a Las Navas de Tolosa, de los primeros mártires cristianos de España (Fructuoso, Eulogio y Augurio, en 259 en Tarragona) al milagro de Empel que nos hizo aún más paladines de la Inmaculada Concepción.