Vicente Romero, veterano periodista y corresponsal de guerra de TVE, acaba de publicar su libro «Habitaciones de soledad y miedo», con recuerdos, denuncias, confesiones e historias que quedaron en el tintero, recolectadas en 40 años en guerras, conflictos y miserias.

En estos años ha visto crecer su admiración, año tras año, país tras país, por los misioneros. «En los momentos más duros aguantan, aprietan los dientes porque se dan cuenta de que lo que hacen es más importante que salir corriendo para salvar el pellejo como hacen funcionarios internacionales. Esa forma de ayuda es valor», explica al presentar el libro.



El contraste que hace con los funcionarios de agencias internacionales es duro. No les reprocha que no sean heroicos: les reprocha que no cumplen con su trabajo. En una crisis de refugiados en Timor llegó a un campo de ACNUR donde no había ninguna atención médica. «Buscamos a sus miembros y resulta que estaban en embarcaciones deportivas, de fin de semana». Otro caso, hace pocos años, en la frontera entre Kenia y Somalia: «Los sudaneses, que huían de la guerra, del terrorismo y de la hambruna, cuando llegaban a la frontera esperaban encontrar a ACNUR, y ACNUR no estaba, se encontraban a 80 km porque entendían que más cerca de esa distancia era una franja de seguridad en la que era peligroso internarse. Eso es una inmoralidad», asegura.




Como comunicador, cree que hay que comunicar el horror para movilizar a la opinión pública, pero no para aterrarla ni asustarla de forma que huya y que esconda de los hechos.

Así, explica, «estableces una autocensura, porque si ves atrocidades, las filmas y las metes en el telediario, lo único que consigues es que la gente huya. El espectador tiene que entender y sentir el horror para movilizarse, pero tienes que poner una frontera para no aterrorizarlo, porque si lo aterrorizas, lo bloqueas y le impides que desarrolle conciencia».


Libro de Vicente Romero de 1998 centrado
en sus experiencias con los misioneros



Habla también de cómo el miedo forma parte de su función al buscar la información. «He sentido miedo muchísimas veces porque yo creo que los valientes no existen, existen los insensatos. Hay situaciones en las que es lógico sentirlo, mucho, y te preguntas: "¿Yo qué demonios hago aquí?". Es un miedo que el propio carácter vertiginoso de tu trabajo hace que superes y suele ser cuando llegas a tu refugio, sea un hotel, un cuartel o una sacristía de misioneros, en ese momento en el que te quedas solo en ese espacio tuyo, cuando te salen todas las emociones que has reprimido durante el día, entre ellas el miedo», reconoce Romero.


También cuenta momentos de bondad humana que le han edificado. Por ejemplo, conoció un cafetalero de Honduras que tenía una vivienda de adobe sin luz ni agua, con diez hijos, y por error cortó la pata a una perra mientras desbrozaba matorrales. El hombre, como si le faltasen bocas que alimentar, la adoptó «y la cuidó con enorme amor. "No, no era una boca más, era otro corazón. Esa forma de hablar de un analfabeto fue una poesía fantástica, no la he olvidado nunca", recuerda el corresponsal.

O cuando en Níger se encontró con una mujer con dos gemelos a los que no podía alimentar porque «tenía los pechos secos». «Un año después, cuando volví, los encontré estupendos porque habían recibido por correo ordinario alimentos infantiles que la gente le había enviado porque habían visto nuestra crónica. Ese pequeño milagro que ha producido un trabajo tuyo es la mayor alegría y satisfacción», explica el periodista hablando con el diario ABC.

Es la capacidad de comunicar y animar al lector y espectador a ser generoso y cambiar el mundo. Vale la pena.