Está acostumbrado desde siempre a interpretar las palabras humanas. Cuando, por curiosidad cultural, empezó a leer la palabra de Dios, su vida cambió: de neoateo («pertenezco a una generación que ha considerado durante mucho tiempo la fe casi como una idiotez intelectual»), hoy Gabriel Magalhães, intelectual muy conocido en Portugal (ha sido Prêmio Revelação en la categoría de novela), cuenta su conversión en el libro titulado en italiano Il tuo volto allo specchio. Il Vangelo trasforma la vita ("Tu rostro en el espejo. El Evangelio transforma la vida", ndt).

-"El Evangelio es la vida, la vida es el Evangelio". Esta afirmación, dicha por una ateo, es muy comprometida. ¿De dónde nace?
-Si leemos el Evangelio cada mañana, el resto de nuestro tiempo estará lleno del eco de lo que hemos leído. Esto porque la voz de Jesús es la misma que vislumbramos en la vida cotidiana. De este modo sucede que, por ejemplo, cuando estamos muy preocupados por las cuestiones económicas, nos aparece siempre el Evangelio de los lirios del campo.

»Nosotros los católicos estamos demasiado acostumbrados a considerar el Evangelio como "algo propio" de sacerdotes y teólogos. Vivimos en el terreno de las interpretaciones del texto sagrado que estas personas nos transmiten. Ahora bien, es cierto que estas interpretaciones son muy importantes, pero cada versículo evangélico puede tener, en cada momento, un sentido individual para cada uno de nosotros.

-Antes de su conversión, ¿cuáles eran sus puntos de referencia culturales?
-Cuando no se cree en Dios, nuestros instintos se convierten en una religión. Hacemos de nuestras ambiciones un gran Vaticano personal. Es esto, pienso, lo que ha llevado al poeta Fernando Pessoa a afirmar: "El hecho de que Dios no existe es también esto un Dios". Estamos todos "condenados" a un sentido de lo divino. Siempre adoraremos algo, sea un dios falso o el verdadero Dios. En mi caso, divinizaba el arte y la cultura. Pertenezco a ese tipo de personas que tienen tendencia a transformar a sus propios escritores favoritos en una especie de profetas privados. Hoy puedo decir que el arte era para mí una especie de "entrante" de Dios.

-¿Por qué?
-Cada cuadro que contemplaba me hacía entrever, sin que yo lo supiera, el rostro del Señor. Y en todos los textos que leía existía, muy fuerte, la nostalgia de escuchar la voz de Jesús. Hoy, muchos turistas visitan las catedrales de Europa: aunque no quieran reconocerlo, lo que buscan allí es la comunión con el absoluto, el entendimiento con Dios. Desde el punto de vista político era más bien de izquierdas. Pienso que también el deseo de justicia social, típico de la izquierda, es también el deseo del paraíso, una especie de intuición de Dios.

-¿Cómo sucedió su conversión?
-En un determinado punto de mi vida decidí leer los Evangelios considerándolos un trabajo importante de nuestro patrimonio cultural. Era como visitar una catedral de palabras. Cuando empecé, me di cuenta de que a lo largo del día continuaba lo que había leído por la mañana. Había ese eco del que hablaba antes. Lentamente empecé a "comprender" la voz de Jesús en mi vida. Ha sido algo muy fuerte porque estaba acostumbrado a una especie de silencio total, típico del hombre que vive sin un sentido espiritual. Ha sido fundamental también el papel de la mujer que después se ha convertido en mi esposa, que ya era creyente.



El escritor Gabriel Magalhães en el monasterio de Montserrat, cerca de Barcelona

-"El cristiano verdadero es incómodo, inquietante. Si no es siempre así es porque muchos viven sólo la mitad de la fe. Un menosprecio del cristianismo". Este "j’accuse" suyo es muy explícito.
-Las estructuras sociales aman los esclavos: cuestan menos y son más prácticos. Hoy hay empresas que intentan someter a sus empleados con la amenaza del despido, un verdadero drama en la Península Ibérica.

»Ahora bien, el cristiano no es un esclavo social. Se siente libre interiormente. Depende del Señor y a Dios obedece. Respeta las reglas de la sociedad pero le fortalece una gran libertad. Y la gente acaba notando esta independencia. Una libertad que sorprende mucho porque se atreve a vivir la alegría de amar y de dar confianza.

»El cristiano no es una persona marginal o no integrada: sigue cumpliendo todos sus deberes en la sociedad, pero lo hace de manera distinta, con la aureola invisible de su amor y de la libertad. Y esto hace surgir varias preguntas: ¿quién es éste? ¿De donde le viene? ¿Adónde va? ¿Por qué actúa así? Son las preguntas que han acompañado a Jesús, o a Francisco y sus primeros frailes, las mismas que se planteó Teresa de Ávila: ¡una mujer que confunde, que funda monasterios y escribe libros! ¿Y qué debe de haber pensado el gran filósofo Husserl cuando su discípula Edith Stein decidió ser carmelita? El Papa Francisco es otro gran ejemplo de este modo amistoso del cristiano de "confundir" al mundo».

-Se observa que tanto en el siglo XIX como en la primera mitad del siglo XX Dios aún estaba presente en la literatura. Hoy en cambio es el gran ausente. ¿Está de acuerdo?
-Sí. En el siglo XIX y la primera mitad del XX numerosos autores intentaron escribir una versión "correcta" de la Biblia. ¿No nos recuerdan algunos retratos hechos por escritores como Tolstoy al Moisés de Miguel Ángel? Los novelistas de ese periodo fueron honestos respecto a sus preocupaciones metafísicas. Hoy, aparentemente, las novedades que emergen del mercado literario no se ocupan mucho de Dios. Pero hay excepciones.

»Mi compatriota José Saramago ha dedicado varios libros a discutir duramente con la divinidad. Y en sus novelas encontramos a menudo la cuestión de lo sagrado. La gran diferencia respecto al pasado es que antes uno esperaba encontrar un sentido a la vida, incluso en medio de un mar de dudas. Hoy, al contrario, los escritores tiene relación con la religión sólo porque quieren encontrar algo en ella de que burlarse. Obviamente, no todos, pero se puede constatar esta tendencia, además de la otra línea que consiste en olvidar lo sagrado.

»Pero soy optimista: si se mira a lo que es el ensayo, encontramos muchos libros que tratan sobre lo divino. Al final de todo volvemos y volvemos, una vez tras otra, a Dios. La historia de la humanidad es constantemente un abandono y una vuelta hacia el amor del Padre».

(Publicado originariamente en Avvenire, traducción desde el italiano por Helena Faccia Serrano, Alcalá de Henares)

En el vídeo unos jóvenes explican lo que pasa cuando lees la Biblia