“Terreno edificable de 14.781 metros cuadrados situado en el Eixample, delimitado por las calles Provença, Mallorca, Marina y Sardenya. Grandes posibilidades”.

Podría ser el anuncio inmobiliario para vender un solar en pleno centro de Barcelona. Pero los compradores se encontrarían con la sorpresa de que está ocupado por uno de los edificios más visible, contundente y reconocible de la ciudad: La Sagrada Familia.

El problema es que sus dueños nunca han inscrito la declaración de la obra realizada y lo único que consta en el Registro de la Propiedad número 22 de Barcelona es un enorme solar vacío, que, por cierto, figura como propiedad de la Diócesis de Barcelona solo desde el año 1995.

No es la única anomalía urbanística y constructiva del edificio más famoso de Barcelona. Unos trabajos de construcción de más de 130 años tendrían que haber generado una extensa documentación. Pero en el Ayuntamiento de Barcelona no costa expediente alguno relativo al templo expiatorio y a su construcción. Ni siquiera el permiso de obras municipal necesario.

El primer proyecto para construir el templo en Sant Martí de Provençals, municipio separado por aquel entonces de Barcelona, es de 1866. Lo impulsó el librero devoto Josep Maria Bocavella que encargó los trabajos de una modesta iglesia a Francisco de Paula del Villar. En 1882, un año después de la primera piedra, a Villar lo sustituyó Antoni Gaudí, que transformó radicalmente el proyecto. Tres años después, se pidió el permiso de obras. El secretario del Ayuntamiento de Sant Martí respondió con un "Tramítese". Pero nunca se tramitó nada.

La Junta Constructora del templo siempre se ha acogido al silencio administrativo, y a tres planos de 1916 de Gaudí sobre la urbanización del entorno, localizados en 1997, para asegurar que pueden seguir con los trabajos. También hacen valer que es una obra excepcional que va por vías diferentes a las de los edificios normales.



La Sagrada Familia es Bien Cultural de Interés Nacional (BCIN), por lo que cualquier obra tendría que supervisarla la Generalitat. “Al no ser trabajos en la Fachada de la Natividad ni en la Cripta, las únicas que hizo Antoni Gaudí, y que son las que están catalogadas, no estamos obligados a vigilar los trabajos”, aseguran desde el Departamento de Cultura.

La construcción de la fachada de la Glòria se augura polémica. La ampliación del edificio nunca ha sido objeto de valoración por parte de la Comisión de Patrimonio, valoración necesaria para cualquier trabajo en un bien catalogado.

Construida a ritmo lento, como las catedrales góticas, parecía que la Sagrada Familia nunca se terminaría. En 1994 se decía que faltaban 100 años, en el 2000 que 50 años. Ahora está previsto acabarla en 2026. La eclosión del turismo en Barcelona aporta más de 25 millones de euros anuales para poder proseguir las obras y las voces críticas que pedían paralizar las obras del templo parecen haber desaparecido.

Pero la intensificación vertiginosa de los trabajos en las dos últimas décadas y la falta de control, han comportado más de una sorpresa: en 2007, al retirar el muro que ocultaba las obras en la calle Mallorca se comprobó que el templo había invadido la acera: Las ocho columnas estaban adelantadas entre 20 y 50 centímetros con respecto al resto de la calle. Nadie hizo nada, porque “ya era demasiado tarde”. Ni se pararon los trabajos ni hubo sanciones.

Que no existe documentación administrativa y conocimiento municipal sobre el tema se puso en evidencia en octubre de 2010, cuando el túnel del AVE que construía Adif en la calle Mallorca llegó a la altura del edificio: No se sabía si la perforación afectaría la construcción. Los responsables del templo no proporcionaron datos al Ayuntamiento, Generalitat y Ministerio; solo a los dos ingenieros alemanes de la Unesco (que desde 2005 otorgó la categoría de Patrimonio de la Humanidad a parte del edificio), que supervisaron los trabajos y que fueron el único contacto entre la Junta Constructora y Adif.

Con todo, ha habido intentos de acercamiento. Hace año y medio, tras el cambio en la presidencia del Patronato del Templo de Joan Rigol por Esteve Camps, “y con la excusa de crear el escultor japonés Etsuro Sotoo unas puertas para la Fachada del Nacimiento, se entregó una propuesta al Ayuntamiento para que tuviera constancia de los trabajos y un informe a la Comisión de Patrimonio. Es el único trámite que consta en las Administraciones”, asegura un arquitecto conocedor de las obras, que defiende que no existe justificación para esta actitud.

“Hay argumentos legales para que el alcalde, si quiere, coja el toro por los cuernos, pero no hay quien pare las obras por el problema económico que representaría”, explica esta fuente.

Pese a que ya se ha realizado más del 65% de las obras, queda una parte importante por construir, que será polémica. En 1976 el Plan General Metropolitano calificó las manzanas situadas frente al templo en la calle Mallorca, de forma que fuera posible construir una gran entrada desde la Diagonal. Cuando en noviembre de 2010 Benedicto XVI entró en el edificio lo hizo por el portal inacabado de la Glòria con ayuda de un ascensor. Se había instalado unos días antes porque era la única forma de salvar el desnivel desde la calle. Y es que la entrada principal al edificio en 2026, cuando está previsto que se acaben las obras, se producirá por un paso elevado sobre la calle Mallorca.

Está claro que los responsables de la Sagrada Familia no contemplan otra posibilidad que derribar los edificios de viviendas afectados para poder concluir su proyecto. Y nadie parece estar dispuesto a impedirlo.


La Sagrada Familia no es el único edificio destacado de Barcelona que no está inscrito en el Registro de la Propiedad. Hace dos años y medio se comprobó que los edificios construidos por Lluís Doménech i Montaner en el Hospital de Sant Pau, entre 1902 y 1930, no existían en los papeles porque jamás se habían inscrito en el registro. Para hacerlo hubo que hacer un levantamiento volumétrico de todos ellos, por lo que el solar vacío se transformó en recinto turístico y centro de organismos internacionales sin haber pasado por hospital.