El cónclave de 1958, que debía elegir al sucesor de Pío XII, comenzó el 25 de octubre con un total de 51 cardenales en la Capilla Sixtina con un nudo en la garganta por la noticia que acababan de conocer: el fallecimiento de uno de ellos, Edward Mooney, arzobispo de Detroit, de 76 años. Fue por un ataque al corazón, sólo tres horas antes de las palabras extra omnes que marcaron el inicio de las deliberaciones y votaciones que conducirían a la elección del patriarca de Venecia, Angelo Roncalli, como Juan XXIII.

Mooney había nacido en 1882 como el menor de siete hermanos. Su padre, trabajador textil, murió cuando él tenía ocho, y su madre abrió una panadería para mantener a su familia. Estudio parte de su seminario en el Colegio Pontificio Norteamericano de Roma, del que sería nombrado director espiritual en 1923, catorce años después de su ordenación sacerdotal.

Delegado apostólico en la India (donde fundó quince misiones y tres parroquias) y luego en Japón, volvió a Estados Unidos para ser nombrado obispo de Rocherster en 1933 y arzobispo de Detroit en 1937.

En una zona fuertemente industrializada, mantuvo excelentes relaciones con los sindicatos. Fue un firme debelador del nazismo durante la Segunda Guerra Mundial, por considerarlo un peligroso enemigo de la cristiandad. En 1946, el Papa Eugenio Pacelli lo elevó al cardenalato.

Su muerte tres horas antes del cónclave de 1958 ha sido utilizada posteriormente, según cuenta The American Catholic, por grupos sedevacantistas para alentar la idea de que el cardenal Mooney, radicalmente anticomunista, podría haber sido asesinado para, en plena Guerra Fría, restarle un voto seguro al también anticomunista cardenal Giuseppe Siri, papable entonces como lo sería también en 1963 y en los dos cónclaves de 1978. Una insinuación más en torno al que fuera treinta años arzobispo de Génova, de probada fidelidad a todos los Papas a los que sirvió, y autor de la relevante obra Getsemaní. Reflexiones sobre el movimiento teológico contemporáneo.

Lo cierto es que, de no haber sufrido el fallo cardiaco masivo que padeció casi a las puertas de la Capilla Sixtina, Mooney podría haber fallecido durante la celebración del cónclave, que duró cuatro días y once votaciones y tuvo un resultado sorpresa con la elección de un Pontífice ya anciano (77 años) que, sin embargo, demostró energía suficiente para convocar el Concilio Vaticano II.