En mayo de 2015 moría, con gran atención mediática, el matemático norteamericano John Forbes Nash, famoso por inspirar la película "Una mente maravillosa" y por grandes hallazgos matemáticos que incluso le merecieron el Premio Nobel de Economía en 1994.

En el mundo matemático muchos lo admiran por el teorema De Giorgi-Nash, que se llama así porque el matemático italiano Ennio de Giorgi, de 29 años, lo desarrolló y publicó un año antes que el americano en una pequeña revista científica local, en 1956. Era la resolución a los famosos problemas XIX de Hilbert. Nash no lo sabía, desarrolló su propia solución y quedó decepcionado cuando le dijeron que un tal profesor De Giorgi ya lo había resuelto.

Probablemente el italiano De Giorgi nunca tenga su película, porque su vida fue más sencilla que la de Nash, pero desde un punto de vista espiritual fue interesante.


Su padre murió cuando tenía dos años, fue criado por su madre y en la universidad descubrió su capacidad matemática. Su principal maestro, Mauro Picone, le enseñó siempre a tener una mente abierta, a presentar objeciones, preguntar y a usar la imaginación. "Ante la ciencia todos somos iguales", le decía para que no se amilanase ante autoridades académicas.

Ennio de Giorgi (19281996) no se casó ni tuvo hijos, y vivió siempre con gran austeridad, dando clases e investigando desde 1959 en la Escuela Normal Superior de Pisa. Matemáticamente, fue sin duda el principal pensador italiano de su época.



Reflexionó mucho sobre Dios, la muerte y la amistad y la paz entre los hombres. Fue un católico convencido, y también militante de Amnistía Internacional en los años 70, trabajando por la liberación de matemáticos como el ruso Leonid Plyushch y el uruguayo José Luis Massera. En esa época Amnistía Internacional, fundada por Peter Benenson, un inglés de familia judía rusa que se había convertido al catolicismo, aún no era un lobby de la industria abortista como ha sido tras la muerte de su creador. La entidad en esa época se dedicaba a salvar vidas de represaliados a ambos lados del Telón de Acero en plena guerra fría.


En una entrevista concedida a Michele Emmer que se publicó en 1996 (el año de su muerte), De Giorgi expresaba su visión de cómo la ciencia avanza también por factores humanos y personales, incluyendo la fraternidad entre científicos.

"La comprensión y la tolerancia son dos nociones que a menudo se olvidan cuando hablamos de tolerancia. La tolerancia pura y sentimental es insuficiente. Solo si va unida con comprensión y amistad permite progresar a la actividad humana. Las ciencias en particular no pueden avanzar sin entendimiento y amistad entre todos los científicos", explicaba.


Y luego lo aplicaba al diálogo entre religiones. "El entendimiento entre grupos religiosos también supone que cada uno explicará con gran simplicidad y naturalidad sus ideas, los principios religiosos en los que realmente cree. Para mí, por ejemplo, lo que particularmente me interesa es la propuesta de la Resurrección. La idea de la resurrección, que nuestra vida no acaba en el breve arco de años que tenemos aquí, que incluso nuestros seres queridos que han muerto aún viven de algún modo, es uno de los elementos fundamentales de mi vida e incluso de mi actividad investigadora. Yo soy capaz de continuar estudiando, de imaginar cosas nuevas incluso en una edad en la que uno diría que es el final de mi carrera académica, porque lo veo como un viaje en el que, hasta el final, uno ha de amar el conocimiento completamente, esperando que este amor continuará de otra forma incluso tras la muerte".


De Giorgi, el hombre que desde joven se sentía libre haciendo preguntas y que de mayor se esforzaba en liberar matemáticos presos, insistía en la matemática como una ciencia especialmente libre y dada a la imaginación. Por eso, quizá, pensar en la resurrección y la vida tras la muerte, ampliaban su perspectiva y sus ganas de conocer.

"Esta combinación de imaginación que vuela libre en los confines de lo que estudias, con el intercambio de otros vuelos, de otros científicos, pensadores, de otras disciplinas -filosofía, artes, letras- es la fuerza de las matemáticas", afirmaba él, el mayor matemático de Italia.

"Esto está en la base de una de las manifestaciones más fuertes del amor al conocimiento del cual nace la ciencia y la capacidad humana resultante de entender parcialmente el mundo, sin olvidar la famosa frase de Shakespeare, de Hamlet a Horacio: hay más cosas en el cielo y la tierra que las que sueña tu filosofía. Eso explica también por qué, en matemáticas, no hay conflicto entre innovación y tradición, las dos fuentes de todo lo verdaderamente grande y hermoso que los matemáticos han hecho. En matemáticas hay armonía", insistía.

En varias ocasiones afirmó: « Al principio y al final, tenemos el Misterio. Podríamos decir que tenemos el designio de Dios. A este misterio la matemática se acerca, sin penetrarlo".


Buscar el conocimiento con amor lo veía como una consecuencia de la enseñanza bíblica. "En el libro de Proverbios, uno de los más antiguos de la Biblia, en cierto punto dice que la sabiduría -que es más amplia que las matemáticas- estaba con Dios cuando Él creó el mundo y que esta sabiduría debe ser encontrada por los hombres que lo buscan y lo adoran. Las matemáticas son una manifestación significativa de este amor por la sabiduría", explicaba.

Su discurso en la Academia pontaniana de Nápoles en el año 1992, apareció en el diario "Avvenire" el 29 octubre 1996, pocos días después de su muerte, y representa un verdadero testamento espiritual del gran matemático italiano, recapitulando sus inquietudes: la imaginación, la creatividad, la literatura, la libertad -también la de las nuevas teorías matemáticas- y la confianza en la resurrección.




por Ennio de Giorgi, 1992

Ciertamente ni siquiera los más grandes descubrimientos de este siglo, las más atrevidas teorías físico-matemáticas, la relatividad general, el Big-Bang, el principio de indeterminación, los espacios en infinitas dimensiones de Hilbert y Benach, los teoremas de Goedel dan una respuesta a las preguntas fundamentales referidas al mundo, a Dios y al hombre.

Sin embargo, dichos descubrimientos y teorías han tenido un gran mérito: han liberado al espíritu humano de una concepción angosta de la realidad, de los miedos de todo lo que aparece inesperado y paradójico, han confirmado en amplísima medida las palabras de Hamlet: «Hay más cosas entre cielo y la tierra de cuanto sueña vuestra filosofía».

Queriendo explicar con un ejemplo, quizá inadecuado y simplista, el sentido de libertad que las nuevas teorías han traído a nuestra cultura, diría que si hoy naciera un poeta dotado del genio de Dante Alighieri, no estaría obligado a reunir ángeles y demonios, santos y condenados, Infierno, Purgatorio y Paraíso en los límites de un espacio euclídeo tridimensional, no tendría a disposición como posibles «imágenes matemáticas» de la Eternidad sólo la recta y la circunferencia.

Ciertamente el científico, como todo otro hombre, puede usar de múltiples modos su libertad, puede abrir su corazón a la esperanza o cerrarlo en el escepticismo.

Por mi parte no tengo el genio de Dante o del Beato Angélico, pero puedo decir que mi vida perdería gran parte de su significado si renunciara a la esperanza de encontrar de algún modo las personas que me han sido más queridas, si no creyera en las palabras del credo: Expecto resurrectionem mortuorum et vitam venturi saeculi. [Espero la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro].