Trento es una ciudad que ha vinculado su historia a la de la Iglesia, no sólo por el Concilio de 15451564, sino también por distintas figuras religiosas que han nacido en ella.

Una de éstas es el jesuita Martino Martini, nacido el 20 de septiembre de 1614 en una próspera familia de la ciudad. Para nosotros occidentales sería imposible pensar en China sin su contribución.

Si Matteo Ricci fue, efectivamente, el primero en dar a conocer la cultura y las tradiciones occidentales a los chinos, Martino Martini está unanimemente considerado como el primero que hizo conocer China a los europeos.

A este ilustre hijo, la ciudad de Trento le dedica desde hace muchos años recursos y atención, coordinados principalmente por el Centro de estudios dedicado a Martini (www.centrostudimartini.it). El cuarto centenario de su nacimiento es, por consiguiente, una ocasión para honrar su obra.

Los primeros veinticuatro años de su vida estuvieron marcados por la infancia y los estudios; doce los pasó en el mar, en confinamiento, secuestrado por los piratas, y en varios viajes. Quedan diez años, que los pasó en tierras chinas, dedicándose al estudio de la lengua y la cultura, a la obra de educación y de conversión y a la organización y refuerzo de la comunidad católica de Hangzhou, entre malestares y peligros gravísimos.


Tras haber frecuentado el colegio de los jesuitas en Trento, en 1632 Martino entra en el noviciado romano de la Compañía de Jesús, en San Andrés en el Quirinal. Pronto nace dentro de él el deseo de ir en misión a Extremo Oriente y en 1634 habla de ello en un carta al Padre general, Muzio Vitelleschi.

Cuando su petición es acogida, centra su preparación sobre todo en las materias científicas, atesorando la experiencia de los jesuitas que partieron antes que él hacia China. Particularmente importantes son los cursos que sigue en el Colegio Romano y, sobre todo, el encuentro con Athanasius Kircher (16011680), hombre de ilimitados intereses, entre los cuales la sinologia, y con el que Martini mantiene una intensa correspondencia.




Sin embargo, para llegar a China debe recurrir a toda su tenacidad: el primer intento se remonta a septiembre de 1638, pero llega a la primera meta, Macao, sólo en agosto de 1640. Tres años más tarde, finalmente, entra en China, en Hangzhou.

Lo acompaña el superior provincial, Giulio Aleni. Son años muy difíciles y turbulentos para el Imperio Medio: en 1646, con la muerte del último emperador de la dinastia Ming, inicia la era de los Qing, procedentes de Manchuria, la última dinastia del Imperio, destinado a derrumbarse a principios del siglo XX.

Los jesuitas se encuentran, por lo tanto, en medio de largos y devastadores enfrentamientos en el periodo de transición, que no los dejan indemnes. Martini ofrece una descripción detallada de estos conflictos en su De Bello Tartarico Historia, publicada en Amberes en 1654.


Por sus contribuciones científicas, aplicadas también a la defensa militar de la nación, Martini es nombrado mandarín poco antes de la caída de los Ming.

Pero esto desencadena desconfianza hacia su persona, como demuestran algunos comentarios desdeñosos por parte de misioneros de las órdenes mendicantes.

Como sus sucesores, también Martini tiene que enfrentarse a un viaje de vuelta a Europa para intentar hacer entender, no sólo a las Congregaciones romanas de Propaganda Fide y del Santo Oficio, sino también a los intelectuales europeos, la complejidad de la situación en China y lo razonable de la metodología adoptada por los jesuitas, a partir de Alessandro Valignano (15391606), que era considerada por muchos hombres de Iglesia de esa época como una herejía demoniaca.


Durante su estancia en Europa, que duró casi cuatro años, Martini se reúne con diversos literatos, científicos, como también editores holandeses interesados en la publicación de sus libros. El jesuita volvió con mucho material documental, histórico y geográfico, que abrió a los europeos un amplio e insospechado panorama sobre el mundo chino. Ilustrando en una serie de conferencias esa vasta parte del mundo, casi desconocida y aún envuelta en leyenda, Martini contribuye a hacer de China un país "real".

Su fama de científico y cartógrafo está vinculada a la publicación del Novus atlas sinensis, que tuvo lugar en Amsterdam en 1655 a manos del editor Blaeu.

Dedicado a Leopoldo Guillermo, el gobernador austríaco de Bélgica de la época, el Atlas de Martini es una obra excepcional por la amplitud, la erudición y la riqueza de detalles, y supera todas las ilustraciones precedentes del Celeste Imperio. Durante dos siglos permaneció casi inigualada.

Esta obra fue precedida dos años antes por la Grammatica Sinica, en la que, en primer lugar, resume las principales características gramaticales de la lengua china y establece las bases para el estudio de esta lengua en Europa. Desde 1661 sus restos reposan en su Hangzhou, cerca de Shanghai.

(Traducción de Helena Faccia Serrano, Alcalá de Henares)