Siempre que comenzamos la cuaresma el evangelio del primer domingo nos presenta las tentaciones de Jesús en el desierto. El demonio tienta a Cristo pero no gana. Quien vence es Jesucristo que es el mismo Dios. Esto nos ayuda a afrontar nuestra batalla contra el demonio para saber que si nos unimos a Cristo siempre vamos a ganar.

La cuaresma es camino hacia la Cruz que da paso a la Pascua, a la Resurrección, a la Gloria. Ahora tenemos que caminar. Luchar para dar pasos siguiendo a Cristo con fidelidad en el desierto de nuestra vida en estos días de cuaresma. Es importante tener claro que el demonio existe. El Padre María Eugenio nos lo explica con mucha claridad en su libro Quiero ver a Dios: “Para Santa Teresa  el demonio no es una misteriosa fuerza maléfica, es un ser vivo, bien conocido por demasiado frecuente en su vida, un enemigo personal”. Es así. Ella tiene muchas batallas contra el demonio y siempre sale airosa. El capítulo 31 del libro de la Vida recopila unos cuantos de estos momentos.  Además no enseña cómo defendernos. Hay muchos “instrumentos” que nos ayudan a vencer y crecer en la vida interior para ganar batallas. Leamos con atención todo ese capítulo para descubrirlos: oración, agua bendita, la cruz, vida de fe, humildad,… Todo esto unido nos da una fuerza impresionante. A ella le sirvió, a nosotros también nos ha de ayudar, sobre todo en este tiempo en que nos preparamos a la Semana Santa. Santa Teresa de Jesús, es la gran maestra. Lo vive y lo escribe, nos muestra con detalle cómo el demonio le hace frente y cómo le derrota con el agua bendita:

Estaba una vez en un oratorio, y aparecióme hacia el lado izquierdo, de abominable figura; en especial miré la boca, porque me habló, que la tenía espantable. Parecía le salía una gran llama del cuerpo, que estaba toda clara, sin sombra. Díjome espantablemente que bien me había librado de sus manos, mas que él me tornaría a ellas. Yo tuve gran temor y santigüéme como pude, y desapareció y tornó luego. Por dos veces me acaeció esto. Yo no sabía qué me hacer. Tenía allí agua bendita y echélo hacia aquella parte, y nunca más tornó.

Quiso el Señor entendiese cómo era el demonio, porque vi cabe mí un negrillo muy abominable, regañando como desesperado de que adonde pretendía ganar perdía. Yo, como le vi, reíme, y no hube miedo, porque había allí algunas conmigo que no se podían valer ni sabían qué remedio poner a tanto tormento.

De muchas veces tengo experiencia que no hay cosa con que huyan más para no tornar. De la cruz también huyen, mas vuelven. Debe ser grande la virtud del agua bendita. Para mí es particular y muy conocida consolación que siente mi alma cuando lo tomo. Es cierto que lo muy ordinario es sentir una recreación que no sabría yo darla a entender, como un deleite interior que toda el alma me conforta. Esto no es antojo, ni cosa que me ha acaecido sola una vez, sino muy muchas, y mirado con gran advertencia. Digamos como si uno estuviese con mucha calor y sed y bebiese un jarro de agua fría, que parece todo él sintió el refrigerio. Considero yo qué gran cosa es todo lo que está ordenado por la Iglesia, y regálame mucho ver que tengan tanta fuerza aquellas palabras, que así la pongan en el agua, para que sea tan grande la diferencia que hace a lo que no es bendito” (Vida 31, 2-4).

 

No son cosas del pasado, sino algo muy real y que no podemos negar en nuestros días.  El fundamento principal está en la Sagrada Escritura. Si leemos el Evangelio nos encontramos con el demonio en no pocos pasajes donde Jesús sana y libera a aquellos que tiene atados el diablo. Pero si vamos al Antiguo Testamento también aparece en la historia de algunos personajes como Josué, Saúl, Tobías o Isaías entre otros.

Acudimos al Catecismo de la Iglesia Católica y también aparece bien definido cuando se comenta la última petición del Padrenuestro (líbranos del mal): “El mal no es una abstracción, sino que designa una persona, Satanás, el Maligno, el ángel que se opone a Dios. El diablo, es aquel que se atraviesa en el designio de Dios y su obra de salvación cumplida en Cristo” (Catecismo, p. 2851).

Conocemos la vida de los santos y casi siempre se hace presente. Y a veces de manera muy fuerte y peligrosa. Hemos visto lo que experimenta Santa Teresa de Jesús en el siglo XVI. A ella podemos sumar algunas escenas de las biografía de San Antonio Abad en los primeros siglos del cristianismo, de San Juan María Vianney (Santo cura de Ars) a inicios del siglo XIX o de San  Pio de Pietrelcina en pleno siglo XX.

Y si todavía se puede añadir algo, vamos a aprovechar para conocer la presencia e influjo del demonio en la vida de un grupo de jóvenes y de un sacerdote en el día a día una ciudad como Barcelona. Es una publicación reciente, de hace pocos meses, con gran trasfondo biográfico del autor, Jaume Vives. Una novela se lee muy bien. Cuesta menos que otro tipo de lecturas. Si nos metemos en la misteriosa intriga de Los demonios del Padre Joan, nos damos cuenta enseguida de algo que es patente: el demonio anda suelto por los pueblos y ciudades en los albores del siglo XXI.

Tenemos tarea por delante. Y mucho camino por recorrer. La Pascua nos espera. Hay quien no quiere que lleguemos. Lo sabemos, pero contamos con buena defensa. Es cuestión de empezar, de dar pasos, de no tener miedo, de rezar y adorar a Cristo expuesto en la custodia, de… leer la Biblia, el Catecismo, la vida de algún santo o la historia novelada de Los demonios del Padre Joan; todo esto nos ayudará a vencer la tentación cuando comienza la batalla espiritual.

 

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