¡Ayuda, por Dios, a la Iglesia necesitada! Este grito se eleva a los cielos desde hace 2.000 años, porque la Iglesia siempre está necesitada de ayuda. Aquellas mujeres de los primeros días, que servían a Jesús con sus bienes y su compañía, incluso al pie de la Cruz, el primer lugar de martirio cristiano. Cristo estará en agonía hasta el fin de los tiempos, por eso necesita ayuda: ayuda de Cireneos para llevar su cruz; ayuda de mártires para cumplir en sus cuerpos lo que falta a la Pasión de Cristo; ayuda de todos, como extensiones de Su humanidad santísima para ser sus manos, sus pies, sus ojos...

No podemos o no queremos ir a Nigeria, al lugar del martirio más actual, donde ir a Misa es caminar hacia una muerte violenta y más que probable. Por mucho menos, San Francisco fue a ver al sultán y San Antonio embarcó hacia lo que hoy es Marruecos para dar testimonio y apoyar a sus hermanos que estaban siendo asesinados. Por mucho menos, predicó San Bernardo la cruzada. Por mucho menos, allá fueron San Luis y Ricardo. Pero esta santidad no es exigible a nadie -o sí-. Ya que no vamos a ir a Nigeria a dar testimonio, sino que rezaremos cómodamente desde nuestras parroquias, por lo menos ayudemos con aquello que más nos duele: el bolsillo. Uno preferiría que muchos San Franciscos y muchos San Antonios de Padua bajasen al Africa expoliada y torturada, a Nigeria, a morir por Dios y por su Santa Iglesia. A falta de valor personal y de fe viva, sean un poco coherentes con su amor a Dios y al prójimo y rásquense el bolsillo.

No crean, por mucho que den, que hacen gran cosa. Pero tal vez la conciencia de la mayoría se contente con eso: se puede ser cobarde y generoso. Lo que es digno del fuego eterno es ser cobarde y avaro.

Paz y Bien, hermanos.