Una lectura del trasfondo de las medidas adoptadas ayer por el gobierno europeo-americano que actualmente tiene España nos revela el genuino componente nacional y zapateril de tales medidas: el peso y la carga de las mismas se hace recaer exclusivamente sobre la sociedad y, sobre todo, sobre la célula básica de la misma, la familia.

Si utilizamos provisionalemente la dialéctica hegeliana como herramienta de interpretación, podemos afirmar que hoy en día la tensión dialéctica ya no se produce entre esos fantasmas denominados “izquierda” y “derecha”, sino entre ese conjunto de personas a las que normalmente denominamos “sociedad”, por un lado, y todo el entramado institucional que alberga el poder, al que genéricamente podemos llamar “estado”, que incluye, por supuesto los diversos poderes autonómicos y supranacionales, por otro. No deben caérsenos los anillos para reconocer que esta dinámica ya la había planteado el propio Marx.

Pues bien, si aceptamos esta interpretación, se percibe con claridad que el peso de la crisis se ha extendido y generalizado por completo al conjunto de la sociedad, permaneciendo intactos los agentes estatales y sus diversos mecanismos de poder. Y concretamente dentro de ese conjunto social, el elemento más castigado es la célula básica de la misma, la familia.

Donde hasta ahora el peso de la crisis lo estaban soportando los trabajadores del sector privado y los sufridos autónomos, ahora se ha generalizado esta carga a todos los trabajadores del sector público, incluídos los altos cargos y miembros del gobierno. La autorreducción del sueldo de los ministros, diputados y senadores es una medida de cara a la galería que de todas formas afecta a los ingresos de personas individuales, y por lo tanto, a sus economías particulares y familiares, al igual que sucede con el conjunto del funcionariado.

Pero además, la congelación de las pensiones y la desaparición de las ayudas a la dependencia, así como la eliminación de las ayudas a la maternidad, sea cual sea el efecto que tales ayudas estaban teniendo, es toda una declaración de intenciones sobre la institución a la que el gobierno ha condenado a soportar el peso de la crisis: la familia. Son medidas que apuntan a los elementos verticales de la institución familiar: los descendientes y los ascendientes.

Las pensiones y las ayudas a la dependencia son recursos públicos destinados a facilitar a las familias la tarea de hacerse cargo de sus mayores, mientras que las ayudas a la maternidad tienden a facilitar a las mismas el hacerse cargo de las nuevas generaciones. Esta dinámica es el núcleo básico y fundante de toda la sociedad y de todo el tejido productivo. Es la familia la que está cuando algunos de sus miembros quedan sin trabajo y sin recursos. Ahora la carga de las familias puede llegar a ser insoportable.

Por la parte contraria, el ajuste presupuestario ha dejado intacta la estructura de poder de lo que genéricamente hemos llamado “estado”: el ahorro en el gasto público habría sido mucho mayor de haberse suprimido varios ministerios, mucho mayor aún de haberse suprimido diversas partidas presupuestarias destinadas a la financiación y subvención de miles de asociaciones, organizaciones y sectores improductivos que sólo tienen como finalidad la permanente lucha por la hegemonía cultural y la implemetación del proyecto ideológico del gobierno de turno, y sobre todo, el gran agujero negro de las cuentas públicas, el entramado institucional autonómico, al que sólo se le ha aplicado una reducción simbólica.

Se trata, por tanto, de un ajuste en el que vuelve a brillar el componente ideológico por encima del componente técnico y económico: todo el peso se carga sobre la sociedad y la familia, mientras que los instrumentos de poder al servicio de ese proyecto ideológico se dejan intactos, siendo así que el ahorro que podría generar la acción sobre esos instrumentos sería mucho mayor. La sociedad aldelgaza, mientras el estado permanece engordado. Los sometidos cargan, pero los sometedores conservan todas sus armas intactas.

Sin embargo, la situación tiene un elemento positivo: ahora mismo se dan las condiciones necesarias para hacer visible la superación definitiva de esa falsa dialéctica entre izquierdas y derechas y escenificar la nueva dinámica entre los de “dentro” y los de “fuera”: el estado se dispone a aplastar a la sociedad civil sin ningún tipo de escrúpulo; pues bien, los denominados “agentes sociales” de esa misma sociedad civil ya se están movilizando.

Y en esta ocasión hay razones suficientes como para que los arcaicos sindicatos vayan de la mano con los nuevos agentes sociales. Hoy no sería impensable ver bajo una misma pancarta a los dirigentes de Comisiones Obreras junto a los del Foro Español de la Familia. ¿Quién dijo izquierda y derecha? ¿Hay narices? ¡Menos estado y más sociedad!