El beso doble que Macrón le ha endosado al Papa, dado que ha sido en las mejillas, no es el de la española, de manera que no merece un pasodoble, pero sí un artículo porque revela la astucia del dirigente agnóstico que sabe que, aunque sólo sea por una cuestión de imagen, amar al prójimo es más rentable que retirar la Biblia. Tal vez el presidente francés no sea de los que bendicen la mesa, pero seguro que no le hace ascos a una vichyssoise fría servida por un anfitrión que se santigua. Nada que ver con Pedro Sánchez, quien, al modo en que Ramos pone cara de malo para que Mandzukic se lo piense, pone cara de ateo para que San Pablo no le envíe correspondencia.

Macrón, en cambio, habría dado lo que fuera porque el apóstol de los gentiles le citara en la carta a los gálatas. Por eso se ha mostrado exultante tras su entrevista con el pontífice. Enmanuel, que parece listo, sabe que para que Francia se mantenga fiel a La Marsellesa tiene que homenajear a Moustaki, es decir, acoger al extranjero, de manera que la crisis de los inmigrantes ha sido uno de los ejes de la reunión, de la que el mandatario ha salido con bondad samaritana, aunque no es de prever que habilite Normandía para el desembarco masivo de cayucos.

A Macrón la visita le servirá, pues, para sacar rédito entre la grey católica gala, a la manera en que el presidente español pretende sacarlo de las expertas en manicura tras mostrar sus manos en una fotografía publicada en sus redes sociales para que los españoles crean que son las del Gran Capitán cuando, como mucho, son las de Urtain. Frente a la estrategia relamida del presidente usurpador, se contrapone el gesto campechano del nativo de Amiens, que ha entendido mejor que su homólogo madrileño que el catolicismo sólo se deja conquistar si hay buena fe. En caso contrario, se defiende. Sánchez no tardará en comprobar que cuando ronda el peligro Dios permite que las ovejas muten en carneros.