LA BOLSA DE PATATAS

 El perdón es algo curioso;
 calienta el corazón y enfría la picadura.
 -Christopher Barquero-

                 El maestro dijo a sus alumnos:

         —Para la clase de mañana, traed varias patatas y una bolsa de plástico.

         Al día siguiente llegan los alumnos con las patatas en la bolsa y el profesor, al ver sus caras de sorpresa, dijo:

         —Para que me entendáis cuando os hable del perdón, vais a coger una patata por cada persona a la que le guardáis resentimiento y escribís en ella su nombre.

         Ni que decir tiene que hubo algunas bolsas bastante abultaditas. El ejercicio consistía en que durante una semana los alumnos llevarían consigo, a todos lados, esa bolsa de patatas. La molestia de llevar a cuestas esa bolsa en todo momento les mostró claramente el peso espiritual que cargaban a diario.

         Este ejercicio fue una gran metáfora del precio que pagamos por mantenernos en el dolor, los enfados y la negatividad.

          Hace unos días leía que «nos es muy difícil pasar por alto la herida que alguien nos ha infligido. Pero el perdón no es olvido, es simplemente soltar la herida. No es algo que damos a otros sino a nosotros mismos».

         Y es que perdonar es fundamental para poder disfrutar de una vida más plena, es entender que nosotros somos quienes dejamos que las situaciones o personas nos afecten, es analizar las razones por las cuales reaccionamos de determinado modo o bien nos compartamos groseros, soberbios, irritados con todas las demás personas en nuestro camino.

         Perdonar a los demás es básico, porque nos ayuda psicológicamente a soltar lastre para viajar más livianos, para seguir adelante en el camino adecuado y con menos obstáculos hacia nuestras metas, objetivos y proyectos de vida. Sin olvidar lo más importante: que aporta que seamos mejores personas y tengamos una vida más placentera.

         Sin embargo, es muy fácil dejarse arrastrar por el rencor, uno de los sentimientos más negativos y destructivos que puedan existir. Las personas que viven atormentadas durante mucho tiempo y que no pueden aprender a saber perdonar sufren a largo plazo de insomnio, dolores de cabeza, dolores de espalda y depresión.

         Cuando una persona aprende a saber perdonar, el miedo, la angustia y el dolor dan paso a nuevas ilusiones, proyectos y grandes esperanzas. Habrá personas que piensen que perdonar es un signo de debilidad, pero, es todo lo contrario. Saber perdonar es un gran signo de madurez, de saber estar y de mirar hacia adelante.

         Observa Alexander Graham Bell que «Cuando se cierra una puerta, hay otra que se abre. Pero muchas veces nos quedamos mirando la puerta cerrada durante tanto tiempo que no vemos la que se abre delante de nosotros».

          Es obvio, hay que saber soltar la bolsa con las patatas y adentrarse, decididos y libre de cargas, por la puerta del perdón. Seremos los primeros beneficiados.