Vi la túnica de Cristo. Forcejeaban por ella, tirando de cada lado, los romanos, los judíos, los apóstoles y los falsos discípulos. Tironeaban de ella con violencia, algunos para quedársela, otros para romperla, otros sin una intención muy clara.

La túnica estaba tensa, parecía que iba a rasgarse de un momento a otro. En algunos puntos era ya tan fina que los hilos permitían ver a través de ella. Yo sufría mucho, porque sabía lo que significa la túnica. Pero no podía hacer nada ante la escena, nada dependía de mí.

Mientras miraba, una anciana muy mayor pasó junto a mí, apoyada en su bastón, y se quedó mirando la escena. Estaba a la vez triste y tranquila. Me miró y vi en sus ojos una belleza insondable que me tranquilizó. Estaba muy arrugada y deteriorada, y al mismo tiempo era joven.

- Van a romperla - le dije lastimeramente. 

- Oh, no, eso no es posible - me dijo -. Mira. 

Me fijé de pronto en que la túnica no estaba hecha exactamente de hilo, sino de algún material elástico, porque en cuanto los tirones aflojaban, volvía a su estado primero.

Cuando los que tiraban veían esto, se ponían a tirar con más fuerza y violencia. 

- Por muy elástica que sea - dije - no podrá aguantar tanta tensión. Se romperá.

- Oh, sí, no lo dudes - dijo la anciana -, pero está túnica no es sólo elástica. Es única.

Mientras hablábamos, los falsos discípulos, a base de violentos tirones, consiguieron arrancar un jirón. Gritaron entusiasmados, al mismo tiempo que yo ahogaba un grito. Pero sucedió algo extraordinario. El jirón que arrancaron en seguida perdió su color escarlata.

Se volvió gris y mustio y envejeció rápidamente. No servia para nada. Para mi sorpresa, la túnica seguía intacta. Se había regenerado milagrosamente. 

- ¿Cómo es posible? - pregunté a la anciana. 

- No trates de entenderlo. Es su naturaleza.

 

Los falsos discípulos arrojaron el jirón y se lanzaron de nuevo sobre la túnica, esta vez por otra lado. Los apóstoles, que intentaban quitarle la túnica a los demás para evitar que se rompiera, a veces también arrancaban jirones sin querer.

Estos aguantaban más tiempo en el estado original de la túnica, pero también acababan volviéndose grises y mustios, inservibles. 

- ¿Qué se hará con esos jirones?

- Pueden volver a reinsertarse en la túnica, y recuperarán su naturaleza. Si no, se usarán para prender fuego.

- ¿Qué será de los que tiran de la túnica? 

La anciana guardó silencio. 

- El juicio para los falsos discípulos y los apóstoles será duro. Pero más duro será para aquellos otros apóstoles - dijo señalando a un grupo que había aparte y yo no había visto.

Estos otros apóstoles miraban el forcejeo sin hacer nada, callaban, esperando a ver qué pasaba. Me di cuenta de que eran tantos que, si se hubieran unido a los otros, podrían haber rescatado la túnica evitando los jirones. Pero no hacían nada. A veces murmuraban en bajo.

- Es una pena que por su inacción se arranquen hilos de la túnica - dijo la anciana -, hilos que fueron tejidos con gran esfuerzo y sangre por el dueño de la túnica. Ésta no se romperá, pero el Corazón de su dueño está roto por aquellos que son arrancados de su túnica.e

Pero ellos no tienen culpa - dijo la anciana -. Los que tiran y los que no tiran, ellos la tienen. La túnica no se romperá, ya lo has visto. Pero, ¡ay de los que tiran, ay de los que no! Porque llegará el dueño de la túnica y la recuperará para sí.

Tú no temas - me dijo -. Ya ves que la túnica no se puede romper. 

- Pero, ¿hay algo que pueda hacer?

- ¡Sí! Reza por la túnica, trata de recoger los jirones y de volver a unirlos a la túnica, habla de la belleza de la túnica y de su indestructibilidad, consuela a los que, como tú, temen que la túnica se rompa. Avísales de que, aunque a veces los apóstoles arranquen jirones con la apariencia de túnica, el tiempo hará ver que solo eran eso, jirones, que se volverán mustios e inútiles.

Es mayor vuestro miedo que el riesgo real - dijo la anciana -. Hay que orar y obrar, pero manteniendo la paz, porque sabéis que la túnica no se puede romper, y que los jirones se pueden reinsertar. Ve, pues, en paz. Besa la túnica. Ella es madre de todos nosotros.