De entre todas las efemérides de las que me hago eco en el Día Cualquiera de hoy que puede Vd. conocer mejor si pincha aquí y que es, a su vez, expresión escrita del que presenté ayer en el programa Diálogos con la Ciencia de Radio María, destaco hoy esta noticia por el interés que, según me parece, suscita y la gran actualidad de la que goza.

            En 1819 muere el médico español Francisco Javier de Balmis. Muchos de Vds. ni siquiera sabrán quién es, una pena… Pero hoy, día de su aniversario, vamos a poner nuestro granito de arena para hacer menos desconocido a este personaje de talla gigantesca al que la historia no ha puesto aún en el lugar que merece… Claro, es español, y para entrar en la historia, eso no deja de ser un hándicap… qué se le va a hacer.

            Francisco Javier de Balmis y Berenguer nace en Alicante el 2 de diciembre de 1753 en una familia con varias generaciones de médicos y cirujanos. Después de formarse en el Hospital Real Militar de Alicante, con veinticinco años obtiene el título de cirugía y álgebra por la Universidad de Valencia. Casa con Josefina Mataseca, pero no tiene hijos. Tras ingresar en el ejército como cirujano, participa en el largo sitio de Gibraltar de 1779, que dura cuatro años, para trasladarse a continuación a La Habana y luego a la Ciudad de México, en cuya universidad prosigue sus estudios y en cuyo Hospital de San Juan de Dios sirve como cirujano.

            Allí, amén de formar parte de la participación española en la Guerra de Secesión de los Estados Unidos, se embarca en el estudio de las enfermedades venéreas. Él mismo trasladará a España mil kilos de agave y 345 de begonia para ejecutar los remedios experimentados en América contra las enfermedades de transmisión sexual. En 1794 publica su “Tratado de las virtudes del agave y la begonia”, donde tiene que defenderse de los ataques de esos envidiosos que nunca faltan en nuestra historia, con palabras como éstas, toda una declaración científica de primera categoría:

            “Yo vine a España no como los charlatanes y los curanderos que vendiendo sus drogas han sacrificado a los pueblos para llenarse los bolsillos, sino como un profesor instruído en la materia deseoso de procurar el bien público”.

            Ya en España y con 42 años de edad, es nombrado cirujano de cámara del rey Carlos IV, momento coincidente con uno de los grandes hitos de la historia de la medicina: el descubrimiento en 1796 por el médico inglés Edward Jenner de la vacuna de la viruela, una enfermedad que produce terrible mortandad infantil y hasta cuatrocientos mil muertos en Europa cada año, no digamos en América. Y eso que, dicho sea de paso, ya con anterioridad, nada menos que treinta años antes, se vinieran practicando formas similares de inmunización, como es el caso de los experimentos realizados en Chile por el fraile español Pedro Manuel Chaparro.

            Sólo cuatro años después del descubrimiento, el Dr. Francisco Piguillem trae la vacuna a España. El enérgico y tenaz Balmis, consciente de la importancia del hallazgo, se involucra intensamente en él: amén de practicar las primeras vacunaciones, traduce el “Tratado histórico-práctico” de Jacques-Louis Moreau de la Sarthe y escribe, a su vez, una “Instrucción sobre la introducción y conservación de la vacuna”.

            Y lo que es más importante de todo: convence al rey Carlos IV, cuya hija la infanta María Luisa había sufrido ella misma la enfermedad, de enviar una misión a América para propagar la vacuna: es la “Real Expedición Filantrópica de la Vacuna”, también conocida como “Expedición Balmis”, en honor al que es su verdadero promotor. Estamos ante la primera gran campaña de vacunación de la historia, acometida en territorios españoles y por españoles, el más ambicioso proyecto sanitario realizado hasta ese momento en la historia de la Humanidad.

            Sufragada por el rey Carlos IV, que aunque por otros motivos no, por solo esta expedición merece letras de oro en el gran libro de la historia de la Humanidad, algo que, ni que decir tiene, es per se otro hito histórico, su objetivo no es otro que el de que la vacuna de la viruela alcance todos los rincones del Imperio español y sea administrada de manera gratuita. Un hito en la historia de lo que luego serán los grandes sistemas de seguridad nacionales y hasta de una especie de Organización Mundial de la Salud.

            La expedición, que sale de La Coruña en el navío María Pita en 1803, la componen el propio Balmis, dos médicos asistentes, dos prácticos, tres enfermeras, -una de las cuales precisamente la Isabel Zendal que hoy da nombre al gran hospital de Madrid para acometer la lucha contra el covid-, y lo que es más novedoso de todo, veintidós niños huérfanos de entre 8 y 10 años de edad de la Casa de Expósitos de La Coruña, a los que se inocula el virus sucesivamente de unos a otros para poder trasladarlo a su destino, solución dotada por el genio y el ingenio del genial Balmis.

            Con la mentalidad obtusa e infantil que lo impregna todo al día de hoy, no faltará quien critique la solución adoptada en base a demagógicos argumentos buenistas y torticeros. Lamentablemente, no existían entonces ni refrigeradores ni tantos avances científicos como conocemos en la actualidad, y el progreso de la ciencia y del bienestar requería de recursos heroicos como el arbitrado por Balmis. En cuanto a los niños, muchos de ellos quedarán en América en nuevas familias adoptivas.

            La expedición realiza su primera parada en las islas Canarias, desde donde prosigue viaje a Venezuela. Allí se divide en dos grupos: el primero, a las órdenes del propio Balmis, se dirige hacia el norte, visitando La Habana, Méjico y Guatemala, mientras el segundo, dirigido por José Salvany se adentra en Nueva Granada y en el Virreinato del Perú, las actuales Colombia, Ecuador, Perú y Bolivia, en una campaña que dura siete años y que se cobra la vida del propio Salvany, muerto en Cochabamba en 1810 a la temprana edad de 34 años, ciego de un ojo, con la muñeca dislocada, malaria, difteria y tuberculosis, todo ello producto de las penosas campañas. Ha vacunado a bastante más de 300.000 personas.

            En Nueva España, Balmis toma otros veintiséis niños huérfanos para trasladar la vacuna viva durante la travesía que, a bordo del navío Magallanes, realiza a través del Pacífico desde Acapulco hasta Manila. En Filipinas, y con la ayuda inestimable de los hombres de la Iglesia, realiza una nueva campaña de vacunación masiva. De las islas parte hacia Macao, la colonia portuguesa en la parte china del continente, a la que llega en una barca después de incluso sufrir un naufragio y salvar a los niños con sus propios brazos.

             Se adentra en territorio chino vacunando a la población de varias ciudades hasta llegar a Cantón, viaje en el que aprovecha para realizar estudios de la población botánica local. De regreso a España, todavía recala en la isla de Santa Elena, en pleno Pacífico, de soberanía inglesa, la misma que sólo nueve años después se convertiría en la última morada de Napoleón Bonaparte. Y a pesar de hallarse Inglaterra en guerra con España, realiza en ella su última campaña vacunadora.

             Allí donde va, Balmis deja su libro sobre la vacuna e instruye a los médicos para continuar la campaña de vacunación mediante la creación de unas juntas de vacunación.

             El propio descubridor de la vacuna de la viruela, Edward Jenner, calificará la expedición como el “ejemplo de filantropía más noble y más amplio de la Historia”, y el gran historiador y antropólogo Alexander von Humboldt “como la más memorable en los anales de la historia”.

             De vuelta en España en 1806, es nombrado inspector general de la Vacuna. Durante la Francesada, tras negarse a jurar lealtad a José Bonaparte, volverá a su Méjico querido, de donde regresa en 1813 para ser designado cirujano de cámara de Fernando VII y pasar a engrosar la Real Academia de Medicina.

             El 12 de febrero, tal día como hoy por lo tanto, pero de 1819, en su casa de la calle Fuencarral, a la edad de 65 años, Francisco Javier de Balmis fallece en Madrid.

             Hoy, como ya hemos dicho, el nombre de una enfermera de esa expedición, Isabel Zendal, que era además la rectora del Orfanato de la Caridad de La Coruña, es también el de un extraordinario hospital madrileño nacido para combatir en primera línea de batalla la terrible epidemia que nos atenaza.

             Bien está: en los tiempos extraños que corren, de cuotas, de pensamiento dirigido, de discurso único, a nadie se le oculta que había que buscar un nombre de mujer para dar nombre a un proyecto tan importante y esforzado como el del gran hospital en el que se combate la plaga. Pero en los momentos duros de epidemia, plaga y apocalipsis que corren, queda pendiente el homenaje al genio, al verdadero alma mater de la expedición, el que la hizo posible, y sin el cual, por redundante que parezca, todo habría sido imposible: Javier Balmis, cuyo 202 aniversario de su muerte conmemoramos hoy.

             Y con esta noticia me despido por hoy, no sin desearles como siempre que hagan Vds. mucho bien y que no reciban menos.

 

 

            ©L.A.

            Si desea ponerse en contacto con el autor, puede hacerlo en encuerpoyalma@movistar.es. En Twitter  @LuisAntequeraB