Al igual que la distancia recorrida por la madre de la Pantoja equivale a la distancia recorrida por el baúl de la Piquer, el anticlericalismo de Pablo Iglesias equivale al anticlericalismo de Nietzsche porque ambos quieren que Dios desaparezca, uno del hombre, y el otro de Televisión Española. En concreto, el secretario general de Podemos propone dejar sin misa a las cien mil personas que cada domingo participan en la Eucaristía desde casa, en su mayoría ancianos y enfermos, es decir, carne de descarte, que si ven la retransmisión no es porque les entretenga, sino porque les consuela. 
Este matiz es importante porque tal vez Iglesias crea que los fieles asisten a la partición del pan con el estado de ánimo del espectador de Mujeres y hombres y viceversa, cuando es justo lo contrario. Dicho de otro modo, necesitan que la bendición les alegre el día. Sólo por eso merecen que se mantenga el Padrenuestro en pantalla, al modo en que mantiene programas sobre los que no hay unanimidad.  A mí no me gustan las tertulias económicas de la RTVE, tengan sesgo liberal o marxista, pero no pido que se eliminen las referencias negativas al barril de Brent ni que se supriman las críticas al Fondo Monetario Internacional. Por dos razones: se las merecen y soy un demócrata.
Iglesias no lo es. Iglesias es un totalitario que incluye la emisión dominical entre los privilegios de la Iglesia católica porque confunde la fe con la ideología. La petición para eliminarla de la parrilla aclara que este hombre desconoce que el bien es un servicio público. También evidencia que no tiene en cuenta la sociología del país que aspira a presidir. Puesto que dos de cada tres españoles se declaran católicos resulta coherente que La 1 mantenga la Santa Misa. El porcentaje de cazadores es muy inferior y, sin embargo, Podemos no pide que se retire Jara y sedal.