El ataque a la educación concertada encubre un ataque al clan familiar, el otrora macho alfa de la sociedad occidental, que es hoy como esos leones con síntomas de agotamiento a los que rondan las hienas para quitarle la presa. El laicismo, la hiena, cerca a la educación concertada porque es el dique de contención de la familia, ahora que la familia no es respetada ni por sus propios miembros. En el ámbito educativo la puntualidad y el decoro son una exigencia, una obligación, pero dile tú al hijo adolescente que esté a las once en casa y que no vuelva bebido.  
Además de urbanidad, en los colegios concertados se enseña al alumno que Dios es uno y trino, lo que al alumno, que sólo sabe del tridente atacante del Barça, la MSN, le sirve para aprender que en el catolicismo Jesús hace un caño al fariseo, el Espíritu insufla fe al Alcoyano y el Padre marca en tiempo de prolongación. Al fin y al cabo, la Parusía es el minuto 93 de la humanidad. En la familia, empero, la bendición de la mesa ha sido sustituida por el buen provecho, la copa de anís por el gin-tonic y la oración para dormir con los angelitos por el beso de buenas noches.
La familia es una institución a la que es fácil quitarle el bolso no tanto porque esté avejentada como porque cree que le han salido arrugas prematuras, de modo que, para que el tironero se lo piense, necesita a alguien que le convenza de que lo suyo no es artrosis, sino falta de reflejos. Este asesoramiento corresponde a los padres que optan por la educación concertada, que son los únicos que parecen tener claro que el laicismo, además de acabar con el Credo, quiere hacerlo también con un modelo de vida en el que prima mirar los lirios del campo, aunque ni trabajan ni hilan, a ser accionista de Inditex.