Recogido de la página Dolca Catalunya

Nació en Forés, Tarragona, en 1903. Fue sacerdote en Altafulla y en Tarragona, Riudecanyes, Sarral, Montbrió del Camp y Conesa.

Celebró la última misa el 21 de julio de 1936. Alrededor de las 22:00 horas abandonó la parroquia que regentaba para ponerse a salvo de la persecución religiosa desatada en la Cataluña de Santcompanys. Se trasladó a pie a su pueblo natal, Forés, acompañado de sus padres. Permaneció pocos días en casa; junto a su padre se refugió en un bosque situado al norte de Forés, en la partida llamada Sabellá, hasta el 5 de septiembre, día en que regresó a la casa paterna, forzado por una urticaria con fiebre.

A las cinco de la tarde del día siguiente, 6 de septiembre de 1936, un grupo armado del comité revolucionario local se personó en la casa, situada en los alrededores del pueblo. Los jefes se llamaban Pedro Boldó Castellá y Manuel Malo Vives. El sacerdote huyó por una puerta trasera y se internó entre los matorrales de un bosque contiguo. Pero fue divisado y denunciado por un grupo de milicianos que vigilaba los alrededores. Más de treinta personas, todos hijos del pueblo, se lanzaron a la caza y captura del sacerdote con las armas en las manos, y cercaron el barranco. El sacerdote, viéndose preso se sentó encima de una piedra esperando a sus verdugos. “Manos arriba; pasa delante”, le dijeron al encontrarle. Obedeció sin rechistar y se dispuso a caminar con los brazos en alto.

A media cuesta pidió descansar; se lo permitieron, pero con las manos en alto. Y les dijo: “Levantádmelas, que no puedo”. Entonces le obligaron a proseguir y empezaron a pegarle, a escupirle y a mofarse de él. Llegados a la cumbre, se congregó en ella la mayoría del pueblo, que no movió un dedo por defenderlo. Lo condujeron al Ayuntamiento, a cuya entrada le esperaba su madre. Cuando llegó se abrazaron; y le dijo: “No llore mi muerte; no se vengue ni haga atentado alguno”. Luego, abrazando a su sobrino, le dijo: “Adiós; sé muy bueno”. La escena arrancó lágrimas en muchos de los presentes. Bruscamente, y con palabras soeces, fue arrancado de los brazos de su madre; a empujones fue conducido en presencia del Comité. Le preguntaron si quería beber vino; contestó que no. “¡Bien lo bebías en misa!”, le espetó uno, y le echaron el vino al rostro.

El alcalde Ramón Pons Miquel convocó a los Comités fundados por Companys. Para condenarlo constituyeron un tribunal que le acusó, entre otras cosas, de no dejar tocar las campanas de la iglesia parroquial de Sarral el Viernes Santo de 1934, y de escribir en diarios católicos. El sacerdote, contestó: “Primero hemos de obedecer las leyes de la Iglesia”. A continuación le abofetearon y le escupieron. El Comité de Forés, al entregarlo a los de Sarral y Conesa, dijeron: “Haced de él lo que queráis”. Entonces lo introdujeron en un coche y se dirigieron hacia Solivella. Durante el trayecto, por espacio de hora y media, empezó el cruento martirio del sacerdote. Le amputaron la lengua y los miembros genitales, le sacaron los ojos y le fracturaron la clavícula izquierda. La víctima iba desangrándose poco a poco.

Llegó Solivella tan exhausto que permaneció desmayado y sin conocimiento en la plaza mayor, durante media hora. La macabra comitiva se puso de nuevo en marcha y se dirigió al cementerio de la localidad. Como el camino era de herradura, lo bajaron del coche, fue arrastrado hasta el cementerio, le cortaron diferentes miembros del cuerpo y lo precipitaron por un terraplén. El reloj de la iglesia parroquial tocaba, en aquel momento, las once de la noche del día 6 de septiembre de 1936. Los milicianos, siguiendo el pausado compás de las campanas, le descerrajaron once tiros a boca de jarro. Allí permaneció el cadáver, – que presentaba toda suerte de cortaduras – según declaró su madre al fiscal- hasta el día siguiente en que se le dio sepultura, cubriéndole el cuerpo con unas lechadas de cal.

Tenía 33 años. Era inocente.

Beat Tomàs Capdevila, prega per nosaltres.

Dolça i innocent Catalunya…

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El año que vivimos entre paréntesis

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