2.b. Ahora…, ponte a orar un rato siguiendo estos pasos:

1/ Es la hora de Dios y la tuya. Nada más y nada mejor. Y con mirada receptiva a la Biblia o a la imagen… O tal vez con los ojos que se te cierran: ábrele tu corazón. ¿La llave? Un sencillo movimiento interno de total confianza en Dios: sé y creo que estás aquí, en mí y para mí. No te apresures. Renueva y recrea ese movimiento interior y confiado…, con tus palabras. Apóyate en la fe, no en los sentimientos.

2/ Haz ahora, y siempre, esta súplica: Padre, en el nombre de Jesús, dame tu Espíritu. Y con fe firme y nada vacilante, repítela lentamente y cuantas veces sea necesario.

3/ “Estoy a la `puerta y llamo…” (Apocalipsis 3,20); conviene  hacer la lectura completa de los versículos 14 al 22 de ese mismo capítulo. Pero te conviene sobre todo escuchar. El Señor te lo dice personalmente, con presencia cercana, muy íntima, envolvente. Escucha desde dentro… sin violentar nada…

4/ Las Palabras del Maestro van empapando tu corazón, tu mente, todo tu ser. ¡Créelo! ¿Por qué? Porque “para Dios nada hay imposible”. Déjale hacer… Consiente en lo que percibes (o no) que hace.

5/ En el momento oportuno inclínate en profundidad (con el espíritu y con el cuerpo) y dale gracias a Dios por lo que está haciendo en ti. Es seguro. Comprométete con Él y con su causa de amor. Despídele… ¡y vete con alegría a tus cosas. Son también las Suyas. Él, su Reino, lo llevas contigo dentro, muy dentro de ti.