Sé que es un tema controvertido, a la par que recurrente cada vez que se acerca una cita electoral. Pero el muro de Facebook se me va llenando de anuncios de partidos políticos, y de los “me gusta” de mis amigos a unos u otros.
 
La reflexión que me hago es siempre la misma. Hablamos constantemente de la entrega a Dios de todas las facetas de nuestra vida: nuestro tiempo, nuestro trabajo, nuestra familia, nuestras relaciones sociales, nuestra sexualidad, nuestro dinero… y sin embargo, da la sensación de que en política hemos renunciado a la defensa de los más básicos y elementales principios cristianos.
 
Puedo entender que a cada uno le guste un distinto tipo de propuestas económicas, sociales, educativas, etc., representadas en una determinada opción política. Pero yo me pregunto, ¿cualquiera de estos ámbitos de actuación tiene más importancia que la defensa de la vida misma? ¿Qué sentido tiene hablar de los derechos de los individuos, si en su concepción son totalmente vulnerables, si pueden ser asesinados con toda impunidad en el vientre materno? Todos los partidos que hoy cuentan con representación parlamentaria, y todos los que según las encuestas van a tenerla en la próxima legislatura, defienden el aborto, libre y gratuito. También el PP, que ha borrado de sus listas electorales a los parlamentarios que votaron contra la última ley del aborto. Y desde luego Ciudadanos, que lleva en su programa electoral la defensa del aborto libre y gratuito durante las primeras doce semanas de gestación (aún no sé qué magnífico milagro se obra en el día de gestación 12 + 1; ¿será el momento en el que evolucionamos de chimpancé a homo sapiens?).
 
Es probable que, antes o después, desaparezca la religión de las aulas, y la casilla de la Iglesia en la renta, y los crucifijos de los sitios públicos, y se pierda la exención del IBI... Todo empuja hacia ello. Si no lo vivimos nosotros, probablemente lo vean nuestros hijos. Incluso en estas cosas, pudiera entender la postura de cristianos que no se escandalizan de que sucedan, o que incluso lo ven bien. Y es que la Iglesia sobrevivirá a esta persecución, y el Señor se valdrá de cuanto pase para purificar a sus hijos. Quizás sean menos el día de mañana, pero en comparación con la ingente masa tibia actual, tendremos cristianos más auténticos y comprometidos que nunca, a través de los cuales el Señor obrará grandes prodigios. Y precisamente por ellos no podemos mirar para otro lado y arrojar la toalla en la lucha por la vida.
 
No se trata sólo del aborto. Es la ideología de género, el boicot que presenciamos a la misma ley natural, a la defensa de la unión entre un hombre y una mujer, al apoyo para que estén abiertos a la vida, a la educación libre y sin adoctrinamientos de sus hijos, a la aceptación de cuantos son diferentes, tachados de “no aptos” o improductivos por esta sociedad nuestra, que si no logra eliminarlos antes de nacer, comienza a optar por una “misericordiosa” eutanasia (sí, también infantil). Son tiempos en los que la ecología lucha por nuestra “madre tierra” y por la supervivencia de toda especie y sus cachorros, salvo los humanos.
 
No se pueden poner paños calientes. Con nuestro voto somos cómplices de la forma de legislar de aquellos a quienes hemos elegidos. Ni PP, ni PSOE, ni Ciudadanos, ni Podemos, ni UPyD, ni IU, defienden la vida. Votándoles no podremos decir que tenemos las manos limpias de los asesinatos de los más indefensos, sino que nos convertiremos en aliados de Herodes en su matanza de inocentes. Es más, la financiamos con nuestros impuestos. Ningún noble fin económico, social, cultural, etc.,  está por encima de la defensa de la vida. No podemos excusarnos en la búsqueda del “mal menor” cuando el mal del que hablamos es el mayor de todos, la misma muerte. Tíldenme de lo que quieran, pero nadie me arrebatará el convencimiento de que declararse cristiano y votar a estos partidos no es, cuanto menos, coherente.
 
Mientras los cristianos no nos concienciemos de esto, no estaremos representados en Las Cámaras. Y lo que es peor: no tendremos derecho a quejarnos, pues lo habremos escogido nosotros mismos.