Hoy, la tradición de la Iglesia celebra la Natividad de la Virgen María. Mujer perfecta, esposa perfecta, madre perfecta. Y, por todo ello, modelo perfecto de virtud para todo ser humano y, muy especialmente, para las mujeres, esposas y madres del mundo entero. Es uno de los mayores regalos que Dios hizo a los hombres, en esa entrega junto a la Cruz, cuando le dijo al apóstol: "ahí tienes a tu Madre". Cristo, en su padecimiento inigualable, sigue acordándose de los hombres y nos recuerda su Amor infinito entregándonos a su Madre como Madre de todos. Lo mejor que Cristo hecho hombre tuvo en su paso por este mundo, lo pone también en nuestras manos, después de darse a sí mismo por completo.

Así pues, hoy, en el cumpleaños de Nuestra Madre, como madres, recordemos a nuestros pequeños quién es Ella y dediquémosle el amor de nuestros hijos, que a Ella tanto agrada, por ser el más puro, limpio e inocente de todos. Podemos ir a una ermita y cantarle el ´cumpleaños feliz´, o llevarle un ramo de flores a una capilla que tengamos cerca, o dedicarle un misterio del Rosario con los mayores de la casa. Algún detalle que a la Virgen haga sonreír y a nuestros hijos recordar quién es su Madre del Cielo, que les acompaña siempre, como acompañó a Cristo, tan en silencio pero tan cerca, desde su Encarnación hasta su muerte en la Cruz.

Y, de paso, pidámosle ser un poco más como Ella es: sencilla, dulce, piadosa, alegre, humilde, sincera, generosa, fuerte, paciente, prudente... Personalmente, en mi caso, hay algo de María, como Madre, que me parece especialmente difícil: la capacidad de corregir sin perder la calma. Cuando me imagino a la Virgen riñendo a Jesús Niño por alguna travesura (realmente no sé si las haría, pero entonces me la puedo imaginar riñendo a cualquiera de nosotros), me viene a la cabeza una imagen de María muy firme y seria, pero, a la vez, completamente dueña de sí y llena de amor, la visualizo en mi mente corrigiendo con ternura, con la paz interior propia del que tiene, en todo momento, la presencia de Dios. Y lo mismo en sus conversaciones con San José: si alguna vez tenían alguna discrepancia (que tampoco sé si las tenían), María nunca gritaría, ni se enfadaría, ni se pondría nerviosa o haría sentir mal a San José, sino que le explicaría las cosas con serenidad y paciencia, buscando el Bien para ambos, y no su victoria en la batalla...
Así que hoy, en el cumpleaños de María, le pido que me enseñe a acercarme más a su Hijo para poder parecerme cada día un poco más a Ella.