Lo propio de la existencia humana es ir hacia adelante, pero resulta curioso que en nuestra época muchas veces la encontramos estancada. En nuestra vida, en nuestras comunidades, el hombre de hoy parece estar agotado, y a este agotamiento le acompaña una parálisis disfrazada de confort.  

          El filósofo coreano Byung Chul Han nos habla de una sociedad cansada, el sociólogo polaco Zigmunt Bauman de una modernidad líquida. El constante devenir del que nos alerta Bauman trae consigo un fluir de la vida que termina por cansarnos. En el afán de lo nuevo, en una cultura demandante, el hombre de hoy no es capaz de encontrar calma, no es capaz de encontrarse.

          Años atrás los griegos discutieron sobre el dilema de la permanencia (Parménides) y del movimiento (Heráclito): ¿algo permanece? ¿todo fluye?... Si todo fluye el hombre no tiene más solución que vivir agotado; pero si algo permanece digamos que el hombre tiene un lugar desde donde transformar, personalizar, dotar de significado, ese cambio que acontece.

          La realidad nos habla del cambio, pero a su vez de la estabilidad. Occidente ha llegado a ser una gran civilización por el empeño de hombres y mujeres que se han dignado a defender lo duradero, aquello que más identifica al hombre. Baste observar nuestra cultura –por más que alguno quiera cerrar los ojos- para darse cuenta de lo evidente: el ser humano permanece.

          Frente a esto se nos presenta la gran necesidad de nuestro tiempo: un humanismo que nos ayude a salir del río donde todo fluye y nos lleva directo al atolladero. Solo reconociendo, defendiendo y promoviendo lo más propio del hombre combatiremos el intento de acabar con él. Solo con una actitud que busque lo mejor del hombre, podremos reconocer nuestra humanidad y alcanzar nuevas conquistas.

Gabriel Capriles

Web: repensarelmundodehoy.wordpress.com

Twitter: @gabcapriles