Llama la atención la referencia que el Papa Benedicto XVI hace a la ONU en su reciente Encíclica Caritas in veritate. Habla de la urgencia de una reforma de la Organización de las Naciones Unidas y alude también a la urgencia de que exista una verdadera Autoridad política mundial. Vamos, que para el Santo Padre la actual ONU no satisface las expectativas. ¡Y cuánta razón lleva! En el proyecto definitivo de la Declaración de los Derechos del Hombre elaborada por la ONU no se recogió la petición brasileña de que constara “que los hombres han sido creados a imagen y semejanza de Dios”. En la cuarta reunión de la Conferencia General de la UNESCO en 1949, en la que estuvieron representados 47 países, el Vaticano designó atendiendo los deseos expresados por la organización, un observador oficial, Monseñor Rupp, canónigo del arzobispado de París, a quien asistía en su función el señor J. A. Larnaud. En dicha cuarta reunión el doctor Anas Kahn, rector de la Universidad de Kabul, miembro de la delegación afgana, manifestó que debe constituirse una alianza entre los creyentes musulmanes y cristianos para defender los principios religiosos contra el ateísmo. ¿Sabrá esto Zapatero? Otro delegado musulmán, Shafik Shorbal Bery, delegado de Egipto, deploró la ausencia del nombre de Dios en la Declaración de Derechos proclamada por la ONU. Pero hay más. El carácter laico de la UNESCO, en la órbita onusiana, como organización cultural internacional y su neutralidad filosófica de signo escéptico preocupa hondamente a la Iglesia. Hay en la idea del universalismo cultural un contenido pseudoreligioso rechazable. Se ha calificado a la UNESCO como “internacional espiritual” y se ha predicado la fe en la UNESCO, como si se tratara de una nueva Iglesia, una Iglesia laica naturalmente, impregnada de un espiritualismo vago y llamado a sustituir en el marco de la mentalidad moderna a las viejas Iglesias cristianas. Todo ello perfectamente ajustado, como se ve, a los ideales masónicos.