Hay una parábola de H. Hesse, Premio Nobel, sobre el príncipe Siddharta Gautama, quien renunció a todas sus posesiones, y se dedicó a la meditación y al ayuno. El diálogo entre el rico mercader y el mendigo Siddharta, termina así:
 
Rico - “¿Qué puedes dar tú si nada posees?
Sid.- “Puedo pensar, puedo esperar, puedo ayunar.”
Rico - “¿Eso es todo? ¿Qué utilidad tiene? ¿Qué bien te hace el ayuno?
Sid - “Uno de gran valor. Si un hombre no tiene nada para comer, ayunar es lo más inteligente que puede hacer. Si yo no hubiera aprendido a ayunar, ha­bría tenido que buscar algún trabajo, algo para hoy, ya sea pi­diéndotelo a ti o en otro sitio, el hambre me habría llevado a eso, Pero, puedo esperar con calma. No estoy impaciente. No vivo necesitado. Domino mi cuerpo y mis deseos. Puedo evitar el hambre y reírme de él. Por lo tanto, ¡ayunar es útil!”
 
El médico Dr. Alexis Carrel, Premio Nobel de Medicina, afirma que “todas las religiones han insistido en la necesidad del ayuno. El azúcar del hígado, la grasa de los depósitos subcutáneos, se movilizan, así como las proteínas de músculos y glándulas. Todos los órganos sacrifican sus propias substancias para mantener en condiciones normales la sangre, el corazón y el cerebro. El ayuno purifica y modifica profundamente los tejidos”.
 
- Jesús -que ayunó 40 días y sus noches- no mira las obras exteriores –el saco y la ceniza- sino que busca la conversión del corazón.