La Internacional es el hilo musical que enmarca la matanza escalonada de cien millones de personas, pero para la izquierda radical española aún suena a Serrat. Aunque la canción protesta por excelencia es contemporánea del chotis, el tiempo no ha pasado por ella. Lo que resulta lógico si se tiene en cuenta que el tiempo nunca pasa para la izquierda. Es uno de sus encantos. La fascinación que ejerce en los maduros radica precisamente en que a través de la revolución retornan al acné. 
El halo romántico del combate aporta brío juvenil al combatiente talludo, ese catedrático de universidad o profesor de instituto que cuando se cala una boina para cercar el congreso se cree un Che de cercanías, instruido en Gredos en lugar de en sierra Maestra, que abandera la revuelta contra el sistema mientras cobra la nómina del sistema, a imitación de lo que hacía yo cuando renegaba de la generación de mi padre, pero ponía la mano para la paga semanal.  
La supremacía ideológica de la izquierda no se deriva, pues, de que haya elegido mejor los símbolos que la derecha, porque ni la hoz es más proletaria que el yugo ni la trenca está mejor pespunteada que el frac, sino del carácter adolescente de su ideario, que encaja a la perfección en una sociedad que cree que sentar la cabeza es pensar con el culo. Lo que nos lleva a Podemos. 
Pablo Iglesias y sus mariachis saben que a una sociedad desengañada hay que atraerla con engaños, sea la renta básica sea el impago de la deuda. Para la primera receta jarabe de palo a la clase alta, esto es, presión fiscal hasta romperle las costuras al dueño de Zara, y para la segunda, cara dura. Argumenta Monedero que cuando el deudor no paga, el problema lo tiene el prestamista, pero omite que eso sólo sale bien la primera vez. Resulta tan obvio que sorprende que haya quienes acepten Stasi como policía de barrio.