Hoy he soñado que el Papa me llamaba porque leía mi blog. En un encuentro protocolario se me ha acercado y con su habitual simpatía me ha dicho que desde Buenos Aires me leía. No me ha dicho si lo hace ahora, tan atareado como debe estar en el Vaticano.

A la salida de la audiencia he pensado en cerrar el blog… ¿qué hago yo escribiendo algo que puede leer el Papa y osando opinar sobre temas de evangelización?

Por supuesto, era un sueño, tras el cual me ha dado por reflexionar acerca de ese sentimiento de rubor que me ha embargado en el mismo .

Escribir un blog supone abrir tu interior en una cierta medida, la que pone los límites a los que obliga la temática del mismo, pero por mucho que quieras hablar de un tema y no de tu vida personal, en él vuelcas mucho de lo que eres y aquello con lo que vibras.

Hay momentos de sonrojo en los que no sabes si haces bien hablando de lo personal, y no aciertas a distinguir entre la temática y tu vida porque las dos están tan entrelazadas que a veces se difuminan los límites y de pronto sólo quieres que te lean los amigos, aquellos a quienes vas a caer bien y los que van a subrayar tus palabras. Y a veces la reacción, como tras el sueño, consiste en dejar de escribir…

Pero, ¿tenemos derecho a guardárnoslo?

Muchas veces pienso que si fuera periodista podría hablar más, opinar más aceradamente. Dedicarse a la evangelización y hablar de ella es como ser juez y parte a la vez, y muchas veces se genera una cierta incompatibilidad que siempre se decanta a favor de la faceta de evangelizador antes que a la de periodista justificada por un pensamiento tipo: “si digo esto o lo otro voy a levantar ampollas, y lo que quiero es edificar, hacer amigos y abrir puertas de comunión”.

Por eso muchos artículos se quedan en el tintero, y últimamente me sucede más a menudo de lo que quisiera, y temo ser aburrido por reiterativo insistiendo en un discurso ya aceptado en vez de explorar límites más provocativos.

En ese ejercicio de autolimitación “al tema del blog” muchas veces se corre el riesgo de tomar la temperatura del mismo por la gente que te comenta, los números que te leen un artículo o la gente que cita tus palabras después en las redes sociales.

Y esto te lleva a olvidar a esa mayoría silenciosa de gente que lee el blog y no lo comenta, pese a lo cual le aprovecha y vuelve a él con cierta regularidad.

La semana pasada tuve la satisfacción de hablar con dos personas que me dijeron que leían mi blog, lo cual me dio mucho que pensar por la disparidad de su proveniencia.

¿Y si el Papa fuera una de ellas y yo estuviera dejando de formular experiencias, ensayar teorías, resaltar iniciativas, que pueden ayudar a otros para la evangelización?

¿Y si estuviera dejando de provocar sanamente, creando reflexión, cuestionando estructuras pastorales caducas, iluminando vías posibles donde parece que no hay camino?

¿Y si me estuviera convirtiendo en un espectador más por la comodidad de no salir a armar lío?

Yo no sé si armar lío corresponde a los evangelizadores o a los periodistas, lo que es seguro que sí que corresponde a los cristianos. Y más nos vale que si el Papa nos lee un día nos pueda encontrar accidentados por haber salido fuera, en vez de sanos y seguros en la comodidad de las cuatro paredes de nuestra falsa humildad.