Llega mayo, el mes de la flores, el mes especialmente dedicado a la Virgen María, el mes de las romerías a los sanntuarios marianos, el mes de las "flores esprituales", cada jornada, ofrecidas con el encanto y la ilusión de la niñez. "Venid y vamos todos, con flores a María, con flores a porfía, que Madre nuestra es...".

La canción nos invita a dirigir nuestra mirada a la Virgen, a sentirnos acogidos en su regazo, a respirar su aroma como modelo de cristianismo. San Bernardo, en un precioso poema espiritual, nos invita a "mirar la Estrella": "Si te arrastra el huracán de la tentación, si te doblegan el dolor y la angustia, mira la Estrella, acude a María. En el peligro, en la pena, en la duda, mira la Estrella".
¿Qué nos diría hoy la Virgen, en este mayo florido? Imaginamos que brotarían de sus labios cuatro hermosos consejos.

Primero, escuchad a los mensajeros de Dios, como yo escuché al arcángel Gabriel, en el momento de la Anunciación.

Segundo, aceptad y cumplid la voluntad de Dios, como yo la acepté con mi "fiat", mi "hágase", abriendo de par en par las puertas de mi corazón.

Tercero, haced lo que mi Hijo os diga, con sus palabras de vida eterna, con sus "susurros cercanos" al oído de vuestras conciencias libres.

Cuarto, sed fuertes en los momentos difíciles de vuestras vidas y permaced firmes junto a la Cruz, como yo permanecí, junto a mi Hijo, en el Calvario.

Así nos hablaría hoy María. Así nos invitaría a vivir nuestro cristianismo. Así ha de resonar su voz en lo más profundo de nuestro corazón. Mayo es el de María. Vivámoslo, junto a Ella, ofreciéndole cada día nuestra "flor espiritual", con el aroma penetrante de nuestra fe, de nuestra esperanza y de nuestro amor. Mayo es una cita con nuestra Madre, la que nos acoge siempre, la que tiene su regazo a punto para nuestras soledades. Junto a la canción florida de la naturaleza, la pequeña flor de nuestros besos filiales.