El sufrimiento de José

Ya sabemos cómo fue la Encarnación del hijo de Dios en María. Y la Virgen esperaba al Niño por obra del Espíritu Santo. Pero San José no sabía nada. ¿Qué había ocurrido? María iba a ser madre y San José ignoraba cómo María ha­bía llegado a esta situación, sin tener él nada que ver en el asunto. ¿Le había sido infiel? No era posible que esto ocu­rriera en una mujer tan santa. Y como a él todavía no le ha­bía sido revelado el misterio, sufría en medio de sus dudas. La verdad es que no era normal todo lo que estaba aconte­ciendo.

 

 ¿Por qué no le dijo nada María? Porque estas cosas tan sobrenaturales, o las revela Dios o no entendemos nada, por mucho que nos lo expliquen. Y María pensó que era me­jor que Dios se lo dijera a José, en lugar de dar ella unas ra­zones aparentemente absurdas. Sufría José, pero también sufría María al verle sufrir a él. Hay que confiar siempre en Dios que nunca nos dejará en el tormento de la duda. Él siempre nos revela su Verdad en el momento oportuno. Y así ocurrió con José una noche de gran pesadilla.

 

Meditando él estas cosas, he aquí que un ángel del Señor se le apareció en sueños, diciendo: José, hijo de David, no temas tomar contigo a María, tu esposa, por­que su concepción es del Espíritu Santo; parirá un hijo y tú le pondrás el nombre de Jesús; porque Él salvará a su pueblo de sus pecados (Mt 1, 20-21). ¿Te imaginas la alegría de José y el profundo descanso que le quedó en su alma? ¿Te imaginas el gozo de la Virgen cuando ya todo se aclaró? Es duro saber algo muy grande y no poder comuni­carlo por prudencia o por deber. Dios premia siempre la dis­creción y la finura de espíritu.

 

Todo esto sucedió para que se cumpliese lo que el Señor había dicho por medio del profeta: He aquí que la Virgen concebirá y parirá un hijo y se le pondrá por nombre Emmanuel, que quiere decir «Dios con noso­tros». Y José se fio de Dios y se llevó a María a su casa, y desde entonces toda su ilusión fue esperar el día del naci­miento del Hijo de Dios.

 

 Hay que vivir de fe, y cuando surja la duda debemos acercarnos a la Luz de Dios para ver más clara su Voluntad, su Verdad, y acogerla con un corazón grande y una mente sin prejuicios.

 

José y María son dos almas santas que, sin hacer ruido, han colaborado como nadie con Dios, por pura fe, en la gran obra de la Encarnación y Redención. No son más eficaces los que levantan más polvareda, sino los que sirven humil­demente con amor.

 

   ¿Te acercas a Jesús con frecuencia para que te haga ver con claridad todo lo que te              preocupa?

 

   ¿Cómo andas de prudencia a la hora de hablar?

 

   ¿Con qué talante sufres tus problemas?

Fuente: De mi libro La Fe en Jesucristo  (Palabra)

                Este domingo el Papa Francisco ha elogiado  con profusión terminológica la figura y el papel de José en el Misterio de la Encarnación. José fue valiente para acoger en su vida la Voluntad de Dios. Su amor a María era grande y limpio. Pero estaba dispuesto a dejarla si así se lo pedía Dios. Y la Voluntad de Dios fue otra: le aclaró todo y llevó paz a su mente y a su corazón. José, con su trabajo y su total disposición, hizo posible que el Hijo de Dios entrara en la historia d la humanidad por cauces de casi total normalidad. Pasó a ser conocido como el hijo del carpintero. Y María le agradeció infinito que su amor fuera tan incondicional.