El pasado día 4 de octubre, día de San Francisco, se celebró en la ciudad de Asís una misa para conmemorar la festividad. Tradicionalmente, este día se celebraba un encuentro interreligioso que instituyó del próximo santo, Juan Pablo II. Este encuentro nunca estuvo exento de polémica. La sana visión ecuménica de unidad de los cristianos y acercamiento misericordioso a quienes procesan otras religiones, era aprovechado por los medios para ofrecer una falsa imagen de “supermercado” religioso. 

Este año no han existido equívocos ni tampoco imágenes susceptibles de ser utilizadas desde perspectivas “New Age”. El Papa Francisco no se ha quedado en las apariencias, que pueden ser importantes, sino que ha dado un paso más señalando en la homilía de ese día: 

La paz franciscana no es un sentimiento almibarado. Por favor: ¡ese San Francisco no existe! Y ni siquiera es una especie de armonía panteísta con las energías del cosmos… Tampoco esto es franciscano, tampoco esto es franciscano, sino una idea que algunos han construido. La paz de san Francisco es la de Cristo, y la encuentra el que «carga» con su «yugo», es decir su mandamiento: Amaos los unos a los otros como yo os he amado (Cf. Jn 13,34; 15,12). Y este yugo no se puede llevar con arrogancia, con presunción, con soberbia, sino sólo con mansedumbre y humildad de corazón. 

No puedo decir menos. La homilía se lee de un tirón y se entiende en todos su extremos. El párrafo que he elegido, contiene varias ideas de gran importancia: 

De la vida y mensaje de San Francisco hay un aspecto que pocas veces se hace visible: la comunidad. Es cierto que este gran santo hacía retiros ascéticos a imagen del propio Cristo, pero la vivencia cristiana de San Francisco era comunitaria. La forma de comprender la misión del cristiano, pasaba por una comunidad que se une en una misión compartida. El concepto de misión compartida es muy interesante, ya que reúne a personas con una alta coincidencia en su compromiso, pero que también tienen diferencias en sus carismas. Estas diferencias no sólo no representan problemas, sino que se convierten en esenciales, ya que permiten que cada persona aporte el talento especial que Dios le da dado. 

Después de esta reflexión, permítanme volver mi vista al III Encuentro de “Blogueros con el Papa” que acabamos de celebrar en Valladolid. Allí estábamos personas de carismas muy diferentes disfrutando de una misión compartida e intuyendo que las diferencias que evidenciábamos eran maravillosas oportunidades brindadas por Dios. Cada carisma, sensibilidad y vocación aporta un aspecto esencial que completa un todo diverso y al mismo tiempo armónico. Pero la armonía del silencio o el desafecto, sino todo lo contrario. La armonía del “lio” y del compromiso.